¿Cómo se mata a un superhéroe?
Guionistas y dibujantes relatan su receta para crear la última viñeta de un mito a raíz de la reedición de las muertes de Superman y Robin y una nueva publicación en la que fallece el Doctor Extraño
Nadie podía marcharse hasta que encontraran una solución. Así que las reuniones duraban días enteros. Sobre la mesa, el destino del hombre de acero. Guionistas, dibujantes, entintadores: los 13 asistentes se juntaban una o dos veces al año para debatir cómo continuar los cómics del hombre más poderoso del mundo. De vez en cuando, sin embargo, las ideas se agotaban. Y caía el silencio. Entonces, el artista y escritor Jerry Ordway siempre soltaba la misma broma: “Y luego Superman muere”.
Otro creador presente, Jon Bogdanove, recuerda que nadie le tomaba en serio. Hasta que, un día, Louise Simonson lo hizo. La autora y editora ya había asesinado a tipos disfrazados en su carrera en Marvel. Tampoco le iba a temblar el pulso ahora que estaba en DC. “Matándolo, muestras lo que el personaje significó. De alguna forma, celebras un funeral y enseñas lo importante que fue”, dijo, según Bogdanove. Los demás se miraron. Y entendieron que iba a suceder de verdad. Ahora que La muerte de Superman cumple dos décadas, ECC Ediciones reedita en español uno de los cómics más influyentes de la historia de los superhéroes. Y, a la vez, rescata otro epílogo célebre: Batman: una muerte en la familia, la novela gráfica en la que Joker acabó con la vida de Robin. En paralelo, se acaba de publicar La muerte del Doctor Extraño (Lee Garbett y Jed Mackay, Panini), que narra el fallecimiento del hechicero supremo. De Capitán América a Hawkgirl, pasando por Lobezno o Lois Lane: el tebeo ha escrito y dibujado el fin de muchos de sus iconos. Pero una vida extraordinaria exige un adiós a la altura: ¿cómo se mata bien a un superhéroe? Además, los mitos casi siempre regresan, aunque sea al cabo de un tiempo. Así que la tarea se complica: ¿cómo se tiñe de emoción y épica una despedida que solo va a ser temporal?
“No puedes limitarte a hacerle decir: ‘Oh, me han apuñalado como quien no quiere la cosa y ahora estoy muerto’. Tienes que darle un buen final, uno que parezca que se ha ganado. […] Así que, aunque todo gire y se dirija hacia el momento, dónde y cómo ocurre aún parecerá una sorpresa, y no será quizás lo que estabas esperando”, escribe Charles Soule en un apéndice de La muerte de Lobezno (Panini), de cuyo guion se encargó. Para dejar claro que no iba a haber arrepentimiento, los cómics anteriores del personaje llevaron una faja con una cuenta atrás. Y, finalmente, Soule y el dibujante Steve McNiven optaron en 2018 por una trama que repasara fugazmente los grandes hitos de Lobezno. Antes del último adiós, Logan ve pasar su vida ante sus ojos. Y el lector con él.
Hay también vías menos canónicas. Porque, igual que sus poderes, el fin de los héroes asume formas muy distintas. Suele suceder en el campo de batalla, allí donde se construyó su leyenda. Pero Capitán América fue abatido, al menos a un primer vistazo, por un lejano francotirador. El propio Superman fue el verdugo de su pareja, Lois Lane, a la que confundió, presa de delirios, con un enemigo. Y en 1982 Jim Starlin, que acababa de perder a su padre, concibió un tebeo donde Capitán Marvel fallecía de cáncer. “Lo hizo muy humano. Y por eso a los lectores nos emocionó tanto. Contradecía la idea de que un héroe siempre deba morir peleando, a mano de algún terrible villano”, explica Dan Jurgens, dibujante del fin de Superman. “Los superhéroes son personajes. Y, como tales, sus historias deben tener sentido. Si tienen que morir, las razones han de ser claras y debe hacerse de una manera que resulte apropiada al personaje”, reflexiona Bogdanove.
Los motivos también varían. Algún adiós persigue objetivos comerciales, para remontar una serie o frenar el ocaso de un personaje. En La muerte de Superman, según Bogdanove, contó más la pulsión creativa: “La decisión final fue del editor Mike Carlin. Pero surgió enteramente de nuestro deseo de recordarle al mundo quién es Superman y por qué es importante —y, posiblemente, vender unos cuantos cómics haciendo eso—”. Ed Brubaker, el guionista que mató a Capitán América, relataba algo parecido en 2012 a Comics Alliance: “La única presión fue la que me puse yo mismo. Me dijeron que tardara el tiempo que necesitara para hacer la historia que quisiera. Y fueron listos, porque esos cómics y sus reediciones han hecho un montón de dinero”.
Para la última viñeta de Robin, todos estos elementos se juntaron con otro, aún más importante: la voluntad de los lectores. Jim Starlin, que también escribió aquella historia, ha contado que él quiso asesinar al ayudante de Batman desde el mismo momento en que empezó a realizar los guiones de la saga. Simplemente, no le veía sentido al personaje. Era 1988, el sida aterraba al mundo y DC le daba vueltas a la idea de que uno de sus iconos lo contrajera y falleciera. Starlin votó una y otra vez a favor de Robin. Pero el plan nunca cuajó por el temor de los editores de desprenderse de un personaje tan relevante. Hasta que uno de ellos, Denny O’Neil, encontró la coartada perfecta: poner la vida del chico maravilla en manos del público.
Starlin escribió dos historias alternativas, muy parecidas. La idea del sida volvió a encerrarse en un cajón: el asesino sería el Joker. En el final feliz, alguna conversación desvelaría que Robin había sobrevivido. Durante 35 horas, una línea telefónica recibió más de 10.000 llamadas. Ganó la condena, por apenas 72 votos. Hasta surgieron rumores sobre fans adversos a Robin que crearon sistemas automáticos para asegurarse de matarle. El personaje, al fin y al cabo, afrontaba un periodo de escasa popularidad. En una entrevista en 2007, Starlin recordaba que O’Neil acudió a decenas de tertulias para hablar del asunto y, de alguna forma, llevarse el mérito. Pero en cuanto el libro salió y los directivos afrontaron la ira popular, la responsabilidad fue devuelta al guionista. O’Neil también ha relatado que recibía llamadas enfurecidas o desgarradoras, como la de una abuela que le dijo: “Mi nieto adora a Robin y ahora no sé qué decirle”.
La anciana podría haberle contado al pequeño que el personaje volvería. Porque todos, tarde o temprano, regresan. Bogdanove y Jurgens juran que, cuando mataron a Superman, no sabían si reaparecería ni cuándo. De hecho, hubo varios meses sin publicaciones del hombre de acero. Pero hoy ahí está, igual que Robin, Capitán América o Lois Lane. “Aun así, si el guion se centra en la esencia del personaje, en su importancia para los lectores y lo que lo hace diferente, todo mezclado en una historia poderosa, puede ser muy emocional”, insiste Jurgens. “Tienes que usar todas las herramientas de tu arsenal mental —las habilidades aprendidas y el instinto innato— para juntar la máxima información y emoción en un espacio muy pequeño”, agrega Bogdanove. Está claro que hace falta mucho talento. Pero tumbar a un superhéroe tampoco es cosa de todos. Si no, que les pregunten a los villanos.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.