Cincuenta años de ‘El espíritu de la colmena’, el triunfo de la poética de Víctor Erice
Medio siglo después de su Concha de oro y de su exitoso estreno comercial, actores, miembros del equipo técnico y gente del pueblo segoviano donde se filmó recuerdan aquella película “de la que nadie entendía nada” en el rodaje
El australiano Garth Lotz nunca ha visto El espíritu de la colmena. Pero el miércoles pasado se casó en el Palacio de Hoyuelos, la casa en la que se rodó la obra maestra de Víctor Erice, en un pequeño pueblo de Segovia. “A la vuelta la veré. Me he fijado en el cartel de la película en la entrada al comedor y ya me han explicado”, cuenta. A su espalda, el patio y el jardín trasero con piscina del imponente edificio, reconstruido por la arquitecta Jimena Ayerra, heredera del palacio de los Arias Dávila. Para cualquier cinéfilo, ponerse frente a su fachada plateresca provoca una congoja en el alma; atravesar su puerta y pasear por el vestíbulo, con la enorme escalera de madera a la derecha, significa abandonarse a las sensaciones que provoca el filme de Erice. Si durante el pasado festival de San Sebastián se conmemoró el medio siglo de su Concha de oro, ayer domingo 8 de octubre se cumplieron 50 años de su estreno comercial en la madrileña sala Conde Duque. Buen momento para recordar cómo se fraguó uno de los títulos clave de la historia del cine, que desde su llegada a las pantallas nunca ha desaparecido de la lista de los mejores filmes de la revista británica Sight and Sound.
El pasado miércoles, el calor atizaba en el páramo segoviano. Hoyuelos tenía, en el momento del rodaje de El espíritu de la colmena —del 12 de febrero al 22 de marzo de 1973—, 230 habitantes; hoy están censados 34: había más invitados en la boda de Lotz (40, procedentes de Australia, Países Bajos y Sudáfrica) que gente en las casas. Ese miércoles, apenas dos ancianos, algunos agricultores y el panadero, que traía en una furgoneta blanca sus productos para el convite posterior al enlace de Lotz. A pocos metros del palacio está el edificio, de entrada señorial, donde se recreó la escuela, y en la siguiente manzana asoma la humilde fachada de la casa donde se proyecta Frankenstein en la película. A las afueras, en la carretera a Muñopedro, siguen las míticas curvas y el cambio de horizonte por las que pedalea la madre de la protagonista... aunque no queda nada de la construcción en la que se refugia un maquis (encarnado por Juan Margallo, que repite en el nuevo trabajo de Erice, Cerrar los ojos) al que alimenta la niña Ana. El silencio y la pesadez del aire castellano transportan a El espíritu de la colmena, hasta que el arrullo de una paloma y la mirada divertida de la yegua que pace junto al palacio devuelven alegría al paisaje.
“No hay turismo alrededor de la película, y es una lástima”, apunta Ayerra, que junto a su pareja restauró el complejo (construida por su familia hace 14 generaciones, a inicios del siglo XVI) para convertirla en una casa rural para convenciones de empresas y bodas, especialmente de extranjeros: se encuentra a poco más de una hora del aeropuerto Adolfo Suárez-Barajas. “Mi abuelo murió al poco de acabar aquel rodaje, y mi madre la tuvo en venta, no la quería nadie”. El australiano Lotz explica que la eligieron por ser punto intermedio de los países donde residen sus amigos, tras bucear en varias webs, y “porque está también cerca de la estación del AVE”. Pero de El espíritu de la colmena, ni idea. “Cada par de años se asoma una pareja de japoneses, como mucho, y ha venido algún profesor estadounidense de cine”, confiesa la arquitecta. De las míticas vidrieras ya ha restaurado —subraya que con sus propias manos— dos, que se observan en sendas habitaciones; el resto permanecen guardadas a buen recaudo.
Para Hoyuelos, en cambio, aquel rodaje supuso una conmoción. Chusa López Monjas, jefa de prensa de la Academia de cine, recuerda que su abuelo, Emilio Monjas, aparece en pantalla fumando: “El pueblo, imagínate, vivió una aventura, porque llegaron los del cine. Luego, por el estreno en Madrid, al que acudieron mis padres, hasta fletaron autobuses”. Su casa aparece también en pantalla. “Mi tía Concepción tuvo muchísima relación con Elías Querejeta [productor del filme] porque ayudó en las localizaciones”, cuenta. Para la gente de Hoyuelos, El espíritu de la colmena es el documental de varias generaciones. Ahora, en verano, la proyectan en el frontón. “Y así vemos a nuestros padres, tíos o abuelos, nos reímos con aquellas niñas que ahora son señoras de 58 o 60 años, te das codazos mientras sueltas: ‘¿Te acuerdas de...?’. Es un recuerdo maravilloso ligado a una obra maestra”, confiesa López Monjas. Están intentando conmemorar de alguna forma este aniversario, pero la timidez de Víctor Erice trastoca cualquier evento.
“Pues yo sí tengo ganas de ir y pasear con Víctor”, confiesa la actriz Ana Torrent, cuya mirada en pantalla traspasa mundos y tiempos. El espíritu de la colmena transcurre en la posguerra española, en una atmósfera de dolor que atenaza a una familia claramente del bando perdedor en la contienda civil. Fernando (Fernando Fernán Gómez), el padre, dedica su tiempo a contemplar la febril laboriosidad de las abejas; Teresa (Teresa Gimpera), la madre, escribe cartas a un desconocido, posible amante. Y sus dos hijas, Ana (Ana Torrent) e Isabel (Isabel Tellería), silenciosas, solitarias, doman como pueden el miedo que les ha embargado tras ver en el cine Frankenstein, de James Whale.
El filme se alimentaba al unísono de los recuerdos de infancia de su coguionista, el crítico de cine de EL PAÍS Ángel Fernández-Santos, y de la fascinante capacidad poética de Erice... aunque en el recuerdo de la cinefilia se impone la mirada de la niña Ana que ve por primera vez a la criatura creada por el doctor Frankenstein. “A mí me encontró Víctor en unas pruebas en mi colegio”, recuerda la actriz, que medio siglo después repite en Cerrar los ojos una frase de su primer trabajo: “Soy Ana, soy Ana”. Ella misma explica: “Víctor y yo siempre hemos estado en contacto, me ha ido a ver al teatro y hace una década actué otra vez para él en una pieza [Ana, tres minutos]. Pero esa frase, efectivamente, juega a coaligar ambos títulos”. De aquellas semanas en Segovia, cuenta que Erice las mantuvo a ella y a Tellería un poco aparte: “Nos cuidó mucho, aunque nos separó del resto de los actores para que al cruzarnos mostráramos verdad, se diera una atmósfera de misterio. Yo era una niña y no entendía mucho, aunque sí qué era ficción y película y qué realidad”.
Teresa Gimpera, que acaba de cumplir 87 años, apunta, como Torrent, que no comprendía mucho de lo que Erice estaba filmando. “Además, yo ya había hecho cine y para Víctor era su primera película. Yo le pedía instrucciones, y él, por pura timidez, no era capaz de explicarse. Mi personaje es volátil en todos los sentidos: siempre está en movimiento, puede que tenga un amante, yo al menos lo construí así, y no sé si eso hoy se intuye”, apunta la actriz catalana. “Vista hoy, abruma en su reflejo de las faltas de libertades que sufríamos. Incluso en aquel 1973″, insiste. ¿Y su relación con Torrent? “Complicada, como en cualquier rodaje con niños. Por ejemplo, en la secuencia en la que la peino, ella no se dejaba”. Torrent no lo recuerda igual: “Era una niña como otra cualquiera. No tengo yo esa sensación de rebeldía. Sí es cierto que aquello me cambió la vida. Mi padre no quería que hiciese más cine, y Querejeta y Carlos Saura insistieron mucho en que protagonizara Cría cuervos. Mi madre, que estaba a favor, se impuso”. ¿Cuándo revisó por última vez El espíritu de la colmena? “Hace unos años, no muchos. En realidad, fue la primera película que vi en mi vida”. ¿No era Frankenstein? “Es que, para la secuencia del cine, solo vimos fragmentos”. Aquella mirada, aquella sorpresa auténtica, la filmó el director de fotografía Luis Cuadrado cámara en mano y enfocando de abajo a arriba a Torrent, mientras al operador le sujetaba por la espalda Erice, que años después dijo de ese momento: “Es un instante irrepetible, imposible de construir; en un filme con clara voluntad de estilo su momento esencial es documental, desborda cualquier intención autoral”.
De toda aquella aventura, quedan un documental y un testigo clarividentes. El testigo es el cineasta Jaime Chávarri, que se encargó de la dirección de arte de la película. “Solo Víctor sabía lo que estaba haciendo, pero ya observabas en él una confianza innata”, rememora. Las ropas del personaje de Gimpera procedían del armario de la madre de Chávarri, los muebles de la casa en la pantalla pertenecían al hogar familiar del cineasta en Segovia [lugar donde se rodó, un lustro después, Arrebato]. “El proyecto de El espíritu de la colmena arranca por Los desafíos, película con tres historias, una de ellas dirigida por Víctor, que Querejeta produce en 1969″. De ahí, Querejeta reclutó de nuevo a Chávarri en el apartado de arte (aunque no fue el inicialmente elegido), Pablo G. del Amo como montador, Luis de Pablo como músico y Luis Cuadrado como director de fotografía. “Víctor le pidió una luz especial a Cuadrado enseñándole un libro con cuadros de Vermeer, y a él se le ocurrió poner papelitos amarillos en las vidrieras de la casa. El color miel melancolía lo inventó él”, explica Chávarri, que recuerda, como Gimpera, el doloroso pesar de asistir a cómo Cuadrado se fue quedando ciego durante la filmación. Chávarri además aportó al reparto a Tellería, que en la vida real es su sobrina. “A los personajes les dejaron los nombres de los actores para que las niñas pudieran pasar sin problemas de la realidad a la ficción”.
Chávarri desgrana otra anécdota más: “Cuando acabamos de maquillar a José Villasante como Frankenstein en la casa del médico, me fui con el actor a ver a Víctor para que nos diera el visto bueno. Caminando de noche, él con sus zapatones del monstruo, por la calle sin un alma más, me di cuenta de lo extraño de la situación, con ventanas que se cerraban a nuestro paso, y de la atmósfera rarísima. Entramos en el bar, donde estaba Víctor cenando con las niñas, y al saludarlas José, Ana se echó a llorar e Isabel a reír. Era el reflejo de la verdad y de la mentira del cine. Ana era hipersensible, y aún hoy me parece una actriz fantástica”. Torrent recuerda el susto y que estuvo llorando “dos horas” hasta que la calmaron.
El documental se titula Huellas de un espíritu y lo dirigió Carlos Heredero en 1998 —por el 25º aniversario del estreno— para Canal Plus. Los fallecidos Ángel Fernández-Santos y Elías Querejeta, y un cómodo Erice desmenuzan todo el proceso de creación de esta obra maestra —que arrancó con la idea de plasmar los fantasmas de la infancia— absoluto fruto de una época, como apunta el productor: “En el cine, el franquismo fue una calamidad”. El trío tenía una misma obsesión, Frankenstein, pero no había dinero para abordar una versión y huyeron del género. Para Fernández-Santos, la clave estaba en la infancia, en asomarse a un drama desde la mirada de alguien que solo intuye las emociones de lo que está pasando. Erice confirma: “Por eso, al contemplar a los adultos desde los niños, hicimos psicologismo”. El guionista, que usó recuerdos de su propia infancia como el fantoche del colegio o el maquis escondido en una paridera en Los Cerralbos (Toledo), también explica: “El guion era un galimatías, nadie lo entendía [...]. Estábamos fuera de norma. Construimos el libreto en vez de en secuencias, en ámbitos emocionales o unidades poéticas. Como si fueran acordes en una partitura circular que está albergando a su vez círculos que se tocan unos a otros”. El planteamiento de rodarla en blanco y negro “al estilo de Murnau” se abandonó por el bien de una vida comercial más amplia. “La censura se planteó prohibirla, debatieron mucho lo del fugitivo, pero pensaron que nadie la vería y dieron el visto bueno”, apunta Querejeta.
Su proyección en el festival de San Sebastián el 18 de septiembre de 1973 recibió división de opiniones. “Muchos me dieron el pésame”, dice en el documental su productor. “Sin embargo, de un palco del teatro Victoria Eugenia salió alguien que me abrazó y me dijo: ‘Porque se haga algo así merece la pena trabajar en esta profesión’. Ese alguien era Concha Velasco”. La Concha de oro a El espíritu de la colmena, anunciada el 25 de septiembre, también se granjeó aplausos y pateos. En cambio, el público la amó: habiendo costado 60.000 euros (Chávarri y Gimpera recuerdan que se ajustaron mucho los costes, y la actriz regaló una semana más de rodaje sin cobrar), recaudó (al cambio de hoy) casi 300.000 euros y vendió 530.000 entradas. En su casa en Madrid, en 2023, Chávarri acaba el viaje: “Recuerdo verla en el estreno. Me quedé asombrado. Y desde ese momento me encanta írsela descubriendo a la gente, a distintas generaciones de amigos. ¡Y vamos que si gusta! Porque lo increíble de El espíritu de la colmena es que siendo tan concreta en lo narrado no tiene nada que ver con nada. Vive fuera del tiempo y del lugar”.
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