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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El infierno es una isla

Javier Rodríguez Marcos

A los cuarenta años, Antón Chéjov (1860-1904) se convirtió, como dijeron irónicamente algunas crónicas de la época, en "el primer escritor que va a Siberia y vuelve". Efectivamente, el 11 de julio de 1890, el escritor ruso llegó a un lugar al que nadie iba por propia voluntad: la isla de Sajalín, una colonia penitenciaria situada en el océano Pacífico, al norte de Japón, país que había cedido aquel yermo al imperio ruso a cambio de las Kuriles. ¿Qué motivo podía haber para que un hombre enfermo de tuberculosis abandonase en Moscú la placidez y la creciente fama literaria para lanzarse a un incómodo viaje de tres meses hasta alcanzar una versión insular del infierno en la que no había clima, "sólo mal tiempo", y pasar allí tres meses más? La respuesta sigue siendo un punto negro en la biografía del autor de La gaviota pese a que el doctor Chéjov habla largo y tendido en su correspondencia sobre unas intenciones que no parecieron convencer a nadie: conocer un caso de colonización por parte de delincuentes, escribir un libro que pudiera servir como la tesis doctoral que nunca había terminado y, demasiado metafórico para un soltero racionalista como él, devolver a su mujer (la ciencia) parte del tiempo que le había robado al lado de su amante (la literatura). El resultado se publicó, censurado, en vida de Chéjov en Rusia y ya había sido editado en España en 1996 por la editorial Ostrov, en esta misma versión de Víctor Gallego Ballestero, autor también de un prólogo tan claro como riguroso.

LA ISLA DE SAJALÍN

Antón P. Chéjov

Traducción de Víctor

Gallego Ballestero

Alba. Barcelona, 2005

448 páginas. 29,70 euros

"La vida en pabellones comunes esclaviza al preso y con el paso del tiempo lo degenera", escribe Chéjov
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"Mientras navegaba por el Amur, tenía la impresión de encontrarme en alguna parte de la Patagonia o de Texas, pero no en Rusia", escribe Chéjov mientras se acerca a la ciudad de Nikoláievsk, desde la que tomó el barco que le llevaría a la colonia penitenciaria. La sensación de extrañeza será, pues, una constante incluso antes de abandonar el continente. El puerto siberiano, nos dice, es un lugar en el que reina una indiferencia total por la religión y la política, y en el que la moral es, cuando menos, peculiar: "Se adopta con las mujeres una actitud caballeresca que alcanza casi las dimensiones de un culto, pero al mismo tiempo no se considera reprensible ceder por dinero la propia esposa a un amigo. Expondré un ejemplo más ilustrativo: por un lado, no existen prejuicios de clase e incluso a los exiliados se les trata de igual a igual; en cambio, no se ve con malos ojos que se dispare en el bosque a algún vagabundo chino, como si fuese un perro, e incluso organizar en secreto partidas de caza contra los presos que se han fugado". Era la antesala de Sajalín, una isla dos veces más grande que Grecia, en la que había seis mil presos, muchos guardianes, muy poco orden y en la que "no siempre se distingue la prisión preventiva del encarcelamiento ni entre hombres libres y detenidos". Aunque el alcohol está prohibido, recuerda Chéjov, no lo están el hambre, la prostitución ni los castigos. La limpieza está de más y las celdas comunes impiden que los presos tenga intimidad, "indispensable aunque sólo sea para rezar, reflexionar o sumergirse en sus propios pensamientos, algo que todos los partidarios de la reeducación consideran indispensable".

A su vuelta a Moscú -y con

sabor amargo en su ánimo, "como de haber comido mantequilla rancia"-, el escritor afirma haberlo visto todo menos una ejecución: los trabajos forzados, las cortes de presos que algunos funcionarios habían creado a su alrededor, la prostitución generalizada de las mujeres, los castigos cuya existencia negaban las autoridades: "Aquí no sólo los mensajes escritos en los bancos y en las paredes de los patios son abominables, sino también las cartas de amor". La rehabilitación es un cuento de hadas: "Cárcel y colonización son antagónicos y sus intereses son totalmente inversos (...) La vida en pabellones comunes esclaviza al preso y con el paso del tiempo lo degenera. Bajo la influencia de la vida gregaria, los instintos sedentarios de un propietario y un padre de familia se apagan. Pierde la salud, envejece, sus fuerzas morales se debilitan, de manera que, cuanto más tiempo pasa en la cárcel, más motivos hay para temer que no se convertirá en un miembro útil y activo de la colonia". Chéjov afirma haberlo visto todo y al lector no le cabe la menor duda porque cuenta todo lo que vio. Pocos días después de llegar a la isla, el reportero se hace confeccionar en una imprenta local unas tarjetas atiborradas de preguntas que le servirán para elaborar un censo cuyo prolijo uso termina siendo lo mejor y lo peor de un libro cuyo valor científico o histórico es, a la postre, mayor que el literario. En un tiempo en el que, como decía el clásico, todo el mundo opina pero nadie describe, La isla de Sajalín es una respuesta radical a la queja que su autor trasladó por carta a su editor antes de partir: "En nuestra dilecta patria hay una grandísima pobreza de hechos y una gran riqueza de razonamientos de todo tipo".

un

Antón Chéjov. Unos buenos zapatos y un cuaderno de notas. Cómo hacer un reportaje. Edición de Piero Brunello. Traducción de Víctor Gallego Ballestero. Alba. Barcelona, 2005. 182 páginas. 14,90 euros. Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores. Edición de Piero Brunello. Traducción de Víctor Gallego Ballestero. Alba. Barcelona, 2005. 104 páginas. 12,40 euros. Consejos a un escritor. Cartas sobre el cuento, el teatro y la literatura. Traducción de Jesús García Gabaldón y Enrique Piquero Cuadros. Fuentetaja. Madrid, 2005. 174 páginas. 19 euros.

Presos en la mina de Sajalín.
Presos en la mina de Sajalín.DEL LIBRO 'LA ISLA DE SAJALÍN'

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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