La Tati: “Bailar me quita los dolores”
Francisca Sadornil Ruiz, la gran bailaora madrileña de 77 años, sigue dando clases a diario a todo el mundo. El día 2 de noviembre, recibirá un homenaje en el festival Suma Flamenca de Madrid
”Mira, esto es la ONU”. La entrevistada da la bienvenida a la que es su segunda casa. Una sala de la mítica academia Amor de Dios, en pleno centro castizo de Madrid, por la que ha pasado la flor y nata del baile y del cante flamenco, y en la que esta mañana varias mujeres japonesas, una holandesa, una brasileña y alguna española, de edades y cuerpos diversos, taconean y le dan aire que se las pelan a sus mantones al compás que les marca su maestra. Francisca Sadornil, La Tati, más derecha que un cirio, con la pelambrera rubia recogida en un quiqui sobre la coronilla, se crece tres palmos enseñando su arte. Es la una de la tarde y, a sus 77 años, lleva ya cuatro horas a este ritmo. Y lo que le queda.
¿Por qué sigue trabajando?
Primero, porque puedo hacerlo. Segundo, porque me gusta, a mí con el baile se me quitan los dolores, se me para el tiempo, es que ni orino, es como si el reloj biológico funcionara al revés. Y tercero, por dinero, lo que es, es.
¿Sus 60 años de carrera no han sido suficientes para tener seguridad económica?
He ganado lo mío actuando por el mundo. He sacado adelante a mis hijos sola, les he dado una casa, una criada, un colegio, unas vacaciones. No he tenido grandes capitales. Pero, a partir de los 40 o 50 no te llaman, y del prestigio no se come. Por eso fue empezar a dar clases. Tuve que aprender a enseñar. Yo no aprendí de ningún libro, soy autodidacta. Empecé a bailar oyendo cantar a los gitanos en El Rastro. Yo movía las manos a compás antes de hacer los cinco lobitos. Y luego, viendo bailar a La Quica, una bailaora sevillana que tenía un estudio donde yo iba a ayudar. Así que, para dar clases, tuve que hacerme mi propio librillo. Y, está mal que yo lo diga, pero hoy ves a alguien bailar y dices: “esta es de La Tati”. Ese es mi orgullo.
¿A los 50 ya se es mayor en esto?
Eso, si eres alguien importante. Si no, a los 30 te meten en el cuerpo de baile y adiós. Y más ahora, que las piden de uno ochenta y con pedigrí, como los animales.
Pues los cuerpos de sus alumnas, y el suyo, son muy diversos en edad y forma.
Porque el flamenco permite eso. El ballet, no. Lo que mueve el pandero es otra forma de bailar, más del pueblo, del sentimiento. Aquí no hay partituras. El jefe es el cantaor, o la cantaora. Es el que marca el tiempo, el compás. Pero el pellizco y el duende no está en ningún pentagrama. Bailando no existes más que tú y el universo. A mí bailando se me quitan los dolores, no me hago pis, no me canso.
¿Qué es un olé?
Yo creo que es como decir Alá, esa conexión espiritual, esa energía, ese duende, mira, se me ponen los vellos de punta, es como algo que te entra en el cuerpo y no puedes contener. Como cuando los gitanos se rompen la camisa. Primero te rompes tú, como cuando se rompe a llorar, o a reír, y esa cosa incontenible se transmite al público y dice: olé.
¿Qué les da a las japonesas para querer venir desde tan lejos a aprender con usted?
Yo, no sé, tendrías que preguntarles a ellas. Creo que en el flamenco encuentran algo que las libera. El kabuki es muy bonito, pero muy sofisticado. El flamenco es más salvaje y las ha hecho más libres. Y luego hay una fuente de trabajo importante. Allí hay un negocio de tablaos, vienen a España a aprender, conectan conmigo, que soy una persona que también explosiona, y corren la voz.
¿Flamenco para turistas?
Claro, y puede ser muy digno. No me gusta lo tremendo, ni el histrionismo. Me gusta el flamenco elegante, con gusto, con paladar, con sensualidad. Me gusta lo bueno. Un buen vino, un buen cava...
Hablando de cava, La Chana, una gran bailaora de su quinta, me confesó que el día que la dejó su marido, que la maltrataba, se tomó una botella de cava, sin gustarle. ¿La comprende?
Claro que la comprendo. Conozco a La Chana de los tablaos. El mío, el primero, también me maltrataba. Cuando me fui de él porque me enamoré de otro, el padre de mis hijos, tiré el anillo al váter y vacié la cisterna. Entonces no existía el divorcio, mi suegro me denunció por adulterio y tuve que ponerle a mis hijos mi apellido, al no poder inscribirlos sin estar casada. Yo he pasado mucho, hija. La Chana y yo tenemos la misma educación. Hemos pasado la posguerra, tenemos vidas paralelas.
Son mujeres que se han matado a trabajar por el mundo. ¿No les daban ganas de rebelarse?
A mí el baile me ha hecho libre y fuerte. Y lo he sido, a mi manera. El padre de mis hijos, que era gitano, no era celoso, sí machista. Pero, claro, el dinero que entraba en la casa era muy bueno. Cuando me separé de él, no dejó de querer volver conmigo hasta que vio que iba en serio con otro. De todas formas, yo siempre he procurado no ofender a mis parejas y llevarlos con mano izquierda. He sido la matriarca de mi casa, como mi abuela, viuda con cinco hijos, como mi madre, como yo, que soy un matriarcado.
Dejó el colegio prontísimo para bailar. ¿De dónde sale todo ese vocabulario?
Salí del colegio a los 10 años, que me acuerdo que la señorita Asunción le lloraba a mi madre con que me quedara, y no podía ser. Pero luego me preocupé de aprender, me pagué una escuela de cultura general y empecé a leer. Mucho. A Platón, a Sócrates, a Bécquer. Me gusta mucho la poesía y el amor, porque soy muy romántica. Y luego tuve la grandísima suerte de convivir con Luis Pérez Palacios: un gran intelectual y poeta de Jerez de la Frontera, que ya murió, que me hacía leerle en voz alta y me ponía las comas que faltaban.
¿Fue su pigmalión?
Total, y yo su musa. Yo he hecho en teatro La casa de Bernarda Alba, de Lorca, Madre coraje, de Bertolt Brecht, La dama madre, de William Shakespeare. Yo he leído mucho, hija. Y escribo un poquito, hago cositas.
Dice que fue una niña vieja y ahora es una vieja niña. Explíqueme eso.
Porque de niña tuve mucha responsabilidad. Mi padre, con la guerra, se volvió alcohólico, se separó, mi madre tuvo que echarse a trabajar. Ellos venían de una casa bien, pero eran republicanos y perdieron la guerra. Yo tenía que llevar un dinero a mi casa. Cuando, a los 13 años, cobré mi primer sueldo, supe que era una trabajadora del arte. Le daba el dinero a mi madre, ella me daba para el taxi para ir a actuar, y yo me iba andando para ahorrárselo. Desde entonces no he dejado de trabajar. No me quiero echar flores, pero yo soy así. Ahora mismo, a mis niñas [sus alumnas], le regalo un mantón, si veo que lo necesitan. Y soy una vieja niña porque ya no tengo tantas responsabilidades, y voy más ligera de equipaje, y sigo teniendo ilusión por bailar. Aunque Madrid no me ha querido mucho a mí, yo amo a Madrid.
Ahora van a homenajearla los políticos y los flamencos. ¿Echaba de menos ese tributo?
Es que en Madrid son muy chauvinistas. Les parece que todo lo que viene de fuera es mejor. Y yo soy Patrimonio de la Humanidad de la Danza por la UNESCO desde 1999, antes que lo fuera el flamenco, en 2000. Así que ahora, estoy eufórica [se emociona], la verdad, porque tengo muchos años ya y no sabe una hasta cuándo va a poder bailar. Ahora, para mí la felicidad es la tranquilidad, la paz, salir al campo, una playa, un chiringuito, esas cosas. Pero, fíjate, soy un poco bruja, y aún espero que la vida me sorprenda.
DE MADRID AL MUNDO
Francisa Sadornil, La Tati (Madrid, 77 años), galardonada por la UNESCO y considerada por la crítica como la gran bailaora de Madrid, sigue en danza, dando clases a diario a alumnas de todo el mundo. Especializada en tangos y bulerías, La Tati empezó a bailar de niña de forma espontánea y autodidacta, oyendo cantar a los gitanos en el Rastro, el mercado popular madrileño, cerca de su casa, y viendo bailar a La Quica, una bailaora sevillana en cuyo estudio ejerció primero de recadera. Después de más de 60 años de carrera y de haber triunfado en todo el mundo, y de estar nominada 10 veces a los Premios Max de teatro por sus montajes teatrales, entre los que sobresale su versión de La casa de Bernarda Alba, Sadornil echaba en falta un reconocimiento en su tierra. El próximo 2 de noviembre actuará y será homenajeada en el Festival Suma Flamenca, en los Teatros del Canal de Madrid.
Babelia
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