Sajalín, la isla que lucha contra el aislamiento
La región más extrema del Lejano Oriente ruso y enclave estratégico busca frenar la despoblación. El Gobierno rescata la promesa de construir un puente hacia el continente
Antón Chéjov la describió en 1890 como un “infierno helado”. El escritor ruso pasó dos meses en Sajalín, entonces una de las colonias penales más duras de la Rusia zarista. Hoy, la isla más grande del país euroasiático, entre el mar de Ojotsk y el mar de Japón, es un valiosísimo enclave geoestratégico para un país que vuelve a ansiar ser un gran imperio. Con una interesante industria agropecuaria y rica en hidrocarburos, se la llegó a contemplar como un nuevo El Dorado. Pero la economía de esta remota región, de menos de medio millón de habitantes, no termina de despegar. Ahora, el Gobierno ha resucitado la histórica y colosal promesa de construir un puente entre Sajalín y el continente ruso, y ha puesto en marcha proyectos para promover el turismo en una zona de naturaleza abrumadora; también para enfrentar uno de sus problemas más serios: la despoblación.
Olga lo sabe bien porque quizá sea la próxima en marcharse. La comercial, de 32 años, observa de reojo a sus dos hijas, que corretean y juegan a perseguirse bajo la imponente estatua de Lenin que preside uno de los extremos de la plaza frente a la estación central. Nació en la isla y cuenta que fue a la escuela a solo un par de calles de allí. Sin embargo, no está segura de que sus rubias mellizas, de siete años, vayan a seguir sus pasos. “Mi marido y yo querríamos mudarnos a Moscú”, dice encogiéndose de hombros. Sajalín, una estrecha franja de tierra de casi mil kilómetros de largo a casi nueve horas de vuelo hacia el este desde la capital rusa, tiene una de las cifras de densidad de población más bajas del país: 5,7 personas por kilómetro cuadrado; la media rusa es de 8,4.
Pese a que hace una década empezó a despuntar la industria de hidrocarburos, la isla ha perdido más de un tercio de sus habitantes en los últimos 20 años. Para atraer nuevos residentes, el Gobierno ruso ha sumado a la isla al ambicioso programa que entrega hectáreas libres a ciudadanos rusos. Una medida pensada para mantener vivo el Lejano Oriente ruso --donde los inversores chinos están comprando terreno a buen precio-- que en muchas regiones no da resultados satisfactorios. Además, las autoridades han dispuesto para Sajalín planes de ayuda a las familias jóvenes con hijos —unos 2.000 euros por el nacimiento del primer hijo y ayudas por cada criatura—, y la Agencia Hipotecaria de Sajalín ofrece préstamos a una tasa de interés reducida para parejas jóvenes con críos (3,5% anual a parejas con dos y 0% a las familias numerosas), explica una portavoz del departamento de Desarrollo Económico de la región, durante un visita en la que participó EL PAÍS invitado por el Ministerio de Exteriores ruso.
Rusia
Moscú
China
Japón
7 Km.
Poguibi
Lazarev
Isla de
Sajalín
Mar de
Ojotsk
Rusia
Iuzhno-Sajalinsk
Mar de
Japón
200 km
JAPÓN
EL PAÍS
Rusia
Moscú
China
Japón
7 Km.
Poguibi
Lazarev
Isla de
Sajalín
Mar de
Ojotsk
Rusia
Iuzhno-Sajalinsk
Mar de
Japón
200 km
JAPÓN
EL PAÍS
Rusia
Moscú
China
Japón
7 Km.
Poguibi
Lazarev
Mar de
Ojotsk
Isla de
Sajalín
Rusia
Iuzhno-Sajalinsk
Mar de
Japón
200 km
JAPÓN
EL PAÍS
Desde que, hace algo más de una década, grandes empresas como Gazprom o Shell se instalaron en la isla para la explotación del gas licuado y el petróleo, han brotado nuevos rascacielos. La capital, que todavía conserva pequeños retazos arquitectónicos japoneses, herencia de los años que fue parte del imperio nipón, se ha hecho un lavado de cara y ha pintado de colores más amables muchos de los aparatosos y grisáceos bloques de apartamentos de la época soviética. Sin embargo, la brumosa luz le impone un toque de postal soviética. Lo cierto es que con las intensas medidas, se ha logrado que la diferencia entre los que llegan y los 24.000 que se van de media cada año sea simbólica, según los datos de Rosstat.
Ahora se trata de que se queden, como quiere el Gobierno. Zara Aliyeva, que cubre parte de su cabello con una pañoleta de colores, trabaja en un puesto de frutas en uno de los mercados de Iuzhno-Sajalinsk. Llegó con su familia desde la región caucásica de Karabaj hace más de un lustro y no planea marcharse. Eso sí, señala, querría encontrar un trabajo mejor. Los sueldos en la isla no son altos, unos 18.800 rublos anuales (unos 250 euros) de salario mínimo, pero sí superiores a la media nacional (10.700 rublos). Aunque los trabajadores de las compañías de hidrocarburos ganan bien. El producto regional bruto de Sajalín —aunque no ha crecido mucho— es uno de los más altos de Rusia, solo por detrás de grandes regiones petroleras como Yamal, Nenetsia y Janti-Mansisk, según datos de Rosstat.
Al sur de la Isla, imponentes, un grupo de rocas gigantes impávidas frente al mar de Ojotsk atenúan el viento que azota cabo Gigante, uno de los parajes naturales más simbólicos de la isla. En la orilla no se ve un alma. Hacia el interior, dos vendedoras han dispuesto sobre las mesas de la lonja de pescado su mejor material. “Estos cangrejos son más sabrosos y más baratos que en la capital”, asegura la mujer sujetando el molusco anaranjado. El pescado y el marisco siguen siendo uno de los principales atractivos de la isla.
El Gobierno quiere apostar por explotar la isla –y su naturaleza salvaje—como destino turístico. Aunque todavía falta infraestructura, y los vehículos utilitarios sufren para acercarse a la imponente y frondosa costa. El año pasado unos 170.000 turistas visitaron la isla; 18.000 de ellos extranjeros, según la consultora especializada Turstat. Este año se han animado a hacerlo Dirk y Darryl, una pareja holandesa enamorada del ecoturismo. Llegaron en avión desde Corea del Sur.
Hay ferris, pero los precios no son bajos; sobre todo aquellos que no proceden del continente ruso. La aérea es la vía de entrada más frecuente a la isla. El aeropuerto, que se está ampliando, acaba de renombrarse como Antón Chéjov. Un toque curioso si se tiene en cuenta que el escritor viajó durante dos meses en tren, carruajes y barco para llegar a la isla que le tenía obsesionado y que describió en La isla de Sajalín.
Si se materializa, el titánico proyecto de construir un puente que una Sajalín con el continente ruso, puede dar también un buen impulso a la región clave para Rusia; no solo por su situación, también porque incluye las islas Kuriles, en disputa con Japón. La idea es antigua. En su momento, Josef Stalin quiso construir un túnel, pero pese a que solo siete kilómetros separan el punto más occidental de Sajalín con el continente ruso, todos los proyectos para cubrir esa distancia han fracasado.
Ahora, la propuesta es levantar un puente ferroviario que vaya desde Lazarev (Jabárovsk), en el continente a la insular Poguibi. Y que luego extienda nuevas arterias férreas que crucen la isla de extremo a extremo. En una segunda fase, la promesa también incluye otro puente entre Sajalín y la isla japonesa de Hokkaido, explica el gobernador de la región, Valery Limarenko. El tramo hacia el continente se materializará en 2035, asegura Limarenko. La estimación inicial del coste del proyecto asciende hasta los 540.000 millones de rublos (unos 7.600 millones de euros).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.