Más malo imposible: así es el villanoperfecto

EL PAÍS junta rasgos de varios iconos de crueldad en cine, literatura o cómics para construir el retrato de la némesis ideal y explicar a partir de ahí por qué el público los adora incluso más que a los héroes

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Más malo imposible: así es el villano perfecto

EL PAÍS junta rasgos de varios iconos de crueldad en cine, literatura o cómics para construir el retrato de la némesis ideal y explicar a partir de ahí por qué el público los adora incluso más que a los héroes

Tommaso Koch

Detener a los villanos es el objetivo de cualquier superhéroe. Pero, al menos una vez, justo antes de apretarles las esposas a sus némesis, Batman debería darles las gracias. Joker, el Pingüino o Dos Caras le han quitado el sueño más de una noche. Y a toda Gotham. Sin embargo, también lo convirtieron en una leyenda. Solo un Caballero Oscuro podía derrotar a tamaños adversarios. Aunque, últimamente, la misión de los buenos se antoja cada vez más difícil. Porque los malos han aprendido a arrasar no solo ciudades, sino también corazones. Antes robaban dinero; hoy, protagonismo. Tienen sus propios cómics, películas, series, novelas o ensayos. Sus legiones de seguidores. E incluso homenajes: la colección de tebeos Un mal día, que está publicando ECC, se rinde cada mes ante un enemigo distinto del Murciélago.

Cruella De Vil aterrorizó a 101 dálmatas y a muchos más niños. Y, gracias a ello, se mereció un filme entero para ella. Darth Vader perdió el duelo de sables láser ante Luke Skywalker, pero machaca a su hijo en fama: su búsqueda ofrece el doble de resultados en Google. Y Hannibal Lecter tenía razones de sobra para enseñar sus dientes: es la imagen que queda de El silencio de los corderos. “El villano es, en el cine de hoy en día, la figura clave en su evolución, podríamos decir que incluso más importante dentro del relato que el propio héroe”, señala el estudio La evolución del personaje del villano en el cine español (1982–2015), de los investigadores universitarios Rosalía Linde e Ignacio Nevado. “A la mayoría de nuestros personajes favoritos de ficción no los hemos elegido por sus virtudes, sino por la fascinación y la inquietud que nos suscita su vileza”, argumenta el libro Elogio de la abyección (Altamarea), de Carlos Clavería Laguarda. Puede que tanta derrota haya acostumbrado a los villanos a mejorarse. O que seducir al público forme parte de su nuevo plan de dominio global. Pero lo cierto es que cuidan cada vez más su magnetismo.

“Solía bastarles con ser malos. Ahora la audiencia pide más matices. Quiere empatizar, aunque condene sus elecciones”, aporta la escritora Emma G. Rose, que ha creado unos cuantos en sus novelas fantásticas. “Como seres humanos, deseamos buenas historias. Y deben tener un villano. Si no, resultan sosas”, agrega Tori Telfer, autora de dos libros (en Impedimenta) sobre asesinas y estafadoras reales del pasado. Necesarios. Fascinantes. Terroríficos. Complejos. Y parecidos a sus rivales. “En la primera década del siglo XXI, la frontera entre héroe y villano termina de desdibujarse”, destaca el informe de Linde y Nevado. Por estas y otras razones, EL PAÍS ha intentado reconstruir el villano ideal, a partir de rasgos de algunos de los más célebres, seleccionados partiendo de una decena de entrevistas y listas como la del Instituto del Cine Americano.

Haga scroll y descubra las características del villano perfecto.

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La sonrisa libre del Joker

Cuando Javier Bardem recibió el guion de No es país para viejos pensó: “Esto hay que hacerlo”. “Lo ves”, contaba el actor hace unas semanas. Y se refería a esa historia estupenda que todo intérprete desea, pero solo llega “cada muchos años”. El terrible Anton Chigurh, que concibieron los hermanos Coen, lo llevó hasta el Oscar. Y a la historia del cine, donde los malos abundan. “Suelen estar mejor escritos. Permiten a los autores arriesgar, con más libertad creativa”, sentenciaba Luis Zahera, justo antes de ganar el Goya con el inquietante aldeano que idearon Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña en As bestas.

Por definición, los villanos reniegan de reglas y límites que no sean los suyos. Es el héroe el encargado de mantener el orden. Ellos, al revés, buscan destruirlo. “Tienen todo tipo de forma, género, raza o religión”, agrega Michael Baser, productor y responsable del departamento de escritura de la escuela de cine de Vancouver. Terminator, la muñeca Annabelle, el ordenador HAL, Freddy Krueger o la profesora Agatha de Matilda están ahí para darle la razón, entre otros miles de ejemplos.

Buena parte del éxito de las películas finales de Los Vengadores se debía a un enemigo a la altura, Thanos, según las críticas. La última cacería de Kraven (Panini) no se considera uno de los mejores tebeos de Spiderman por su protagonista, sino por cómo un villano atormentado lo lleva hasta el límite. Aunque quizás el malvado libre por excelencia sea Joker. Hasta el punto de rebelarse ya en su primera aventura, allá por 1940. Debía morir, pero su impacto sugirió a la editorial, DC Comics, añadir una viñeta. “¡Va a sobrevivir!”, gritaba un doctor. Más de 80 años después, rebosa salud. Han pasado los dibujantes, guionistas y actores, pero el personaje ha mantenido su reinado en medio del caos: La broma asesina, Tres Jokers o Una muerte en la familia (todos en ECC) pertenecen a la historia del cómic. Los telefilmes de los sesenta, Jack Nicholson, Heath Ledger y ahora Joaquin Phoenix hicieron mella en la pantalla. Hasta que el payaso regrese, con su esperadísimo segundo filme en solitario. Un musical delirante. Pura libertad.

Las dudas de Darth Vader

“Un villano realmente fascinante no es totalmente irredimible. Tenemos que preguntarnos si quizás, solo quizás, pueda cambiar de idea”, sostiene Tori Telfer. Para ello, el malo debe haber sido bueno anteriormente. O, al menos, plantearse otra visión del mundo. La que permite que Darth Vader recapacite un instante antes de que sea tarde; que los fantasmas le enseñen una lección al señor Scrooge; o que la Bestia se vuelva bello príncipe. Y viceversa: el presunto héroe del videojuego The Last Guardian se convierte en un demonio a fuerza de obcecarse con su misión; y Carrie pasa de víctima a verdugo, harta de las torturas que padece en la novela de Stephen King y su adaptación al cine. “La clave de cualquier personaje cautivador, sea un héroe o un villano, es una historia poderosa detrás”, resume Michael Baser.

Resulta que luz y sombra se acercan. Los malos cuentan con sus motivos, padecen sus traumas y, quizás, hasta tengan razón. En Un mal día: El acertijo, el guionista Tom King retrata al enemigo más ocurrente de Batman como un niño aplastado por presiones y malos tratos; la némesis más temida de Spiderman, Veneno, sufre luchas interiores, enfermedades terminales e injusticias en cómics como Nuevas formas de morir u Origen Oscuro (Panini). Y cualquiera que haya visto Psicosis recuerda la secuencia de la ducha, pero también la enfermiza relación de Norman Bates con su madre. Los grandes villanos provocan temor, pero también compasión. O incluso admiración: para eliminar a su querido Sherlock Holmes, el escritor Arthur Conan Doyle creó al profesor Moriarty. Igual de inteligente, perspicaz, brillante. Genio absoluto. Simplemente, del lado equivocado. Aunque, en realidad, hasta eso es discutible: pese a dos milenios de debates, ética y filosofía todavía no se aclaran sobre qué son el bien y el mal.

La crueldad humana de la enfermera Ratched

Está claro que Joker da miedo. Pero asusta más aún, quizás, lo que le espeta a Batman en La broma asesina, escrito por Alan Moore: “¡Solo hace falta un mal día para sumir al hombre más cuerdo del mundo en la locura!”. O, dicho de otra forma, todos podríamos ser él. El horror está poblado de monstruos y criaturas desagradables. E infinitos ensayos han estudiado cómo la propaganda política deshumaniza al enemigo. Porque un villano tan distinto aterra, pero también proporciona cierto confort: es inevitablemente otro.

La historia y la cultura, sin embargo, están llenas de ejemplos contrarios. Empezando por el Holocausto. Humanos masacrando a humanos. Como mostró Hannah Arendt con su teoría sobre la banalidad del mal. O como relata Éric Vuillard en la novela El orden del día (Tusquets), sobre una reunión secreta de industriales alemanes que decidieron apoyar a Hitler por puro cálculo económico. Tantos malvados granitos de arena, hasta sumar un desierto de atrocidades. “Un malo basado en la realidad resulta mucho más espeluznante, porque significa que puede existir e incluso que cabe la opción de encontrárselo”, subraya el escritor y actor Rikki Lee Travolta. “Los monstruos dan miedo, pero un malvado familiar da más”, remata Tori Telfer. En Damas asesinas y Maestras del engaño, la escritora y periodista ha reunido decenas de ejemplos. Señoras “virtuosas del arsénico”; abuelitas sin escrúpulos; hermanas aliadas en la estafa.

Casos parecidos aparecen en las noticias, cada día. Hamlet, Perdida, La naranja mecánica, The Last of Us, Crimen y castigo, El resplandor o La noche del cazador han perturbado los sueños de muchos. Y la serie Mindhunter, de David Fincher, narraba cómo el FBI empezó a estudiar el perfil psicológico de los asesinos en serie. “Es cierto que cualquiera puede convertirse en Joker. Aunque creo que haría falta más de un mal día. Quizás una mala vida, aplastada bajo el yugo de la ley o la sociedad una y otra vez”, apunta Telfer. O bajo la crueldad de la enfermera Ratched, de Alguien voló sobre el nido del cuco: en lugar de apoyo, maltrato. En vez de comprensión, tortura. Un tratamiento al revés, para darle la razón a Joker: hasta el paciente más cuerdo puede terminar enloquecido.

El poderoso ojo de Sauron

No hay gran villano fácil de derrotar. Al revés, cuanto más complejo, mejor. Los momentos más emocionantes de un videojuego de acción suelen coincidir con los llamados boss fights: combates contra enemigos especialmente duros. Cualquiera que haya disfrutado la saga God of War lo sabe. Aunque existe incluso un paso más, donde la excitación se mezcla con el tembleque: en los videojuegos survival horror, al adversario no se le puede vencer. Solo cabe esquivarlo o huir. Como símbolo, el Xenomorfo de la saga de Alien. Máquina perfecta de matar en las películas. Y acechador implacable en la aventura interactiva Isolation, ya que su impredecible comportamiento impedía al jugador aprender cómo evitarlo.

“Todos los villanos representan un miedo. Incluso malos como Gordon Gekko [Wall Street] o el señor Burns, que encarnan el terror a perderlo todo ante el neoliberalismo más atroz”, tercia Manu González, crítico de cómics y autor de Villanos fantásticos (Redbooks), un repaso impreso a 50 estrellas del lado oscuro. En su ensayo Supergods (Turner), el guionista Grant Morrison muestra la coherencia entre los malos más habituales en los tebeos y los temores dominantes en cada época: en los cuarenta, gánsteres, maníacos y matones; en los ochenta, “depredadores corporativos”. Y agrega: “No fue hasta el cambio de siglo cuando un nuevo enfoque [...] cristalizó en torno a una idea terrible [...]: ¿y si los villanos ya hubieran ganado?”. Poderío, desde luego, no les falta. Porque, a la vileza, el malo suele sumar algún otro don excepcional: dinero, fuerza, astucia, crueldad, insistencia, carisma o algún superpoder. Lo que pone en valor el reto del héroe: ¿cómo ocultarse ante el ojo en llamas de Sauron que todo lo ve? ¿Cómo derrocar a un león dispuesto incluso a asesinar a su hermano? Cuanto mayor se antoja la amenaza, más se necesita a la teniente Ripley o a James Bond. O incluso a todos los baluartes del bien juntos: véanse las grandes sagas de superhéroes de DC, como las Crisis (ECC), o de Marvel, como Guerra secreta, El guantelete del infinito o La era de Apocalipsis (Panini).

Aunque, a la vez, un buen autor debe saber frenar los excesos de su villano. De atractivo, sobre todo. “Por supuesto me preocupa tener demasiada empatía u olvidarme de las víctimas. Es una línea fina y no hay respuestas sencillas: sigues caminando y esperas hacerlo decentemente”, reflexiona Tori Telfer. Muchos adoraron la serie Narcos; otros, sin embargo, lamentaron tan magnético retrato de Pablo Escobar. Los mafiosos de El padrino eran muy malos, pero glamurosos e inolvidables. Así que la serie Gomorra se esforzó por hacer despreciables a sus camorristas a ojos del público. Otra cosa, eso sí, es que lo consiguiera.

Las manos ensangrentadas de Lady Macbeth

Las historias las escribían ellos, sobre ellos y para ellos. Así sucedió durante siglos. De ahí que los grandes villanos, igual que los héroes, fueran casi siempre exclusiva de los hombres. El ensayo De Hitler a Voldemort (Prensas de la Universidad de Zaragoza), de Sara Martín Alegre, los entiende como “elemento central de una fábula admonitoria sobre los riesgos de acumular un poder excesivo, que es la quintaesencia del patriarcado”. Puede que brujas y femmes fatales representen la principal excepción al relato dominante, aunque embebidas a menudo de prejuicios, como cuestionan ensayos recientes como El diablo es mujer (Lunwerg), de Elena Gallén y Sara Herranz, u Hombres fatales (Acantilado), de Elisenda Jubert.

Quizás a las mujeres no se las considerara dignas de ser temidas. Aunque tal vez la realidad sea más amplia, como señala Tori Telfer: “Las criminales se han beneficiado extrañamente de la idea de que ellas no pueden delinquir. Es importante recordar que la mayoría de los criminales violentos son hombres, lo que explica por qué lo son muchos villanos. A la vez, siempre ha existido la idea de que las mujeres son malvadas, retorcidas, falsas, así que no creo que podamos atribuir el fenómeno a la imagen femenina tradicional. Es fácil culpar al machismo. Pero la verdad es más compleja, y precisaría contestar a preguntas como: ¿por qué los hombres matan más que las mujeres? ¿Quieren ellas secretamente ser más violentas de lo que son, pero la sociedad no se lo permite? ¿De dónde viene la pulsión hacia la violencia?”.

Hace dos siglos que Úrsula intentó arruinarle la vida a la sirenita Ariel. Las manos de Lady Macbeth llevan varias generaciones manchadas de sangre. Y ya en 1987 Stephen King ideó a Misery, la secuestradora que Kathy Bates sublimó luego en la pantalla. Todas ellas, eso sí, concebidas por hombres. Y a veces, con estereotipos de género, ya fueran voluntarios o no. Aunque, como en otros ámbitos, las cosas están cambiando. Cersei Lannister. La bruja blanca. Harley Quinn. Nina Myers. Tía Lydia. Las malvadas más o menos recientes no faltan, creadas también por ellas. Hasta Batman o Thor se vieron amenazados recientemente por poderosas enemigas. La lucha por la igualdad lo agradece. Aunque es posible que algún hombre también se sintiera identificado, en otro sentido, ante el avance del feminismo.

Michael Myers, implacable una y otra vez

Máscara blanca. Mono azul. Cuchillo de cocina. Y una sed insaciable de sangre. La caza del asesino Michael Myers a la pobre Laurie empezó en 1978. Y continúa a día de hoy, 13 películas y casi medio siglo después. La saga Halloween ilustra hasta qué punto una némesis puede obsesionarse con eliminar al héroe. También ofrece otro ejemplo de malo humano, con traumas, y arropado por el público. Pero, además, muestra que ni la amenaza más imbatible puede rebelarse ante un villano mayor: el dinero. Al superhéroe de éxito se le sigue explotando. Si el malo quiere parecérsele, ha de aceptar las mismas condiciones. Aunque, tras la reducida taquilla de Halloween: El final, en 2022, los planes de más secuelas parecen congelados. De momento.

“Si la literatura siguiera siendo un hecho moral, como decía Italo Calvino, el héroe sería más importante que el villano. Como la novela es mayormente un género editorial o industrial, el villano es más importante porque rinde más. Y sus características no dependen solo de la creatividad del autor, sino también de las intenciones que tienen los directores comerciales”, apunta Carlos Clavería Laguarda. Habla de literatura, pero bien podría hacerlo de otros ámbitos. Para disparar la expectación sobre la serie Obi-Wan, Disney recurrió al último regreso de Darth Vader. Pero ni el nuevo combate entre maestro y discípulo evitó las críticas irregulares. Tampoco ha tenido mejor suerte la reciente quinta entrega de Scream. Varias reseñas indicaban que, a fuerza de repetir idénticas fechorías, miedo y respeto desaparecen. Y entonces triunfa el villano que más teme un espectador: el aburrimiento.

Créditos:

Diseño, ilustración y dirección de arte: Fernando Hernández
Desarrollo: Carlos Muñoz

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