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Mondrian contra Hilma af Klint: una historia alternativa (y espiritual) de la abstracción

Una exposición en la Tate Modern compara las obras del pintor holandés con las de la olvidada artista sueca, redescubierta hace una década, para construir un nuevo relato sobre el abandono de la figuración

'Adultez' (1907), de Hilma af Klint, y 'Composición con rojo, negro, amarillo, azul y gris' (1921), de Piet Mondrian.
'Adultez' (1907), de Hilma af Klint, y 'Composición con rojo, negro, amarillo, azul y gris' (1921), de Piet Mondrian.Hilma af Klint Foundation/Kunstmuseum Den Haag
Álex Vicente

Las comparaciones son odiosas, pero están cada vez más de moda en los museos de arte. En Madrid, el Prado propone este verano una exposición que enfrenta a Picasso con El Greco. En París, dos de las muestras del año son estudios comparativos entre maestros de la pintura: el Museo de Orsay busca los paralelismos entre Manet y Degas, mientras que la Fundación Louis Vuitton ha preferido contraponer a Warhol con Basquiat. En Londres, la Royal Academy lleva años apostando por este ejercicio: una muestra comparó a Dalí con Duchamp y otra, a Munch con Tracey Emin. Buscar puntos de encuentro entre parejas insólitas permite releer la historia del arte desde ángulos novedosos.

La Tate Modern se suma a esta moda con Forms of Life, una exposición que enfrenta la obra de Piet Mondrian, el pionero holandés de la abstracción, con la de Hilma af Klint, la pintora sueca, desconocida en su tiempo, que habría roto con el lenguaje figurativo por lo menos cinco años antes que Kandinsky. De entrada, el emparejamiento parece forzado: la obra de los dos artistas, que podrá verse en el museo londinense hasta el 3 de septiembre (después irá al Kunstmuseum de La Haya), no guarda muchos parecidos a primera vista. Mondrian pintaba sus conocidas retículas que rellenaba con una paleta de colores primarios, mientras que Af Klint prefería los círculos, los óvalos y las espirales en tonos pastel. La obra del primero, influido por el constructivismo ruso, parece cartesiana hasta la médula. La segunda, adepta del ocultismo, solía pintar bajo los efectos de la hipnosis.

'Botanical Drawing' (1890), de Hilma af Klint, y 'Red Amaryllis with blue background' (1909-10), de Piet Mondrian.
'Botanical Drawing' (1890), de Hilma af Klint, y 'Red Amaryllis with blue background' (1909-10), de Piet Mondrian.

La muestra descubre coincidencias insospechadas entre ambos. Los dos pintores nacieron con una sola década de diferencia: la sueca, en 1862, y el holandés, diez años después. Recibieron una formación académica y empezaron pintando paisajes tirando a convencionales, antes de abandonar progresivamente la figuración. En esa transición, su fascinación por la flora y la fauna jugó un papel fundamental. Los estudios botánicos de uno y otra que se exponen en Londres indican una voluntad común de utilizar el lenguaje artístico para hacer visibles (y comprensibles) las leyes de la naturaleza. En el caso de Mondrian, en muy pocos años pasó de firmar acuarelas bucólicas a convertir las ramas de los árboles en rectángulos. “Se trata de ofrecer una historia alternativa de la abstracción geométrica y repensar su relación con la naturaleza, dejando atrás los tópicos que aseguran que los pintores abstractos rechazaron el medio natural”, afirma la comisaria Briony Fer.

La rígida simetría de los cuadros de Mondrian puede indicar una racionalidad extrema. La Tate enuncia una tesis novedosa: en realidad, su obra geométrica surge de un interés por el esoterismo que lo emparenta con Af Klint. Los dos artistas estuvieron asociados, desde los primeros años del siglo XX, a la Sociedad Teosófica fundada por el filósofo y ocultista Rudolf Steiner. Como él, ambos pintores estaban convencidos de que la humanidad y la naturaleza formaban parte de una sola entidad cósmica disuelta en el éter, energía invisible e indivisible que lo aunaba todo. Los dos pintaron, con tres años de diferencia, sendos cuadros con el título de Evolución, que transmitían esa misma idea.

'Evolution' (1911), de Piet Mondrian, y 'Evolution' (1908), de Hilma af Klint.
'Evolution' (1911), de Piet Mondrian, y 'Evolution' (1908), de Hilma af Klint.

Con todo, las diferencias entre ambos también abundan a lo largo del recorrido. La principal tiene que ver con su posteridad. Mondrian pasaría a la historia como una figura clave de la ruptura que fueron las vanguardias y conquistó la fama desde los años diez del siglo pasado. Af Klint, en cambio, sería ignorada hasta su muerte en 1944, el mismo año en que falleció el holandés, y no fue reconocida del todo hasta hace una década. En 2013, el Moderna de Estocolmo redescubrió su obra, expuesta hasta entonces con cuentagotas, en una gran exposición que luego viajó por toda Europa. Cinco años después, el Guggenheim de Nueva York le dedicó una retrospectiva por la que pasaron 600.000 visitantes, lo que la convirtió en la más vista de la historia del museo.

Desde entonces, Af Klint se ha convertido en un fenómeno pop y ha inspirado documentales, biografías, experimentos con la realidad virtual y colecciones de moda, alcanzando un nivel de fama que solo superan un puñado de mujeres artistas, como Frida Kahlo o Yayoi Kusama. Hasta no hace tanto, su obra ni siquiera era considerada arte, sino una nimiedad esotérica. Hace solo diez años, el MoMA se negó a incluir una de sus obras en una muestra sobre los orígenes de la abstracción. En 2019, corrigió el error durante la gran reapertura de su colección permanente en clave woke y colgó un cuadro de Af Klint (un préstamo) al lado de obras de Kandinsky, Delaunay y Kupka. “Ahora ya no parece una extraña entre estos nombres. Sus obras ya no parecen secundarias”, admitía entonces la conservadora jefa del MoMA, Ann Temkin, en la sala dedicada a los primeros pintores abstractos.

Mondrian pasaría a la historia como una figura clave de las vanguardias, mientras que Af Klint fue ignorada hasta su muerte en 1944

La Tate Modern subraya ahora tres ideas que llevan años ganando influencia en el mundo del arte. La primera es que, en la carrera hacia la abstracción, no importa demasiado quién llegó en cabeza a la meta. Esta búsqueda formal era compartida por decenas de artistas que pintaban de maneras parecidas en puntos distintos del planeta, pese a no conocerse: es el caso de Af Klint y Mondrian, que nunca coincidieron y que no podían conocer sus obras respectivas. Como todos los cambios de paradigma en la historia del arte, de la pintura de género a la imagen en movimiento, la abstracción no se debió al genio individual de un visionario, sino a una inquietud común.

En segundo lugar, la muestra integra la teosofía y el ocultismo en una historia del arte del siglo XX, como ya hizo el Grand Palais de París en 2018 con una rompedora retrospectiva dedicada a Kupka. Después de todo, el influyente ensayo que Kandinsky publicó en 1911 se titulaba De lo espiritual en el arte. “En este nuevo contexto, Af Klint ya no parece una figura marginal, ni Mondrian necesariamente tan mainstream”, escribe Frances Morris, directora de la Tate Modern hasta hace unos meses, en el catálogo de la exposición, donde se dice partidaria de romper con “el monocultivo de la historia del arte”. Y, por último, la muestra insiste en la obsesión por redescubrir artistas ignoradas en su tiempo, a los que los museos abren ahora, de par en par, las puertas que les cerraron en tiempos no tan lejanos.

Una de las 'Pinturas para el templo' (1906-1915) de Hilma af Klint, y 'Composition in colour B' (1917), de Mondrian.
Una de las 'Pinturas para el templo' (1906-1915) de Hilma af Klint, y 'Composition in colour B' (1917), de Mondrian.

En Barcelona, el MNAC expone este verano La mano guiada, una muestra sobre dos mujeres que entendieron el acto creativo, igual que la pintora sueca, como un estado alterado de la conciencia: la catalana Josefa Tolrà y la británica Madge Gill. Las dos nacieron en los años 1880 y murieron en torno a 1960. No se conocían de nada, pero las dos dibujaron de manera automática durante largas noches y difundieron mensajes místicos, pacifistas y feministas a través de caligramas poéticos y espirales cósmicas que aspiraban a representar lo invisible. Lo mismo podría decirse de Georgiana Houghton, otra artista (y médium) descubierta en los últimos años.

De vuelta a Londres, la Tate cierra el recorrido con las Pinturas para el templo de Af Klint. La artista pintó esa docena de lienzos siguiendo las órdenes de un supuesto ángel llamado Amaliel. Lejos de ridiculizarla, la muestra contrapone esa serie con las míticas composiciones de Mondrian, los recuadros negros manchados de rojo, azul y amarillo en las que empezó a trabajar en 1916 —un año después de que Af Klint concluyera su serie— y que acabaron cambiando la historia del arte. Bajo su aspecto sensato y solemne, pretendían contraponer lo espiritual y lo material, lo masculino y lo femenino, demostrando una voluntad similar a la de su correligionaria sueca. “Su unión es la felicidad”, dejó escrito. De repente, los cuadros de Af Klint ya no parecen obras de una lunática, sino un experimento adelantado a su tiempo.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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