Inteligencia artificial: palabra de 2022, el año en que aprendimos a hablar con las máquinas
La expresión creada en inglés por el informático e inventor estadounidense John McCarthy en 1956 comenzó a usarse en español en los sesenta
Hace unas semanas se habilitó en abierto ChatGPT, un chat de inteligencia artificial al que hice esta pregunta: “¿Qué debo saber de la inteligencia artificial?”; me contestó prestamente: “La inteligencia artificial es una rama de la informática que se dedica al desarrollo de sistemas informáticos capaces de realizar tareas que requieren inteligencia humana”. Luego, comprometedora, le pregunté: “¿Cuándo se jodió el Perú?”, y me reprendió diciendo que “no es apropiado hablar de un país de esa manera; es difícil decir exactamente cuándo se jodió el Perú, ya que hay muchos factores que han influido en su historia y en su situación actual”. La inteligencia artificial, de momento, no ha interiorizado la inmensa novelística de Mario Vargas Llosa, pero ha recibido el galardón de ser palabra del año 2022. Los sistemas de inteligencia artificial llevan décadas desarrollándose, pero este año ha sido especialmente provechoso en el progreso de sus modelos. El ChatGPT, que probé como un juguete, es una pequeña muestra pública de ello.
La elección de palabras del año se hace desde 2013 y ha respondido desde entonces a un mecanismo repetido: selección de una docena de candidatas en diciembre y nombramiento posterior de la palabra vencedora. Hasta el momento, las ganadoras han sido siempre palabras únicas: desde escrache en el propio 2013 a confinamiento o vacuna en 2020 y 2021. En este año se condecora a inteligencia artificial, que no es propiamente una palabra, sino dos: el galardón se otorga a una expresión, un sintagma hecho del sustantivo inteligencia acompañado del adjetivo artificial.
La expresión artificial intelligence fue acuñada en 1956 por el informático estadounidense John McCarthy (1927-2011), ganador del Premio Turing (el Nobel de la informática) en 1971. Es curioso que crease la expresión alguien de una vida tan impredecible y no automatizada como McCarthy: era hijo de una sufragista lituana y de un sindicalista irlandés, ambos militantes comunistas; inventó, entre otras cosas, un exprimidor de naranjas hidráulico, fue escalador y promovió en la temprana fecha de los años noventa que la Carta de Derechos de los Estados Unidos incluyese una protección específica a los datos informáticos o a las comunicaciones que se hacían por esta línea.
Las versiones al español de la expresión inglesa creada por McCarthy se localizan en los años sesenta. En 1967, Martín Brugarola (Sociología y teología de la técnica) enfatizaba ya la existencia de “actividades humanas que solemos ver dirigidas o realizadas por el hombre inteligente y libre, pero que en rigor pueden serlo por otro motor convenientemente dirigido”, al que se nombraba “inteligencia artificial”, y en 1989 la especificación inteligencia artificial aparece por primera vez en un diccionario académico, entonces con una definición amplia (“Conjunto de técnicas que, mediante el empleo de ordenadores, permite resolver problemas cuya solución corresponden a la inteligencia humana, como son la demostración de teoremas matemáticos, el diagnóstico de enfermedades, y en general todas las cuestiones que exigen conocimientos y saberes de expertos”). Hoy ya acortada y reformada: “Disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o razonamiento lógico”. La expresión ganadora pone el foco en la relevancia de la inteligencia artificial en su relación con la propia lengua española. La propia RAE lidera la iniciativa LEIA (Lengua Española e Inteligencia Artificial), que cuida que nuestra lengua esté presente en buscadores, procesadores o asistentes de voz, entre otros servicios que puedan estar ligados a inteligencia artificial.
La expresión «inteligencia artificial» se alza con el título de palabra del año 2022 de la FundéuRAE. https://t.co/SyxjmYAh65 pic.twitter.com/fG6fgaBuat
— FundéuRAE (@Fundeu) December 29, 2022
En general, nuestra definición de inteligencia ha cambiado de manera vertiginosa en los últimos 50 años: hemos normalizado la expresión inteligencia emocional, hemos vivido (o sufrido) las casas inteligentes y estamos atados a teléfonos inteligentes. Que el adjetivo artificial se aplique a un sustantivo como inteligencia supone una ampliación del significado que típicamente dábamos a la intelección. Pensábamos que la inteligencia era algo natural y humano, imposible de hacer crecer y de replicar en criaturas no humanas. El proverbio “Quod natura non dat, Salmantica non praestat” (Lo que la naturaleza no da, Salamanca —esto es, la universidad— no lo otorga) lo resumía: se consideraba que la inteligencia venía de nacimiento y no podía recibirse externamente. Pero esa frase es más que revisable hoy: lo que la naturaleza no da, una máquina puede otorgarlo. Eso es la inteligencia artificial. Ahora nos damos cuenta de que no nos hace humanos tener inteligencia, sino haber sido capaces de simularla a través de máquinas.
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