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Cuando vivir sin robar no es vivir

La poeta Natalia Litvinova reconstruye en versos en ‘Soñka, manos de oro’ la leyenda de una ladrona mítica en el Imperio ruso, y Dacia Maraini revive el lumpen de la Italia de posguerra en ‘Memorias de una ladrona’, novela que se publica ahora en español

Soñka manos de oro y Memorias de una ladrona
Portadas de los libros 'Soñka, manos de oro' y 'Memorias de una ladrona'.La Bella Varsovia y Altamarea
Paco Cerdà

La llamaban Manos de Oro. Soñka, manos de oro. La cara redonda, la boca dulce y habladora, la mirada pícara, la belleza misteriosa de quien algo esconde. Eso buscaba ella: lo que escondían los demás. En los bolsos, en las carteras, en las joyerías, en los trenes, en los hoteles más lujosos de Odesa, Moscú y San Petersburgo. Robar y estafar era su oficio. Y era la mejor; una leyenda en la Europa del Este del siglo XIX. Su nombre era larguísimo —Sheindla-Sura Leibova Salomoshak-Bluwstein, nacida en Varsovia, en 1846— pero sus apodos en la prensa rusa jamás se olvidaban: “El diablo con falda”, “la zarina del crimen”, “la versión femenina de Robin Hood”.

Parte de su historia, que reposaba en legajos de sus detenciones y de su juicio cuando la atraparon en 1888, ardió con la Revolución Rusa. En su trayectoria surgía un vacío, con la verdad mutilada, perdida, brumosa: el mejor pasto para el mito. Es ahí donde la poeta y traductora Natalia Litvinova (Gómel, Bielorrusia, 37 años), afincada en Buenos Aires, ha encontrado la inspiración para componer Soñka, manos de oro (La Bella Varsovia), un libro escrito en verso que evoca a las epopeyas clásicas y que reconstruye, desde la ficción, aquella vida singular. Y lo hace desde un postulado estético: “Toda leyenda es real. La ficción es la primera piel”.

La escritora bielorrusa Natalia Litvinova, en 2020.
La escritora bielorrusa Natalia Litvinova, en 2020.Marcos Zanger

“Me preparé para este juicio como para un robo”. Así comienza la voz de Soñka en el poemario de Litvinova. Ella, desde Buenos Aires, cuenta cómo se ha preparado para este libro. “Fui haciéndome preguntas específicas sobre Soñka, y en los poemas intenté responderlas: qué ropa usaban las mujeres en Europa del este en el siglo XIX, cómo era la vida para las mujeres en el pueblo, a qué edad se casaban, qué trabajos realizaban, cómo eran las cárceles, qué maquillaje y accesorios usaba Soñka para que no la reconocieran, qué sentía la policía en esa época con respecto a una mujer a la que ellos no podían atrapar, cómo castigaban a los ladrones, cómo era la isla de Sajalín, qué les hacían a los condenados de por vida a habitar allí, cómo fue el juicio a Soñka, qué pensó cuando la atraparon y la metieron en el calabozo”, desgrana la autora.

Todas esas preguntas la condujeron hasta Chéjov y su libro-denuncia La isla de Sajalín sobre sus condenados. Allí, Chéjov vio a Soñka y la fotografió. Lejos quedaba el esplendor de su gloria. Ya había perdido el aura de juventud, tantas veces vestida como aristócrata para pasar inadvertida. Sus viejas manos de oro, que no dejaban rastro ni despertaban sospecha, estaban ahora sucias y coronadas por uñas mugrientas a causa de la dura vida en el penal.

Hace ocho años, cuando Litvinova vio un documental en ruso acerca de la vida de la ladrona, un resorte infantil se activó en su mente. “Este libro es un secreto homenaje a las telenovelas que miraba de reojo mi mamá mientras nos criaba a mi hermano y a mí”, dice. Una protagonista turbadora y fascinante. Así emerge en su libro, en su propia versión ficcionada de Soñka: con la ladrona en el banquillo de los acusados, explicitando desde el primer poema su negativa a arrodillarse ante leyes escritas por hombres. Una Soñka que encadena recuerdos: cómo la niña ya fijaba su atención en el broche de perlas de su niñera, cómo fue la primera vez que robó a los siete años un plato de porcelana con bordes de oro lleno de peras, su dura adolescencia en el pueblo, el viaje en tren a San Petersburgo, su encuentro con la banda de ladrones en la capital imperial, la desconfianza permanente que late en una ladrona, el arte teatral en el que convirtió el robo —disfraz, maquillaje, ensayo, escenario y representación— con una sola diferencia respecto al teatro: “No hay aplausos / y, si nos atrapan, / nos fusilan / o nos mandan a Sajalín”. Justo lo que a Soñka le ocurrió en su caída final.

Natalia Litvinova —cuya obra ha sido publicada en Argentina, España, Alemania, Francia, Chile, Brasil, Colombia y Estados Unidos— reivindica las aguas movedizas de la memoria, de los recuerdos, de la re-creación. “El origen está perdido. No hay manera de retornar a un recuerdo sin reconstruirlo, sin adornarlo, sin ficcionalizar”.

Su obra también rompe las fronteras entre el Bien y el Mal. Su protagonista, hija de un estafador que falsificaba documentos en una sociedad machista donde “el dinero atraía más dinero, como la suciedad a las ratas”, ¿era Soñka libre de elegir? “Lo que puede elegir es entre el triste Mal convencional y un Mal liberador”, anota la poeta Susana Villalba en el prólogo a la edición argentina. “Mi Soñka —concluye Litvinova— es una mujer que lucha por su deseo: el deseo de robar, de estafar de manera teatral. Esa es la vida que está buscando. Y elige su destino. Para ella, vivir sin robar no es vivir”.

Justo de ese punto parte otra novedad literaria muy hermanada: Memorias de una ladrona (Altamarea), una novela escrita por la italiana Dacia Maraini sobre la historia de Teresa Numa, una ladrona reincidente en la Italia de guerra y posguerra mundial que llegó a Roma descalza, llena de fango y hecha un asco. Un país destruido cuyos bajos fondos emergen en este libro como un fresco áspero del lumpen y la marginalidad. Un descenso a cárceles de mujeres, manicomios criminales, lúgubres comisarías, pensiones de mala muerte, autobuses renqueantes y cines de tercera categoría. Un mundo de estafadores, prostitutas y carteristas que narra en primera persona Teresa: con la celda sin mantas ni váter, la humedad en los huesos, las palizas y los abusos en prisión, las alubias invariables. Y al salir, una y otra vez, los asaltos a la caja de restaurantes, la habilidad perfeccionada para detectar una cartera llena y quitarla, la necesidad de caer y levantarse ya fuera en Roma, Milán o Florencia en aquellos años cuarenta y cincuenta.

La escritora italiana Dacia Maraini.
La escritora italiana Dacia Maraini.Gorka Lejarcegi

Hoy, a sus 86 años, Maraini recuerda desde Roma cómo empezó aquella historia. “En 1969, mientras hacía una investigación sobre las cárceles italianas para un periódico de Roma —desde Trieste hasta Palermo— me encontré con esta mujer, Teresa. En un primer acercamiento me pareció inteligente, irónica y vivaz, a pesar de ser analfabeta. Y me entraron ganas de escribir sobre ella. Me interesaba comprender hasta qué punto una persona está determinada por la situación social en la que nace y vive, y cuánto en ello hay de su carácter”.

El libro, publicado en Italia en 1972, es el fruto de un año de encuentros entre Maraini y Teresa. La ladrona, al salir de una de sus estancias en prisión, le contó su vida. Una vida dura, de amores rotos y desarraigo, persiguiendo siempre la libertad y tropezando tantas veces con los muros de la cárcel. Teresa se lo contó todo. Pero la escritora no le robó su historia. Acordaron repartirse todas las ganancias. Incluso los derechos derivados de la película que Carlo di Palma rodó bajo el título Teresa la ladra (1973), con la interpretación de Monica Vitti. En todo, ladrona y escritora, iban al 50%. Como una buena banda.

Han pasado 50 años de la aparición del libro. Ahora llega a España. Dacia Maraini, cuyo compromiso político y feminista ha impregnado toda su literatura —desde Los años rotos a Diálogo de una prostituta con su cliente—, reflexiona sobre el trasfondo ético de aquella mujer que, “a su manera, tenía sentido de la dignidad”. “Para ella —explica—, un ladrón era un culpable y, por lo tanto, no podía atesorar el dinero. Por eso tenía que gastarlo: para ser perdonada, no tanto por los demás como por ella misma”. Así lo refleja el momento de la novela en que Teresa, tras dar uno de sus golpes de mano, se compra un abrigo con forro de piel de color azul cielo. De piel, para guarecerse de todos los fríos. Azul cielo, para revestirse de libertad.

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