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FESTIVAL CENTROAMÉRICA CUENTA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los custodios y la memoria

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez reivindica la lengua como patria en el discurso inaugural del festival Centroamérica Cuenta

El parque Colón, en Santo Domingo, República Dominicana.
El parque Colón, en Santo Domingo, República Dominicana.Nik Wheeler (Getty Images)
Sergio Ramírez

Las puertas de Santo Domingo están abiertas para escritores convocados desde distintos países, de la nuestra y de otras lenguas, porque en la diversidad comienza la libertad, y quienes juntan sus voces en este país que, si conoció un día la brutalidad de una dictadura sanguinaria, ha conseguido, ya por décadas, andar por el camino de la libertad misma, y de la democracia, camino que no pocos, yo entre ellos, aspiramos a recorrer en nuestros propios países. Porque si diversidad y libertad son inseparables, no menos lo son la literatura, y, otra vez, la libertad.

En América Latina, hoy en día, más allá de las distancias ideológicas, la lucha entablada es entre autoritarismo y democracia, o sea, entre opresión y libertad. Y la literatura se colocará siempre del lado de a libertad, y del lado de la democracia.

Porque opresión y dictadura son los contrarios a libertad y democracia, cuando estas dos palabras sacramentales se reflejan en el espejo oscuro de que ya hablaba San Pablo en su Epístola a los Corintios: “Ahora vemos por un espejo, en obscuridad; mas entonces veremos cara a cara…”. Ver cara a cara a las palabras sin ataduras y sin mengua, alzarse en su libre vuelo hacia las verdades, y hacia la imaginación, es lo que los escritores pretendemos.

Y la libertad de palabra entraña también al periodismo libre. La cárcel que sufre José Rubén Zamora en Guatemala, por revelar la verdad de la corrupción y el cierre a que se ha visto obligado elPeriódico, el diario que dirigía, son hechos que hay que condenar y denunciar con toda energía.

Centroamérica Cuenta es un festival literario nacido hace diez años en Nicaragua, y al que la fuerza de las circunstancias políticas, opresión y dictadura, el espejo oscuro, forzaron a la errancia; un festival exiliado que busca asilo, y lo encuentra generosamente, como ahora entre ustedes, amigos y amigas dominicanos; y estas son las paradojas de las que siempre se aprende, el exilio de Centroamérica Cuenta la ha enriquecido, la ha hecho crecer, la ha multiplicado.

Más que un festival literario, este es un viaje de exploración permanente, con un pie en América Latina, hoy en República Dominicana, y el otro en Europa, con nuestro festival paralelo anual en Madrid, bajo el alero de la Casa de América. Aprendemos mientras andamos, crecemos al andar, sumamos al avanzar.

El territorio de la imaginación es muy vasto. Una imaginación vasta para una América vasta, compleja, alucinante, sorprendente, variada, como es tan variada la lengua en que escribimos. Una sola lengua de múltiples registros en los dos lados del Atlántico, ese territorio de La Mancha como lo llamó Carlos Fuentes, los caminos del Quijote abiertos por múltiples rumbos. Una lengua que comunica a 500 millones de seres humanos, pero que, a la vez, es la lengua en que nos contamos historias, en que contamos la Historia, y con la imaginación, contamos la realidad, y la alumbramos.

La literatura es una ventana siempre abierta, el mejor de los miradores para acercarnos a ese mural en movimiento que es nuestra América. No vemos tantas veces lo que quisiéramos ver, justicia, democracia, igualdad, equidad, porque aún hay en el paisaje muchas iniquidades, opresiones, violencia, desajustes, carencias. Pero también hay esperanzas.

Y los escritores somos testigos de ese paisaje iluminado y doliente a la vez, y somos testigos de cargo. Nuestro oficio es levantar piedras, como decía José Saramago. No es nuestra culpa si debajo de esas piedras lo que encontramos tantas veces son monstruos.

Nos hacemos cargo de las cargas, andamos con ellas, damos testimonio, recreamos la realidad, construimos realidades paralelas y nuestro instrumento privilegiado para contar lo que vemos es esta lengua vasta hecha a la medida de una imaginación vasta.

La pregunta para qué sirve la literatura, es una pregunta ociosa. La literatura no es una profesión liberal, de la que esperar una rentabilidad fija, o un salario. La literatura es una aventura vital para quien la elije como oficio, una aventura llena de riesgos porque la ética de la literatura es la verdad, y al decir la verdad se incurre siempre en peligros. Es un oficio de mentiras cargado de verdades, que suelen ofender al poder arbitrario, empeñado en castigar las palabras.

La literatura no ofrece respuestas, abre preguntas, cuestiona. Exhibe, revela, deja constancia, cuando es un oficio verdadero. La literatura nos permite, al escribir y al leer, ser otro y ser otros, descubrir realidades, usar el poder de la imaginación, dar majestad a la historia a través de las historias, ser intérpretes de la Historia que será recordada como la cuentan los novelistas. Porque la literatura fija la memoria. La literatura escribe la historia, y hace que la memoria perdure a través de la imaginación.

Y nos abre también a la búsqueda de encontrarnos, de averiguar quiénes somos, de explorar nuestra identidad múltiples diversa como latinoamericanos. Asomarnos por las hendijas y descubrirnos, como en el museo del centro Leon, en Santiago, que visitamos ayer, una exhibición que explora lo que significa ser dominicanos, y que podemos generalizar hacia todos nosotros. Encontrar que somos múltiples y diversos, y por eso somos idénticos.

Podemos escribir desde el lugar donde nacimos, o desde el exilio, si nos niegan el derecho a vivir en el lugar donde nacimos. Pero la lengua y la imaginación no nos abandonan, y las dos son formas de recuperar la memoria, y de preservarla.

Somos los custodios de esa memoria, la memoria de nuestros pueblos. De sus sueños, de su lengua, de su propia imaginación. La lengua nace de dos vertientes, del pueblo anónimo que la hace todos los días, y de la escritura literaria.

Yo, escritor hasta la muerte, vivo porque escribo. Vivo en mi lengua, que es mi patria, y vivo en la lengua y en la memoria de mi pueblo. Ninguna tiranía puede quitarme la lengua en la que escribo, ni puede quitarme la pertenencia a la gente que, desde mi infancia, da vida a mi escritura.

De ellos, de esos nicaragüenses hoy en silencio porque se les niega la palabra, y de los que igual que yo, viven en el exilio, nace mi escritura, y va a dar hacia ellos. Y desde ellos, porque ellos existen, es que yo existo, y puedo por eso ser latinoamericano, y aspirar a ser universal.

Pedro Mir, el gran poeta dominicano, escribió en el poema Hay un país en el mundo, sobre el hombre desterrado de su tierra, y yo hago mías sus palabras:

“Procedente del fondo de la noche

vengo a hablar de un país.

Precisamente

pobre de población.

Pero

no es eso solamente.

Natural de la noche soy producto de un viaje.

Dadme tiempo

coraje

para hacer la canción…”

Este festival, que orgullosamente presido, es producto de un viaje. Hoy nos detenemos aquí, dueños de la hospitalidad que este país, de ustedes, y nuestro ahora también, nos ofrece.

Gracias a la República Dominicana, a los dominicanos y a los dominicanos. Gracias a la Fundación René del Risco, a Minerva, su presidenta, por ser parte de esta gran empresa cultural que hoy inauguramos, y a todas las entidades e instituciones que nos han ayudado a hacerla posible. Y gracias a Claudia Neira, y a su pequeño pero mágico equipo.

Tomaremos provecho de esa hospitalidad generosa. De la hospitalidad que la República Dominicana nos ofrece, y de la libertad que los dominicanos, hombres y mujeres, han conquistado. La libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, según las palabras de Nuestro Señor don Quijote.

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