Nueve consejos del doctor Chéjov de eterna utilidad
El tercero de seis hermanos se convirtió en cabeza de familia y trató de intervenir en la vida de los suyos para mejorarla
De los artistas que padecieron algún tipo de adicción hay mucho escrito, pero de los que, muy al contrario, hubieron de soportar y mantener a los adictos se destaca menos el mérito. Se ve que la vida arrastrada siempre resulta más fascinante. Entre los que sufrieron los excesos ajenos encontramos a Antón Chéjov, el doctor Chéjov, que siendo el tercero de seis hermanos se convirtió en cabeza de familia y trató de intervenir en la vida de los suyos para mejorarla.
Hay una carta que se ha convertido en un clásico de la literatura epistolar, por su belleza y hondura. Es de 1886 y en ella Antón enumera nueve consejos a su hermano Nicolai, dibujante de talento, a menudo entregado a juergas y broncas. Los he resumido para ustedes, queridos lectores, aunque pueden encontrar la carta completa en su epistolario. No soy buena dando consejos, con los hijos una los despliega con tan buena intención como torpeza, sin embargo, tengo buen oído para los espíritus nobles que saben darlos, y siempre he leído estos del doctor Chéjov con mucha atención. Antón escribe a Nicolai sobre cómo deben comportarse las personas cultivadas:
1. Respetan la personalidad ajena, y además son siempre amables, gentiles, educados, y listos para ceder ante los otros.
2. No solo tienen simpatía por los mendigos y los gatos. Su corazón se duele también por lo que su ojo no ve.
3. Respetan la propiedad ajena, y pagan sus deudas.
4. Son sinceros, y temen a la mentira como al fuego. Una mentira insulta al que la escucha y le pone en una posición humillante a los ojos de quien la cuenta. No fingen, se comportan en la calle como en casa, no presumen ante sus camaradas más humildes. No son dados a la charlatanería, ni fuerzan a los otros a escuchar confidencias no deseadas. Por respeto a los demás a menudo mantienen silencio en vez de hablar.
5. No se desprecian a sí mismos para despertar compasión. No manipulan los corazones de otras personas para sacarles algo. No dicen: “Soy un incomprendido, o me he convertido en alguien de segunda fila”, porque todo eso tiene un efecto barato, es vulgar, falso.
6. No tienen una vanidad hinchada. No les importan esas ridiculeces como conocer a gente famosa.
7. No presumen de entrar en lugares donde otros no son admitidos. El talento verdadero se mantiene siempre oculto entre la multitud, y tan lejos como sea posible de la publicidad.
8. Si tienen talento lo cuidan. Sacrifican a ese talento el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad…
9. Desarrollan un sentido de la austeridad. No pueden irse a dormir con la ropa puesta, ver cucarachas por las paredes, respirar aire viciado, caminar sobre el suelo que se ha escupido, cocinar sobre una estufa aceitosa. Lo que quieren en una mujer no es solamente una compañera de cama… No buscan esa agudeza que se manifiesta en la mentira continua. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad. No beben vodka a cualquier hora de la noche y del día, no olfatean en las alacenas porque no son cerdos. Beben solamente cuando están de recreo, en ocasiones. Defienden una mens sana in corpore sano.
Los mejores consejos son aquellos que nos duelen porque señalan el rincón más mezquino de nuestro carácter. En realidad, dejando el alcohol a un lado, el pobre Chéjov, harto de aguantar las bravuconadas del hermano mayor, le pide con tanto cariño fraternal como firmeza que contenga su vanidad, trate con consideración a su esposa, y que respete y mime su talento, porque en opinión de Chéjov, el talento es sagrado y es una traición imperdonable no trabajar a su favor.
Es cierto que en los trabajos en los que interviene como elemento esencial la exposición pública y el juicio ajeno se ha de tener una dosis adecuada de vanidad, llamémosla amor propio, para no sucumbir ante la maledicencia o la desconsideración. Se pasa una la vida reconstruyéndose para volver a la pantalla en blanco a ofrecer algo franco y sincero que te convierte en vulnerable. Al final, el oficio de inventar historias es lo único que cura de los malos ratos. Pero también es cierto que sobrepasar la dosis recomendada de vanidad conduce a la ceguera, a la soberbia y a ese sentimiento adolescente de que nadie en este mundo te comprende. Y yo me siento comprendida por muchos de ustedes. Feliz Navidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.