El Museo del Prado dedica una sala a falsificaciones geniales
La pinacoteca inaugura una exposición permanente con obras de reconocidos pintores que imitaban el estilo y la técnica de otros artistas hasta hacerlos indiferenciables
Al napolitano Luca Giordano (1634-1705), también conocido en España como Lucas Jordán, su padre le llamaba Luca fà presto (Luca, date prisa) por su extraordinaria velocidad para pintar obras salidas de su talento, pero también para imitar a sus maestros preferidos, entre los que se contaban Rafael, Rubens y Tiziano. El Museo del Prado ha inaugurado la sorprendente exposición permanente (Sala 40) En los límites de la creatividad: copias, versiones, pastiches y falsificaciones, donde recoge trasuntos magistrales de otros tantos grandes artistas de entre los siglos XV y XX, que imitaban obras del Renacimiento.
El Prado atesora “un considerable número de copias al haber heredado una parte de las que pertenecieron a las Colecciones Reales y a las instituciones eclesiásticas desamortizadas”, indica el museo. Las razones por las que una de las mejores pinacotecas del mundo las guardó oscilan entre “la imposibilidad de poseer los originales célebres y su propio valor como testimonio del talento de copistas de renombre”, entre ellos Eugenio Cajés, Pietro Facchetti o Manuel Ramírez Ibáñez.
La Corona española, desde los primeros Austrias, encargaba copias de grandes pinturas para dejar constancia de obras importantes que iban ser regaladas a otros reyes o nobles, aunque también aceptaba recibir versiones de maestros extranjeros de los que no poseía los cuadros originales. Además, cuando se crearon las academias, se impulsó la copia de los grandes artistas como método esencial de aprendizaje de los pintores noveles. Su momento álgido fue el siglo XIX.
Luca Giordano interpretó La Sagrada Familia con san Juanito, también conocida como Virgen de la rosa, de Rafael, tan fielmente que “sorprendió a sus contemporáneos por su extraordinaria capacidad para imitar el estilo de varios grandes maestros del pasado”. En esta obra, emula el estilo del genio italiano, si bien reinterpreta con libertad a la virgen. Para dejar claro que es una copia de uno de los pintores más aclamados del Renacimiento, Giordani firmó las iniciales RSV (Rafael Sanzio de Urbino) en la zona inferior derecha, dejando claro que en la imitación había “cierta intención falsaria”.
El autor de la copia de Bodas de Psique y Cupido, de Giulio Romano (1499-1546), no dejó su firma, pero sí se conoce que no pudo acceder al original, pintado en el Palazzo Te de Mantua, por lo que utilizó un grabado del renacentista Giorgio Ghisi. Esto permite que se aprecien diferencias en el fondo, en el primer término y, sobre todo, en el color. Las obras de Ghisi solo incluyen tonalidades que van del blanco al negro.
Felipe III le regaló en 1603 a su primo, el emperador Rodolfo II, El rapto de Ganímedes y La fábula de Leda, de Antonio Alegri da Correggio. Pero los cuadros gustaban tanto al monarca donante que encargó a Eugenio Cajés (1574-1634) una obra que finalmente cobró un valor especial al documentar la posición de la princesa etolia en el original, antes de que fuese dañada en el siglo XVIII.
Cuando Antonio Pérez, secretario de Felipe II, huyó de Castilla camino de Aragón, Francia e Inglaterra, tuvo que dejar atrás todas sus pertenencias, entre ellas Cupido, una obra de Parmigianino (1503-1540), en la que se refleja al amorcillo tallando un arco. Felipe III se la regaló, junto a otras, también a Rodolfo II, pero antes “mandó realizar esta copia para guardar memoria del original”. Cajés fue también el encargado.
En 1516, Rafael retrató juntos a sus amigos humanistas Agostino Beazzano y Andrea Navagero. Sin embargo, años después un pintor del que no se guarda su nombre, pero posiblemente de origen veneciano, “calcó el original y realizó un duplicado exacto”. En 1686, la copia llegó a España y fue colgada en la Galería del Mediodía del Alcázar de Madrid, pero con los personajes separados.
Demanda exponencial de El Greco
A finales del siglo XIX, la demanda de pinturas de El Greco aumentó exponencialmente, lo que disparó el número de copias y de falsificaciones, muchas de ellas de mala calidad, pero otras no tanto. La costumbre del cretense de hacer él mismo variaciones en sus réplicas, incitó a los copistas a “introducir sucedáneos fraudulentos con diferencias respecto a los originales” difíciles de detectar. Fue el caso de La Adoración de los pastores. Cuando los expertos del Prado la radiografiaron, descubrieron que bajo su pintura se ocultaba otra copia de una figura de época posterior a la del Greco.
El conquense Juan Bautista Martínez del Mazo (1611-1667) era un especialista en pintar versiones de Tiziano, Rubens, Snyders y Paul de Vos. Además, se mostraba tan cercano a la estela de Velázquez ―tanto en iconografía de los modelos oficiales como en su técnica― que los especialistas han tenido serios problemas para “diferenciar la atribución de algunas obras”, admite el Prado. La exposición muestra Diana y Acteón y Diana y Calisto, obras copiadas de Tiziano. Su habilidad para reproducir a los grandes maestros e imitar su estilo hizo que Del Mazo se dedicase a realizar versiones en pequeño formato de las originales y vendérselas después a monarcas y nobles ingleses. Los primeros para decorar sus palacios, los segundos para emular los gustos de los soberanos.
En el siglo XIX, los estudiantes de pintura españoles pensionados en Roma imitaban a los grandes maestros a escala real con el fin de captar lo mejor posible su técnica pictórica. Y eso fue lo que hizo Manuel Ramírez Ibáñez (1856-1925) con El Amor Sacro y el Amor Profano, de Tiziano. Realizó una copia, pero como el cuadro original, por falta de restauración, presentaba un color ambarino y él no lo sabía, le dio la misma tonalidad. Hizo una copia tan exacta que incluía la suciedad acumulada durante siglos.
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