El dolor a la vista de cualquiera
Es difícil entender cómo habiendo llegado al fin al discurso político la necesidad de abordar la salud mental se permite la exhibición de una persona con un evidente desequilibrio psíquico en la televisión pública
A mediados de octubre escribí un post para unos cuantos amigos en Facebook. Sin querer traerlo aquí de manera literal, en el texto venía a decir que no lograba entender cómo habiendo llegado al fin al discurso político la necesidad de abordar la salud mental se permitía luego en un programa de la televisión pública la exhibición de una persona que sufría un evidente desequilibrio psíquico. No hacía falta ver el programa, las imágenes te saltaban a la vista en artículos de prensa o en las redes, y todas ellas venían acompañadas de comentarios crueles que hacían referencia a camisas de fuerza, a la medicación no tomada o tomada en exceso. Eran mofas a la señora mayor que ha perdido la cabeza, transformadas a raíz de un suicidio en coronas de flores, y es que si hay algo que define estos tiempos es la necesidad de exhibir de manera inmediata e impúdica todo lo que sentimos, sea en forma de halago cursi o de escupitajo, tanto da, y aunque se contradiga con lo que vomitamos el día anterior.
Tampoco era necesario tener conocimientos de psicología para advertir que esa pobre mujer a la que la cámara seguía con deleite en sus movimientos desubicados estaba perdida, no perdida en un plató sino en pensamientos que se adivinaban angustiosos. Lo decía su cara, que en este caso era el espejo del alma, y tal como la vio usted y la vi yo debieron de contemplarla los editores del programa, que al montar el show suelen afanarse en escoger las muecas más caricaturescas de los concursantes para que la realidad se convierta en argumento. Aquel rostro tan limpio y luminoso de Verónica Forqué reflejaba ahora desvarío, un gran sufrimiento interior. Fue ella la que en último extremo decidió ausentarse, ella, la única que tuvo un rasgo de lucidez y puso freno a ese degradante espectáculo.
Al día siguiente de su fallecimiento, como era de esperar, aparecieron artículos eximiendo de cualquier responsabilidad al reality en cuestión. Las razones por las que una persona decide quitarse la vida son tan oscuras y enrevesadas que atribuírselo a un circo televisivo es una conclusión simple y poco científica; no así en cambio preguntarse cuántos controles fallaron para que asistiéramos en directo a la caída anímica de una persona. Los amigos y colegas más cercanos sabían de su estado, pero tal vez es difícil intervenir en la vida de alguien cuando esa vida está ya muy descontrolada. La concepción misma de este show hace que las personas se conviertan en personajes, en monigotes que han de procurar entretenimiento. Forqué servía al más triste de esos personajes de la comedia humana, el del payaso que recibe las bofetadas.
Hubiera sido necesario que un comité de ética de la televisión, ignoro si eso existe, la hubiera protegido del escarnio. Eso sí que era un deber del ente público
Convertidos los concursantes en estereotipos es difícil que el espectador entienda su humanidad, que pueda imaginar que tal vez estén solos al volver a casa, que su vida es aburrida en vez de vibrante, desesperada en lugar de alegre. Abundan ahora los personajes televisivos que le sacan su buen rendimiento económico a la desgracia o al ridículo, que saben encajar golpes y también asestarlos. Pero convertirse en personaje tiene un precio muy alto, difumina o borra los logros anteriores si es que los hubo. Ella misma, Verónica, parecía querer borrar su propia carrera. Mejor que esa actitud condescendiente que se adoptaba con ella cuando actuaba de manera extravagante, cuánto más aconsejable hubiera sido que un comité de ética de la televisión, ignoro si eso existe, la hubiera protegido del escarnio. Eso sí que era un deber del ente público. No hubiera evitado un suicidio, pero sí el espectáculo degradante que daña la integridad de una persona.
En el programa apresurado que le dedicó Televisión Española, afirmó un consternado Joaquín Oristrell, que tanto la trató, que prefería recordar a la Verónica Forqué de sus inolvidables papeles que a la de los últimos tiempos. Sobre esa afirmación se pasó de puntillas, aunque él sabía lo que estaba insinuando y los espectadores a qué se refería. Un suicidio es siempre una sorpresa, pero no pudo serlo el estado mental de quien decidió arrebatarse la vida porque estuvo a la vista de cualquiera. La buena salud psíquica no depende solo de los médicos, ni de los tratamientos, ni de las terapias, la mayor parte de las veces mejora con un entorno favorable, protegido, respetuoso. Eso lo saben los psiquiatras que buscan favorecer el ambiente en el que se mueve un enfermo más que sobremedicarlo. ¿Nadie advirtió esto tan evidente? Sorprenderse es de cínicos.
Babelia
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