Luis Zahera, de recogedor de abrigos de lujo a favorito al Goya
El gallego, que opta a su segundo ‘cabezón’ a mejor actor de reparto por ‘As bestas’, repasa su carrera y sus antiguos problemas con el ego, materiales que ahora condensa en el monólogo teatral ‘Chungo’
Para aprender a llamar, Luis Zahera (Santiago de Compostela, 56 años) se tuvo que ir hasta Nueva York. Al fin y al cabo, no podía tenerle pánico al teléfono si de verdad quería ser actor. Y eso, según cuenta, lo decidió el mismo día que su hermana lo llevó por primera vez al teatro, con 16 años. Era el 12 de febrero de 1982, Angélica en el umbral del cielo. “Sentí una revelación. Como si la luz del escenario me pasara por la cabeza”, rememora. Hacerse intérprete aficionado se le antojó sencillo. Pero, entonces, descubrió que su cabeza se interponía entre su sueño y él: “Me daba miedo ir a los castings. No era capaz de dar el paso a profesional. Y me frustré”. Resultó que su madre tenía lazos en la Gran Manzana. Una colecta familiar costeó visado, vuelo y demás gastos. Y allá que se fue el joven Zahera, de su Santiago de Compostela natal hasta el otro lado del océano, en busca del coraje.
Antes, en realidad, encontró en Nueva York cosas más prosaicas. Por ejemplo, un trabajo como colgador de abrigos en un elegante restaurante italiano. Y una sorpresa, a fuerza de curiosear en los bolsillos de los clientes: “¡Una cabeza de conejo disecada!”. Su periplo lo llevó hasta la pintura o la demolición de edificios, incluidas unas obras en las Torres Gemelas. Tanto que su padre, “que tenía un gran humor negro”, fue el primero en llamarlo cuando el atentado de Al Qaeda las derribó, una década después: “Hijo mío, no tendrás nada que ver, ¿no?”. Pero, a fuerza de aventuras, Zahera consiguió también lo que perseguía. De ahí que, a su vuelta, en cuanto supo que al director teatral Roberto Vidal Bolaño le faltaba un personaje para su obra, hiciera lo que nunca había osado antes: se postuló.
Hay más hilos que conectan el comienzo de su carrera profesional con el presente de un intérprete reconocido, al que todos ya auguran su segundo Goya, por As bestas, en la gala del sábado en Sevilla. Porque Vidal Bolaño lo citó en una coctelería, le dijo que el papel vacante del espectáculo era “un borracho” y que le hiciera una demostración ahí mismo. Los clientes del bar difícilmente imaginarían que asistían a una performance. Y, de paso, al primero de muchos papeles sombríos e inquietantes de Zahera. “Partamos de la base de que el problema serio es no trabajar. Pero es cierto que en muchos casos cuentan conmigo solo para los villanos. Me dicen: ‘Qué maravilla tenerte como malo’. Está bien, pero espero que también pueda cambiar. Puede que en España te encasillen un poco”, reflexiona él. Aunque quizás el mejor resumen sea el título del monólogo teatral y personal que el actor representa estas semanas en Madrid y Barcelona: Chungo.
Así se podía definir también el que considera su primer “papel importante”: en el corto O matachín, de Jorge Coira, junto con Luis Tosar. O el empresario corrupto que le dio su primer Goya, por El reino, de Rodrigo Sorogoyen. Y, desde luego, algo chungo también corroe al aldeano gallego que interpreta en As bestas, del mismo cineasta.
Sin embargo, a la vez, su último filme demuestra también todo lo que ha cambiado. Su embriaguez teatral apenas ocupaba el escenario 10 minutos, tras una hora y media de obra. En su debut en el cine, Divinas palabras (José Luis García Sánchez, 1987), tan solo tenía una secuencia, con Paco Rabal, y una frase, que ahora recupera con una sonrisa: “A su mujer la traen en un carro, expuesta a la vergüenza”. Y por más que su diálogo con Antonio de la Torre en un balcón impactara a muchos espectadores de El reino, el filme gravitaba alrededor del actor malagueño.
En As bestas, en cambio, Zahera constituye probablemente el pilar principal. Suyo es el personaje más comentado del filme; suya una frase que ya ha entrado en la iconografía del cine español —”¿te aburres, francés?”— y suyo un talento que hizo confesar a su compañero de reparto Diego Anido en una reciente entrevista con El Español: “Zahera me imponía”.
Durante la conversación, el actor también hace gala de una memoria prodigiosa. Cada vez que comenta una obra de su pasado, recupera rápidamente nombre y apellido de director y compañeros de reparto. Recuerda la fascinación del chiquillo que de repente actúa en una película con Ana Belén y Aurora Bautista, y más cuando la segunda decía palabras como “algarabía”; cita a Shakespeare igual que a un guitarrista gitano que un día hechizó con su música a él y sus amigos por las calles de Santiago. “Era un ser milagroso. Le preguntamos: ‘¿Cómo hay que hacer para llegar a tu nivel?’. Nos contestó: ‘Hay que saber muchas cosas’. Se me quedó grabado”.
Así que lo sigue aplicando, a su vida y a sus papeles. Pese a su consagración, eso sí, los personajes de Zahera casi nunca acaparan los focos. Se quedan cerca, pero a un lado, mientras brilla otro. “Con 22 años todos queremos hacer Hamlet, pero luego te das cuenta de que no podemos ser todos protagonistas. Si cae uno, estupendo, pero yo me considero actor secundario y feliz”, tercia. Quizás sea la madurez, los aplausos recibidos o un cambio de mentalidad. Porque el intérprete confiesa un pasado más turbulento: “Tuve mi momento egocéntrico. Pensaba que solo yo sabía cómo hacerlo. Te lleva a ser un actor problemático y es absurdo. A la gente le cambia la cara, te conviertes en un pequeño dictador. No lo digo yo, pero estoy de acuerdo: ‘El demonio no existe. Eres tú, tu ego”.
Un par de ejemplos prácticos parecen corroborar su visión. En ambos, Zahera se corrige a sí mismo. Primero, se detiene nada más emplear el término “fundamental”: “Es una palabra muy pretenciosa”. Y, poco después, cuando nota que una frase lo está llevando inconscientemente a compararse con Javier Bardem, se frena en corto. A su compañero de profesión y reparto en Los lunes al sol, en cambio, sí lo implica en un parangón prestigioso: “Para hacer una excepción al discurso del ego que yo entienda, al menos debes tener el talento de Bardem o Marlon Brando”.
Todo ello no significa que Zahera haya renunciado a sus ideas. Se lo conoce por ser un actor dado a la improvisación, a aportar toques propios a sus personajes. Dice que lee novela negra mexicana para reforzar su vocabulario; que en su reciente viaje a Cuba apuntó unas cuantas expresiones; o que los comentarios del público también le sirven para amoldar sus papeles.
Mayor riqueza creativa, sin duda; pero también más potencial de conflicto con los directores. “Cuando empecé, el guion era intocable. Hoy hay cineastas jóvenes que de golpe rompen dos páginas y las modifican. Te encuentras con gente que escribe de maravilla. Y otros que no quieren variar nada”, reflexiona. En As bestas, Sorogoyen y él encontraron un terreno común: el director, con fama de tenerlo todo muy controlado, se mostró abierto a “cambiar algunas cosas”, según Zahera; y, a la vez, él entiende que aportaciones suyas acabaran descartadas. Es más: la secuencia favorita del intérprete fue eliminada en fase de montaje.
Lo que queda en la pantalla, sin embargo, le ha cosechado críticas entusiastas. Y quizás el punto más alto de su carrera cinematográfica. Acaba incluso de hacer de bueno, en Pájaros, filme venidero de Pau Durà. Pero el éxito no evita que el actor se siga definiendo como “un yonqui del trabajo”. “Mi padre insistía en que eso dignifica. Luego otros me dijeron que no es así. Pero yo creo que me lo inculcaron. Cuando estaba en Nueva York, también me gustaba pintar o demoler. Me encanta cualquier tipo de trabajo”. Así que, desde que se atreve a llamar, no ha parado de salir a escena o ante la cámara. Zahera ya no tiene miedo. Ahora, si acaso, lo infunde.
Babelia
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