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Carla F. Benedicto, compositora: “Mozart no tendría miedo al ChatGPT”

La directora del Centro Superior de Música Creativa de Madrid compone y enseña en un mundo musical y cinematográfico dominado por hombres. Este año firma las bandas sonoras de dos largometrajes

La compositora Carla Fernández Benedicto posa en una calle en Madrid.
La compositora Carla Fernández Benedicto posa en una calle en Madrid.Andrea Comas
Berna González Harbour

La compositora Carla F. Benedicto se ha fajado en todos los territorios musicales relacionados con la imagen, desde anuncios para Ikea o Cepsa a videojuegos y cortos, pero este año ha dado el salto a dos largometrajes muy distintos que aborda desde su amor a maestros como Bernard Herrmann (Vértigo, Psicosis) y una formación desde la cuna que ni siquiera recuerda haber comenzado. La directora del Centro Superior de Música Creativa de Madrid, madrileña de 41 años, no teme a la inteligencia artificial.

Pregunta. ¿Por qué la música?

Respuesta. Aprendí a leer y escribir música a la vez que a leer y escribir y no me acuerdo. Tengo la sensación de haber aprendido desde siempre. Mi padre me metió a los cuatro años y la música ha estado conmigo siempre, como un trozo de mí, como parte de la definición de quien soy. Soy pianista de clásico y musicóloga, pero hace doce años me ofrecieron hacer música para una serie y lo que empezó casi como un pasatiempo me gustó tantísimo que decidí dejarlo todo para hacer música para imagen.

P. ¿Qué le aporta?

R. Componer significa contar historias y ser capaz de sacar algo que está dentro de mí. Eso es así siempre, pero cuando además lo asocias a imágenes adquiere un subtexto mayor porque debes aportar algo que no se ve a lo que se ve. Eso le da a la imagen una dimensión mucho más profunda.

P. ¿Sus maestros?

R. El maestro de maestros es Herrmann, tengo una debilidad especial y es mi favorito. La banda sonora de Vértigo o Con la muerte en los talones es un virtuosismo absoluto de dominio de la técnica musical y de lo que aporta ese lenguaje al cinematográfico. Henry Mancini es grandísimo. O John Williams, el gran creador de la música de cine relacionada con todos los leitmotiv: que cada personaje tenga un tema, como hizo Wagner en su día. O Alberto Iglesias en España. Para mí la excelencia es eso, aportar y dominar el lenguaje cinematográfico a través del musical.

P. ¿Algún genero le aporta más que otro? ¿La intriga frente a lo romántico, por ejemplo?

R. Todo tiene su encanto. Las dos películas que acabo de hacer son diferentes en género y a cada una le sacas diferente jugo. Últimas voluntades, de Joaquín Carmona, es más drama thriller y la música es más seria, más grande, tiene más empaque. Los personajes están caracterizados por distintos instrumentos, pero cada uno de los conceptos también tiene tema específico: el amor, la nostalgia, el pasado… Y eso me permite mayor desarrollo musical. La otra, Un largo viaje, de Víctor Nores, es lo que él llama “una comedia tomada en serio”. Con pocos instrumentos que se van combinando poco a poco hasta llegar a una melodía principal al final. Cada una me ha permitido explorar mi lenguaje en diferentes vertientes porque no todo se puede contar de la misma forma.

P. ¿La tecnología ayuda o sustituye?

R. Es fundamental. Eso de llegar a un director como en los tiempos de Herrmann, sentarte al piano y decirle cómo va a sonar ya no existe. Hoy el director quiere una maqueta con un software que imita el sonido de instrumentos y a partir de ahí se ajustan los cambios. Una vez que está hecha se sacan las partituras con un editor y se graba con los instrumentistas.

P. Si Mozart regresara de repente, ¿sabría componer hoy en los tiempos de TikTok e Instagram? ¿Qué pensaría?

R. Mozart sabría componer con lo que fuera y usaría todo ello como cualquier herramienta más. Era un adelantado a su tiempo y lo que hizo con la ópera, que es lo más cercano al cine que había en ese momento, era completamente avant garde. La flauta mágica, por ejemplo, era avanzada a su tiempo. Siempre digo a mis alumnos que si Mozart hubiera vivido 20 o 30 años más se habría adelantado el Romanticismo. Él habría usado los secuenciadores para hacer las maquetas y aún le habría dado una vuelta de tuerca para que fueran más útiles; los editores de partituras le habrían ayudado a componer todavía más rápido. No es peyorativo ni malo que la tecnología esté metida en nuestras vidas. Lo que hay que saber es que son herramientas, no el fin.

P. El ChatGPT crea melodías. ¿Tiene peligro?

R. Esto ocurre en música desde hace muchos años con las librerías musicales, donde se puede comprar música prefabricada. Hace diez años mucha gente decía: “Se acabó, ya no habrá música compuesta ad hoc porque los directores van a escoger directamente una escena de tristeza, por ejemplo, y les saldrá más barato”. Y no ha sido así. En algunos campos ha bajado el trabajo disponible, por ejemplo en publicidad. Pero no creo que vaya a sustituir la composición de música para imagen. Pasa lo mismo con la inteligencia artificial. Para que una melodía tenga alma tiene que haberla hecho alguien. No creo que una inteligencia artificial pueda sustituir del todo a un compositor o un escritor. Podrá ser una herramienta en ocasiones, pero no de forma general.

P. ¿Cree que Mozart o Beethoven tendrían miedo al ChatGPT?

R. No lo creo. El arte no tiene que significar la perfección. El chatGPT y la inteligencia artificial imitan otros estilos y los perfeccionan desde un punto de vista autómata. Pero eso no tiene alma. Para ello hace falta una persona, con alma. Eso espero. Ya veremos.

Carla F. Benedicto, en un momento de la entrevista.
Carla F. Benedicto, en un momento de la entrevista.Andrea Comas

P. ¿Y qué le ha aportado la publicidad?

R. Mucho oficio, además de un nombre y algunos premios. Es un lenguaje de inmediatez, de provocar emociones sin segundas lecturas y a gran velocidad. En unos segundos tienes que haber provocado llanto, enfado o risa.

P. La pirámide del cine tiene muchas mujeres debajo y pocas arriba. ¿Veremos la igualdad?

R. Soy optimista, pero no creo que nosotras lo vayamos a ver. La generación de mi hija (cinco años) y sus hijos tal vez lo vean, por lo menos en mi ámbito. Se están moviendo las cosas, somos muchas, se nos ve más y eso es bueno. Lo más importante es que las niñas vean que Zeltia Montes o Aran Calleja se llevan un Goya o que nos vean en los créditos de las películas. Que se vean referentes.

P. La nueva ley promueve ayudas para incorporar a la mujer al cine. ¿Teme que las consideren mujeres cuota?

R. Siempre habrá gente reticente que vea amenazadas sus posiciones, que sienta rabia, pero hay que estar por encima de eso. Esas quejas hay que tomarlas como lo que son en un momento de transición que disuelve privilegios. Pero es cuestión de ver su calidad.

P. Dirige un centro de formación musical. ¿Ve avances ahí?

R. En composición los hombres son mayoría, pero el primer año no había ni una chica y este año son cuatro. En batería no hay ni una. En piano moderno y de jazz son minoría, pero en el clásico son mayoría. Todavía se ven muchas diferencias.

P. ¿Y qué le aporta la enseñanza?

R. A mis alumnos les pido que me pongan contra las cuerdas y me expriman. Me obligan a replantearme continuamente lo que sé porque, aunque estés enseñando canto gregoriano, no paran de salir nuevos estudios y nuevas interpretaciones sobre gregoriano y debes estar al día. Hay que estar muy despierto para los alumnos de hoy. Hasta para enseñar los motetes de Palestrina del siglo XVI hay que estar actualizado sobre los motetes de Palestrina (ríe).

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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