Verdades y mentiras sobre la vida indómita de Concha Piquer
Manuel Vicent novela la existencia de una artista que “solo pudo cantar tan de verdad por las desgracias que sufrió”
Concha Piquer mató a un hombre. O lo dejó moribundo y minutos después lo remató la mafia. Ella tenía solo 16 años; él se encontraba en la treintena. Los dos trabajaban en un teatro de Nueva York. La adolescente triunfaba con El florero, una copla que le había compuesto Manuel Penella, y él era uno de los cómicos de la misma compañía. La joven desconocía el deseo que desbordaba a su compañero. Aquella tarde, en casa de la muchacha, él intentó abusar sexualmente de ella. Cuando estaban forcejeando en una atmósfera terrible, la niña alcanzó una barra de hierro que se utilizaba entonces para atrancar las puertas y le golpeó la cabeza. La sangre comenzó a esparcirse por el suelo. Piquer se fue corriendo al teatro y se lo contó a sus jefes. El hampa dominaba el negocio de los teatros de Broadway. “No te preocupes, nosotros nos ocupamos”. La joven valenciana leyó al día siguiente en el periódico que el cuerpo de su violento compañero fue encontrado flotando en el río Hudson. ¿Lo mató ella? ¿Fue la mafia? Nunca se supo.
Con este episodio real (contado en las memorias de la hija de Piquer, Concha Márquez Piquer) comienza el palpitante Retrato de una mujer moderna (editorial Alfaguara), donde el escritor Manuel Vicent (La Vilavella, Castellón, 86 años) novela siempre sobre hechos reales la indómita vida de Concha Piquer (Valencia, 1906-Madrid, 1990), seguramente la primera gran estrella del entretenimiento que surgió en España. “Durante más de 15 años, en los años cuarenta y los cincuenta, fue el ama del aire, tanto en España como en Latinoamérica. Sus canciones se escuchaban por todas partes y contaban la historia de la humanidad. Describía un mundo tan dulce como agraviado. Piquer tenía esa mezcla casi morbosa de cantar una tragedia con una voz maravillosa”, explica Vicent frente a un refresco en una cafetería madrileña. Y pone ejemplos de piezas musicales: Tatuaje, Ojos verdes, En tierra extraña, No me quieras tanto, La Maredeueta…
La familia de Piquer era tan pobre que Conchita, de niña, robaba patatas y tomates en las huertas vecinas del barrio donde se crio, cerca de la calle Sagunto, en Valencia. Era su única comida del día. Cuando falleció en 1990, a los 82 años, acumulaba una fortuna: dinero, inmuebles, joyas, una finca en Villacastín (Segovia) donde pastaba una ganadería que llevaba su nombre… Esa holgada economía le permitió vivir los últimos 30 años sin trabajar. Porque se retiró con 52. En una actuación en Huelva en 1958, notó una leve afonía. Cualquier otro artista no le hubiese dado mucha importancia. Unos días de descanso y de vuelta al escenario. Pero ella era de una exigencia extrema. Llegó al camerino y escribió en el espejo: “Esta noche canta por última vez Concha Piquer”. Y así fue.
Concha Piquer pasó por la vida cargando muchas pesadas cruces de hierro. “Tenía un gran carácter y era valiente. Una mujer empoderada cuando empoderarse era muy complicado”, resume Vicent, que la entrevistó en 1981 para EL PAÍS en la casa madrileña de la artista, acompañado por el pintor Antonio López, seguidor de ella y que pidió asistir al encuentro.
Todo empezó cuando el músico y productor Manuel Penella vio a una muchachita de 12 años cantar en un teatro de Valencia. Le fascinó. En aquella época, Penella preparaba una producción en Nueva York, El gato montés. Se lo propuso a la madre de la niña, Ramona (de profesión costurera), y las dos se fueron a Manhattan. El padre, albañil, había muerto de cirrosis poco antes, dejando a la familia en una situación económica delicada. Mientras Piquer se consagraba en Nueva York, comenzaron los sufrimientos. Además de llevar siempre sobre su conciencia la muerte de aquel violador, una desaparición aún más funesta estaba por llegar. Su mentor, Manuel Penella, 30 años mayor, se convirtió en su amante y del encuentro tuvieron un hijo que nació en Nueva York. Piquer tenía 16 años y permitió que su madre se llevase al bebé a España. Al poco tiempo, el niño falleció de tifus. “Nunca se recuperó de aquello. El instinto maternal la impulsaba a echarse al agua detrás del barco, pero apostó por la gloria de Broadway”, afirma el escritor.
Las primeras sesiones de fotos de ella en Nueva York reflejan su impetuosa personalidad: posaba desnuda tan solo cubierta por una mantilla, como se aprecia en la portada de Retrato de una mujer moderna. Piquer siempre se consideró “la otra”, por eso cantaba tan de verdad Romance de la otra. La mayoría de sus amores estaban casados: Penella, el torero Antonio Márquez… “Todas las desgracias que sufrió ayudaron a modelar su forma de cantar. No se puede cantar una pena si no has llorado de verdad. Era una mezcla de tragedia con dulzura. Piquer no mentía: era toda de verdad”, apunta Vicent. Su primer hijo con Antonio Márquez también murió, al igual que cinco de sus hermanos, todos al poco de nacer.
Cuando regresó a España montó su propia compañía para desarrollar espectáculos de copla con la grandeza que se exhibía en Broadway. Se alió con los mejores: Quintero (composición y escenificación), León (letras) y Quiroga (música). Ella le contaba a su amigo y poeta Rafael de León sus penas y este le escribía las letras. Triunfó tanto en España como en Latinoamérica. García Lorca la adoraba, y defendiéndola se enemistó con Luis Buñuel y Salvador Dalí, seducidos por las vanguardias parisienses. “Lorca les explicaba que en las letras de una copla había más surrealismo que en el club de poetas de París. Y era verdad. Porque el surrealismo tiene que ser un acto, y las coplas estaban llenos de actos”, señala Vicent. No es verdad que Piquer fuera franquista, a juicio del autor de Retrato de una mujer moderna. “Fue una contestataria. De hecho, se opuso a todas las reglamentaciones morales y administrativas del franquismo. Triunfó en la República y en el franquismo. Tenía arrestos por desafiar a la censura”. En Ojos verdes estaba prohibido decir “mancebía” (prostíbulo), pero ella lo cantaba y luego pagaba la multa (500 pesetas de los años cuarenta, todos los días de función): “Apoyá en el quicio de la mancebía”. Y eso que abrir el monedero le espantaba. Vicent confirma su fama de pesetera: “Amaba el dinero como nadie. Una de sus frases era: ‘Si no gano dinero, no me divierto”.
Se vertieron muchas maledicencias cuando estaba en lo más alto y era tan famosa. Sobre todo, líos amorosos. Que tuvo una relación con Eva Perón (eran muy amigas) o que fue la amante del ministro franquista Serrano Suñer. Nada probado y luego negado por ella. Luchó para conseguir, por fin, que el torero Antonio Márquez rompiera su matrimonio y se casara con ella. Sobre todo para facilitar las gestiones burocráticas a la hija de ambos y heredera, Concha Márquez Piquer, también cantante, fallecida en 2021.
La voz de Piquer en la dura posguerra resultó un lenitivo para los españoles. Eran canciones que consolaban a la gente y cumplían una importante función social. Dotaban de belleza a la amargura. Muchos la consideran a la altura de Billie Holiday o Bessie Smith. Después de su retirada, su figura ha pasado por temporadas en las que se la denostaba por su tradicionalismo español, y otras en las que era reivindicada, ya sea por la progresía o como icono gay. Hoy, parece imposible que su música se escuche en un mundo donde los dramas se cuentan con voz robótica. O no. “Hasta que llegue Rosalía y la reivindique”, sentencia con una sonrisa Vicent.
Babelia
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