Ian Gibson, hispanista: “Tengo la sensación de haber traicionado a mi familia en mis memorias”
Biógrafo de Lorca, Dalí o Machado, el escritor de origen irlandés ahonda en su propia infancia y juventud en un libro sin espacio para la autocomplacencia
“Me hubiera gustado nacer en un lugar más libre, pero nadie elige donde nace”, dice el escritor y ornitólogo Ian Gibson (Dublín, 84 años). Él nació en el seno de una familia metodista (una rama del protestantismo), obsesionada con la religión, el sexo, el vicio y el pecado en general. Preocupaba mucho el “qué dirán”, no se probaba gota de alcohol, no se hacía referencia a los senos femeninos (ni siquiera durante la lactancia materna), no se estilaba demasiado el cariño; pero sí la rectitud. Un pasado, el de las décadas centrales del siglo XX, con el que Gibson rinde cuentas en sus memorias, Un carmen en Granada (Tusquets, ganador del XXXV Premio Comillas, el 12 de enero).
El que construyó una exitosa carrera como biógrafo de grandes autores españoles, como Lorca, Dalí o Machado, que le hicieron enamorarse del país, afincarse en él y obtener la nacionalidad, ahora cuenta algunos de los momentos más duros de su infancia y juventud, sin espacio para la autocomplacencia. No cita en un pequeño pueblo granadino, sino en el que considera su apacible pueblo dentro de la gran ciudad, el madrileño barrio de Lavapiés, donde se alegra de conocer a la gente por los bares. Como la sidrería Casa Asturias, donde ahora habla, uno de sus habituales centros de operaciones.
Pregunta. ¿Cómo se encuentra?
Respuesta. Me siento mejor con el libro fuera de mí, en el mundo exterior. Un amigo granadino me dijo: “Esto tiene que ser una catarsis”. Tal vez, pero ahora siento un anticlímax: es un libro muy íntimo, tengo la sensación de haber traicionado a mi familia. Pero sentía la necesidad de contar esas cosas, para explicármelas a mí mismo. He tratado de contarlo con sentido del humor, pero reflejando también la amargura.
P. Describe aquel como un mundo muy gris y opresivo para un niño.
R. Lo viví así. No al principio, porque estaba enamorado de mi cuidadora, Kathleen. Recuerdo mis salidas con ella como si fuera ayer: me mimaba mucho, yo iba muy orgulloso con ella. Pero cuando se fue... el duelo fue terrible. No me dijeron que se había ido para siempre. Fue un primer amor trágico.
P. Hace una dura crítica a sus padres, pero tampoco tiene piedad consigo mismo.
R. La gente piensa que soy buena gente, pero traté de asesinar a mi hermana y a mi hermano.
P. Pero era usted muy pequeño.
R. Yo creo que a los cinco años eres perfectamente capaz de asesinar a un bebé.
P. ¿Qué diferencia hay entre escribir la biografía de otro y las propias memorias?
R. Como biógrafo soy un obseso de la prueba documental, de la fecha exacta. Pero no tenía mucha documentación de mi pasado, ni correspondencia, ni diarios. De modo que era difícil saber si mis recuerdos estaban tergiversados. La reconstrucción me costó mucho trabajo.
P. Es curioso cómo es la memoria de fluida y cambiante. Muchas veces las cosas no fueron como las recordamos.
R. Las autobiografías son peligrosas, porque el que escribe puede querer proyectar una imagen positiva de sí mismo que no es real. Los silencios suelen ser muy significativos. Por ejemplo, en la autobiografía de Buñuel no se menciona a su hermano homosexual, Alfonso.
P. Dice usted que toda biografía es solo una aproximación al misterio del ser humano.
R. Solo puede ser una aproximación. Yo he escarbado en mi memoria a través del psicoanálisis, la hipnosis o algunas drogas, pero no he conseguido recuperar, como una liberación, esas memorias reprimidas de las que habla Freud.
P. Una de sus mayores preocupaciones era que se ruborizaba con facilidad cuando alguien le miraba a los ojos.
R. Cada vez que tenía que hablar me ruborizaba, era traumático, se me subía toda la sangre a la cara. Estuve décadas avergonzado. Creo que ha sido útil contarlo, la gente suele ocultar estas cosas.
P. Sin embargo, durante su vida ha tenido que entrevistar a mucha gente, hablar en público, ser entrevistado. No lo ha llevado mal.
R. Me ha ayudado mucho el alcohol, que era anatema en mi casa: mis padres pensaban que si uno probaba una gota entraba en una espiral de perdición. Era el pecado máximo para los metodistas: si se mencionaba la palabra alcohol, yo me ruborizaba. Una vez probé un poco de jerez a escondidas y, ay, qué relax, qué alivio. Me quitaba la timidez y tenía ganas de hablar con todo el mundo. Luego, como jugador de rugby, era imposible no celebrar los partidos bebiendo cerveza Guinness.
P. Irlanda tiene fama de ser un país muy bebedor.
R. Sí, era terrible. Mi madre me enseñó a conducir, y yo conducía bebiendo como un cosaco. Era totalmente irresponsable, podría haber matado a alguien. Pero el alcohol, con moderación, ha sido fundamental en mi vida. No concibo un día sin tomar una copa de vino o dos al llegar la noche. Lo que más me gusta es salir con amigos, como haré esta noche. No nos vamos a emborrachar, pero sí disfrutar de un buen vino y la conversación. Es un regalo de Dios y no del diablo.
P. Además del rubor, otro trauma de su infancia es el miedo cerval a la autoridad.
R. Supongo que viene del miedo a Yahvé que me inculcaron. Tenía miedo a los adultos en general, a los profesores, a los jueces, tenía un miedo terrible a oponerme a ellos. Cuando nos colábamos en sitios prohibidos, como hacen los niños, tenía miedo de que me cogiera un guardia y me metiera en la cárcel. Cuando le llevaba la contraria a mi madre, se desesperaba y me decía que me iba a matar. Eso sí, nunca me pegaron. Era un niño tremendamente atemorizado.
P. Cuando llegó a España, este era también un país autoritario, dominado por la religión.
R. No sabría comparar los dos países en aquella época. Irlanda, en los cincuenta, cuando empiezo a estudiar en el Trinity College, era insoportable. La iglesia era la que mandaba. James Joyce estaba proscrito, nadie había leído el Ulises. Fue para mí todo un descubrimiento, lo he leído siete veces. Ahora es el héroe nacional.
P. Dice en su libro que desea que España se convierta en un país culto y dialogante. ¿Vamos por el buen camino?
R. Opino que todo está esperando, como un maravilloso instrumento musical que espera a alguien que lo toque. España tiene todo a su favor, se ha conseguido muchísimo, el gran obstáculo es una derecha que ha salido del franquismo y que no reconoce la criminalidad del régimen. Hay que desenterrar a todos los fusilados.
P. ¿Cómo lograrlo?
R. Se podría hacer sin la ayuda de la derecha, pero estaría bien que fuera con su colaboración. Insisto en utilizar la palabra hipocresía para hablar de la derecha: se dice católica, pero no cumple como tal, niega la enseñanza de Cristo. No puede oponerse a que la gente recupere los restos de sus abuelos. Más de 100.000 asesinados siguen en cunetas. No es reabrir heridas, como dice su cantinela, es cerrar heridas. Y luego está lo de la pureza de la sangre…
P. ¿A qué se refiere?
R. La obsesión de cierta derecha con la pureza de la sangre española. Este es un país mestizo, con una gran contribución árabe; se ve, por ejemplo, en la toponimia. Alcalá, Madrid, son nombres árabes. Hay sangre árabe, sangre judía, mezcladas con elementos castellanos... A Santiago Abascal [líder de Vox] le sugiero que se haga la prueba genética de la saliva, para que vea cuáles son sus raíces, probablemente tenga sangre mora. En Vox dicen que España se está convirtiendo en un estercolero multicultural. Pues bien, a mí me gusta el estiércol, porque fertiliza. Y de la multiplicidad de culturas siempre puedo aprender: otro idioma, otra comida, otra literatura, como hago aquí, en Lavapiés.
P. El imperio español vuelve a estar en el debate público.
R. El imperio español… todos los imperios son un desastre para los conquistados, todos han sido crueles y han robado. Para mi biografía de José Antonio Primo de Rivera [fundador de Falange Española, partido fascista] hablé con el escritor Ernesto Giménez Caballero, que era su amigo. Me decía que tenía que entender que el mundo es para los fuertes, y que es deber de estos machacar a los débiles. Era un fascista, y no lo ocultaba, como hacen otros. En la derecha española hay muchas trazas del fascismo, les salen tics automáticos, deberían reconocer de dónde vienen.
P. Es usted iberista.
R. En la península Ibérica debería haber una república federal, que incluyese a Portugal. Y también a Cataluña, claro. Tenemos orígenes comunes, prácticamente el mismo idioma, hablamos latín. Y tendríamos tres grandes capitales: Lisboa, Madrid y Barcelona. No se entiende que no haya un tren rápido a Lisboa desde Madrid. Sería fantástico que estuviéramos más unidos.
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