"El montaje de 'La hija del aire' indaga en la teatralidad del poder"
Jorge Lavelli (Buenos Aires, 1932) ha puesto en escena La hija del aire, de Pedro Calderón de la Barca. Un proyecto sobre el que puso sus ojos hace más de 20 años y que el pasado martes estrenó en el Teatro Español de Madrid. Ello supuso un gran éxito para el director francoargentino, y sobre todo para la actriz protagonista, Blanca Portillo, que emocionó al público interpretando dos personajes: la reina Semíramis y su hijo Nimias. El resto del reparto lo componen actores argentinos elegidos en audiciones, en las que Lavelli buscó acentos lo más neutros posibles para no hacer a Calderón excesivamente porteño.
"La obra indaga en la teatralidad del poder", dice el director de este texto que por fin lleva a escena: "Lo leí por primera vez a principios de los años ochenta, cuando buscaba una obra para Nuria Espert", señala el director hablando de la época en la que puso en pie Doña Rosita la soltera, de Lorca, con la actriz española. "Me pareció una obra extraña y muy interesante, pero finalmente no se hizo". Luego le propuso la Compañía Nacional de Teatro Clásico montarla con motivo del cuarto centenario de Calderón en 2000, pero injerencias políticas de la época impidieron que el montaje se llevara a cabo, a pesar de que Lavelli y su equipo (con Blanca Portillo al frente) habían trabajado largo tiempo en el proyecto. Un trabajo por el que nunca hubo compensación alguna, ni material, ni en forma de disculpas verbales: "Aquello pasó y no quiero ni hablar de ello"; pero sí tenía claro que Blanca Portillo debía ser la protagonista: "Me pareció que había descubierto a una persona con temperamento, sensibilidad, imaginación y con la fuerza necesaria, sin olvidar que tiene un aire andrógino necesario para este trabajo".
El escenario lo ha convertido en un palacio con 1.000 puertas en el que transcurre la obra calderoniana, a la que encuentra paralelismos con el teatro shakespeariano y con La vida es sueño: "Sobre ambos protagonistas pesa una profecía y los dos, Semíramis y Segismundo, están aislados y llegan al poder como animales que no conocen los límites del derecho", dice Lavelli, quien ha asumido la concepción del espectáculo y la adaptación: "Es un trabajo que intenta rescatar el dolor, el amor y la emoción como conducta de la historia, y para hacerlo pasamos de lo simbólico a lo real y de lo poético a lo fantástico".
Este hombre, que tiene maneras y formas suaves, habla del juego obsesivo de quienes desde el poder disponen de la libertad de los otros: "En la obra se ve cómo las personas que ejercen un gran poder se mueven en un dualismo; por un lado, la persona política que piensa constantemente en ella y en la manera de seducir, por otro, el estratega siempre pendiente de la evolución de las cosas". Aquí el poder es ambicionado por Semíramis: "Un personaje violento, egocéntrico, vengativo, tirano; capaz de cualquier cosa con tal de lograr el poder pero al que le falla su vertiente de estratega porque no calcula que su hijo", al que llega a suplantar para robarle el poder, "puede ser una persona que se gane al pueblo por su encanto".
Lavelli cree que este elemento es muy ilustrativo: "Hay muchas situaciones similares; en España, por ejemplo, ha pasado con el rey Juan Carlos; se ganó a la gente porque demostró que era tolerante y a pesar de haber sido impuesto por un dictador nadie dijo nada y todo el mundo ha aceptado esa extraña continuidad de la Monarquía dejando a la República entre paréntesis".
Para el director francoargentino, lo normal es que el que nombra a dedo siempre piense que el sucesor no va a funcionar: "De hecho, quien nombra suele quedarse en un primer plano, valorándose mucho a sí mismo..., probablemente es lo que ha pasado con José María Aznar", dice con aire pensativo.
Lavelli vuelve a La hija del aire y habla de la influencia de lo que él define como el "ausente-presente". "En las democracias débiles o en otros núcleos es una figura casi imprescindible; al ver a Semíramis disfrazada de su propio hijo me he acordado mucho de dirigentes, sobre todo latinoamericanos, que desde el exilio llegan a dominar su país. No hay más que recordar a Perón cuando estuvo en España".
Buenas críticas
Esta coproducción entre el Teatro Español (su director, Mario Gas, puso un gran empeño en ello) y el teatro San Martín de Buenos Aires, donde se estrenó hace cuatro meses con unas críticas rotundamente elogiosas, está inspirada en la segunda parte de la obra calderoniana: "Me centré allí donde los acontecimientos pueden sustraerse al movimiento cíclico normal para ser analizados u observados bajo una lupa, con cierto placer antropológico".
El montaje está dedicado a la figura de Witold Gombrowicz, escritor polaco del que este año se celebra el centenario de su nacimiento, que vivió en Argentina casi tres décadas, antes de morir en Francia en 1969, y que ha marcado la trayectoria profesional de Lavelli.
El director, que se muestra fascinado por la mezcla de aspectos trágicos y cómicos que hay en la obra, habla de ella: "Semíramis es algo así como la permanencia de un espíritu perverso, de ambición y autoexaltación indestructible, propio de la naturaleza humana; y la obra, una suerte de parábola sobre el absolutismo inseparable del destino político del hombre", afirma.
Lavelli piensa que La hija del aire pone de relieve el hecho de que cuando la crítica no se asume ni se produce llega el abuso del poder: "Y no hablo sólo del poder político, en cualquier dominio puede darse este abuso que termina siendo el vicio de las democracias; de hecho, si miramos a ciertas formas de populismo y de culto a la personalidad vemos que ahí es donde los regímenes empiezan a viciarse".
Con este montaje se recupera la tradición, hoy olvidada, de un repertorio de teatro clásico en Buenos Aires, algo que satisface especialmente a Lavelli: "Tras la Guerra Civil española, llegaron allí los mejores actores españoles, gentes como los Serrano, López Lagar, Membrives, Xirgu, Ibáñez Menta..., ellos aportaron un repertorio que nos era familiar y que dejó de serlo debido a nuestra dictadura militar, por lo que hoy montar un clásico español allá es una aventura".
El director se muestra preocupado por lo que él califica de momento delicado para la escena: "El teatro cada vez lo tiene más difícil porque la televisión, en todo el mundo, ha ido corrompiendo y destruyendo la lengua. Esperemos que desaparezca esa terrible vulgaridad y el teatro pueda ir poniendo un poquito de orden", dice.
Babelia
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