Luz Pichel: “La idea de la limpieza y la unidad de la lengua es imperialista. Nadie habla mal”
La poeta gallega, experimentadora de las formas de hablar pequeñas, aldeanas, fronterizas, actúa este sábado en el festival POETAS.
A Luz Pichel (Alén, Pontevedra, 75 años) le gustan las “malas” lenguas, las que se mezclan, las que se amoldan a la gente antes que a las normas. Le gusta romper las palabras, quebrar la sintaxis, ir más allá, porque nació en un más allá. “Lo mío es un posicionamiento político en defensa de las lenguas pobres”, dice.
Es poeta, orgullosa aldeana, tendente a transitar las fronteras. Nos recibe en la madrileña librería Arrebato, desde donde se organiza el festival POETAS, en el que actúa este sábado. Su último libro es Alén Alén (La Uña Rota) un texto donde mezcla tradición y vanguardia y habla de su aldea diminuta para hablar del enorme mundo. Una aldea donde hay vivos y muertos, objetos del recuerdo, fragmentos de la variante lingüística popular del castrapo… y centauros.
Pregunta. ¿Qué es un centauro?
Respuesta. Un guardia civil de aquellos de antes.
P. ¿Cómo?
R. Sí, llevaban unas capas enormes que cubrían las ancas del caballo, y parecía que el torso surgía del animal. Con su tricornio y su fúsil, eso sí. Yo todavía no conocía la palabra centauro. La descubrí después. No me gustaban.
P. ¿Por qué?
R. Venían a asustar a la gente y a pillar al que se había echado al monte. Nadie quería verles. A los niños nos tenían enseñados para escondernos de los guardias en los maizales, no se nos escapara algo de lo que escuchábamos a los mayores.
P. ¿Se perseguía el gallego?
R. No en las aldeas, sino institucionalmente. En la escuela nos enseñaban en castellano, pero fuera hablábamos en gallego, éramos incapaces de decir una palabra en castellano. Nos daba muchísima vergüenza. La profesora me dijo una vez: “Si fueras rica, podrías ser escritora”. Yo nunca pensé que una niña aldeana podría ser poeta, tenía a la poesía sacralizada.
P. ¿Por qué le dijo eso?
R. Porque escribí la frase “los campos de trigo me recuerdan a las olas del mar”. Pero yo no sabía lo que era el mar. No lo había visto ni pintado.
P. Su poesía es formalmente muy vanguardista, pero las temáticas giran en torno al mundo rural.
R. Mi poesía está en una frontera siempre, como yo lo estoy. Pero lo rural lo uso como una metonimia de los temas universales, es un mundo simbólico. “Ser aldeana para pertenecer al mundo dignamente / ser de ninguna parte para restaurar la cuna donde nací”, dice uno de mis versos, en gallego. La dualidad entre ser de aldea y ser del mundo.
La profesora me dijo una vez: “Si fueras rica, podrías ser escritora”. Yo nunca pensé que una niña aldeana podría ser poeta, tenía a la poesía sacralizada
P. ¿Hay un nuevo interés en el mundo rural?
R. Tampoco se conoce bien el mundo rural, no es maravilloso. Yo creo que no doy una imagen idílica. Me gusta la patata y el nogal, pero la vida en el campo es durísima, exige día y noche. La gente de ciudad va al campo y no le gusta como huele la gente que trabaja en las granjas.
P. Pero se habla mucho de la vuelta al campo.
R. Una cosa es volver para trabajar a distancia, y otra volver a coger al azadón, o ahora el tractor. Quizás aquella sea la manera del volver al campo, aunque ya no será una vida rural. Yo tengo un huertito, con mis tomates, pero sé que eso no es lo mismo, aunque lo tenga muy enraizado desde la infancia.
P. Su pueblo se llama Alén, que significa “más allá”.
R. Sí, hay muchos en Galicia, porque siempre estaban más allá de algo, en lugares remotos, en el centro de un valle, pero al margen de todo. Ahora el AVE ha llegado a algunas ciudades, pero las aldeas siguen estando lejos.
P. ¿Cómo se siente uno viviendo en el “más allá”?
R. Cuanto estoy allí me siento bien, pero también extranjera, aunque no salí de allí hasta los 12 años. Las personas que nos vamos de las aldeas y regresamos nos sentimos un poquito extranjeras. Y se nos hace sentir extranjeras. Y eso que soy de las más antiguas del lugar.
P. Usted ha sido catedrática de instituto. ¿Cómo enseñamos la poesía?
R. Lo hacemos mal. Hay mucho empeño en enseñar todas las figuras literarias, tipos de estrofa, de verso, los alumnos se aburren soberanamente. Cuando descubren que la poesía es otra cosa, las cosas cambian.
P. ¿Cómo debería hacerse?
R. Habría que unir la lectura de la poesía con la escritura, con la práctica, con el juego. A los niños les gusta expresarse. No midas la métrica, escucha la música del verso. Si en algo no habría que ser académico, es en la enseñanza de la poesía. Hay que ser un poquito desobedientes.
Yo las palabras las destrozo, las parto a la mitad. Las palabras las utilizo “mal” deliberadamente
P. Le han llamado “guardiana de las palabras en extinción”.
R. Todo lo contrario. Yo las palabras las destrozo, las parto a la mitad. Las palabras las utilizo “mal” deliberadamente.
P. ¿Se puede hablar mal?
R. ¡No! La gente habla, se comunica. Nadie habla mal. Puede ocurrir que la gente no hable de acuerdo con la lengua estándar, pero eso es otra cosa. A los niños hay que enseñarles que hay una lengua estándar que deben aprender, es muy útil para redactar una instancia, pero ellos hablan bien. La lengua estándar no es la única correcta. Todas las formas de hablar una lengua son correctas.
P. ¿Entonces el castellano de Valladolid…?
R. No habla mejor uno de Valladolid que uno de Buenos Aires. Eso es evidente. Además, la norma de Valladolid es la que menos se habla. Se habla bien en Murcia, en Andalucía, en toda Hispanoamérica. Se condena el seseo y el ceceo, pero la mayor parte de los hablantes sesean o cecean. La idea de la limpieza y la unidad de la lengua, además, es muy imperialista y va en contra de la riqueza lingüística.
P. ¿En Galicia?
R. En Galicia hacía falta una lengua estándar, pero según para qué cosas. Rosalía de Castro para escribir sus poemas no necesitó una lengua estándar, se fue al pueblo, escuchó cómo hablaba la gente y escribió. La riqueza lingüística dialectal es inmensa en Galicia, pero se empobrece muchísimo cuando se enseña a hablar en la lengua estándar. Se hace sentir a la gente que habla mal.
P. ¿Y qué tal una lengua universal como el esperanto?
R. Bueno, ya la hay, el inglés que hablamos cada uno a nuestra manera y nos entendemos. La gente se acaba entendiendo. En Madrid te encuentras con gente de cualquier parte el mundo y te entiendes.
P. ¿Qué es el castrapo?
R. Es un castellano plagado de galleguismos. Un castellano “mal hablado”. Lo usaban los aldeanos que iban al médico o la farmacia, donde se hablaba castellano. O cuando venía un forastero. Pero con la normativización del gallego, la intelectualidad y los defensores de la norma empezaron a considerar que el gallego de las aldeas es castrapo. Empiezan a llamar castrapo a todo lo que no es normativo. Pero esas formas de hablar tienen una fonética perfecta, una gramática muy buena, una prosodia buenísima.
Las lenguas no son buenas ni malas, no admiten una categorización moral
P. Se utiliza lo del castrapo despectivamente.
R. Nos dicen que hablamos mal. Te están diciendo que tú no vales. Las lenguas no son buenas ni malas, no admiten una categorización moral. Si dices de alguien que habla mal, estás diciendo que es malo, que no sirve.
P. ¿De dónde viene esa obsesión suya con las formas de hablar?
R. Algunas razones son personales. Yo llego a un colegio de monjas con 12 años hablando castrapo. Y provoco risas. Lo supero rápido, pero he visto a la gente sufrir. He visto a mi padre frente a la televisión decir que una joven locutora hablaba bien, y él no. Y todo eso te duele.
P. ¿Y además de razones personales?
R. He descubierto que posicionarse ahí, entre dos lenguas, es de una riqueza inmensa a la hora de poder escribir. Se abren todas las posibilidades, puedes inventarte cualquier palabra, como el que habla castrapo y se tiene que inventar la palabra que no sabe en castellano. Es de esa fluctuabilidad de donde viene la riqueza. Además, cuando utilizas las “malas” lenguas, también entran los “malos” temas, esos de los que no se habla o que no entran en la poesía.
P. ¿En qué piensa?
R. No lo sé. A veces hablo a los gatos de mi casa de Galicia en castellano. Otras veces en Madrid, haciendo cosas en casa, hablo sola en gallego.
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