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Letras americanas
Columna
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Lenguas que despiertan al lector

En esta entrega de ‘Letras Americanas’, el boletín sobre literatura latinoamericana de EL PAÍS América, Emiliano Monge desglosa al escritor mexicano Franco Félix

Franco Félix, escritor mexicano
El escritor mexicano Franco Félix.
Emiliano Monge

Siguiendo la estela de nuestras últimas entregas, querido lector, en esta que apenas recibes quiero hablarte de Franco Félix, un escritor mexicano singularísimo y ubicuo, cuyo último libro, Lengua dormida, acaba de ser publicado hace cosa de un par de meses y habrá de significar, estoy convencido, la confirmación última de su talento, un talento que hunde sus raíces en la desmesura, el caos aparente, los contrastes y el riesgo, tanto desde la forma como desde el fondo.

Nacido en el norte del norte de México, en esa ciudad horno que es Hermosillo, los libros previos de Félix, entre los que me gusta destacar Los gatos de Schrödinger —novela breve en la que un desierto desea tragárselo todo, los protagonistas combaten con los narradores y el autor demuestra una maestría inaudita para los diálogos y las multiplicidad de voces y silencios— y Maten a Darwin —delirante novela de ambición total en la que Félix juega con el lenguaje y el tiempo a placer y en la que los descendientes del viejo genio, que tras varias generaciones de endogamia parecerían estarse autodestruyendo biológicamente, deben enfrentarse a Dios, que ha llegado a la tierra disfrazado de extraterrestre—, anunciaban que su autor habría de escribir, antes o después, un libro formidable.

Un libro formidable

Antes de contar, acá, de qué va Lengua dormida, querido lector, quiero hablar de su forma, porque es, en primera instancia, en nombre de esta —Félix, que entiende que un libro, para ser único, debe ser un universo en sí mismo, pero también un juego y un reto para el lector, demuestra, de paso, que no existe tal cosa como literatura difícil sino, en todo caso, literatura exigente, en el sentido de que pide al lector que dedique más tiempo del que piden el común de los libros corrientes—, que la novela de Félix, que es también biografía, diario y libreta de apuntes, se vuelve un libro formidable: Lengua dormida es el relato de la búsqueda del propio relato, así como la gestación de un idioma singular que cruza el idioma común y una ventana a un espacio en el que el tiempo, como las vías de los trenes, atraviesa la llanura sobre unos rieles que van y otros que vienen; en las páginas del libro de Félix, el tiempo avanza hacia delante, pero también hacia atrás, pues la vida de la protagonista, que es la madre del autor, son, en realidad, dos vidas: la que tuvo alguna vez, en la Ciudad de México, y la que tuvo, otra vez, en Hermosillo.

Ahora bien, Lengua dormida también es un libro formidable por lo que cuenta, no sólo por cómo lo cuenta: a partir de un accidente que parecería intrascendente —una mujer, Ana María, se cae en la cocina de su casa—, la protagonista de la novela entra en una espiral de visitas hospitalarias que, años más tarde, acaban con ella postrada en una cama y en coma. Su hijo, entonces, desde la angustia, el dolor, la memoria, la duda y la literatura, habrá de contarnos, con humor desaforado —otra de las virtudes de Lengua dormida es que nos lleva al borde del llanto con la facilidad con que nos hace carcajearnos—, la vida de esa mujer que fue el pilar de su familia, su colonia y la fiesta en Hermosillo y la de esa otra mujer, ella misma, que abandonara otra familia, otra colonia y otras fiestas, años atrás.

En el ponedero y con humor

Como en toda novela formidable, la historia que constituye el río principal de Lengua dormida está llena de afluentes o, para decirlo de otro modo —un modo que, visualmente, haga honor al libro de Félix—, la vitrina que es esta obra guarda incontables piezas únicas: figuras pop y figuras de acción, rollos de películas de terror y personajes que escaparon de aquellas, cucús de voces múltiples y filósofos, también de voces múltiples, borracheras prodigiosas, presencias fantasmagóricas que lindan la esquizofrenia y una perrita que debía ser el comienzo de un gran negocio, pero es violada mientras la pasea el padre del narrador, que no se entera del abuso porque la diabetes lo ha dejado ciego.

En Lengua dormida el humor también es formidable, pero mejor un ejemplo, para acabar de invitarte a este libro o a cualquiera de Félix, los que mencioné o estos otros: La maldición Naigu, Mil monos muertos, Teoría del Asperger o Kafka en traje de baño (cuando acabes de leer, por cierto, el siguiente fragmento, te preguntarás, claro, qué habrá pasado, le habrán o no metido el ajo, pues bien, la respuesta la encontrarás en Lengua dormida):

“Mis viejos buscaban desesperados una solución contra el miedo. Lo intentaron todo, me llevaron con sobadoras, con sacerdotes, con médicos, nada funcionaba. Incluso, a una clepsidra se le ocurrió que podían curarme metiéndome ajos en el culo.

—¿Cómo? En el… —Mi madre estaba incrédula.

—Sí, en el culito. Pero tristemente nadie cree en estas cosas —dijo doña Marta.

—No lo sé, ¿y si se hace puto? —intervino mi Pa.

—Es un riesgo que hay que correr —clausuró la clepsidra”.

Coordenadas

Lengua dormida fue publicada por Sexto Piso. Maten a Darwin se encuentra en edición de Caballo de Troya y Los gatos de Schrödinger de Tierra Adentro.

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