El comisario Montalbano se rebela contra su creador, Andrea Camilleri
Salamandra publica ‘Riccardino’, la obra con la que el escritor siciliano quiso cerrar la saga. La escribió en 2005 y la reescribió una década después para editarla después de su muerte
Las 30 novelas protagonizadas por el comisario Montalbano parten de dos premisas que resultan difícilmente discutibles: la comida, sobre todo en Sicilia, es un asunto muy serio y no deberíamos convivir con la corrupción, los abusos del poder y la injusticia y mirar hacia otro lado. A diferencia de otro gran escritor siciliano, Leonardo Sciascia, en cuyas novelas los misterios nunca se resuelven —como ocurre a menudo en Italia, un país que arrastra demasiadas preguntas sin respuesta desde los años de plomo—, en las tramas de Andrea Camilleri (1925-2019) siempre se descubre al culpable aunque, como señaló su editora española, Sigrid Kraus: “Eso no es lo mismo que hacer justicia porque el dinero lo puede todo”. Relato a relato, Montalbano muestra la cara oculta de la sociedad en la que vive pero, como en El Gatopardo, el comisario solo logra que todo cambie para que todo siga igual.
Este jueves se clausura en español la saga de este comisario siciliano, que ha vendido 25 millones de ejemplares en Italia y 1,2 millones en castellano, con la publicación por Salamandra de Riccardino, la última novela de Andrea Camilleri, traducida por Carlos Mayor. Representa el final de una época para muchos lectores que ya no tendrán nunca más un nuevo montalbano entre sus manos, pero no significa la muerte del personaje, porque precisamente en este libro demuestra que es más poderoso que su autor e, incluso, se rebela contra él. El comisario rompe la cuarta pared para saltar a la realidad, no solo desde las novelas, sino también desde su adaptación televisiva, que lleva en antena en la RAI desde 1999 y es una de las producciones más vistas de la historia de Italia. Quien manda en las páginas de Riccardino ya no es solo el autor sino, en un giro pirandeliano, su personaje.
En la novela, los diálogos entre Camilleri y Montalbano alcanzan este tono:
—Montalbano: “Pero ¡esto parece una escena de los hermanos Marx!”
—El autor: “Me trae al pairo lo que te parezca o deje de parecer. Si yo digo que el callejón existe y estás tú allí, a ver quién es el guapo que me contradice. No serás tú ni los de la tele. Vigàta es una invención mía. Y ahora, haz el favor, déjame seguir”.
—Montalbano: “¡Es una gilipollez de primera división! Entre otras cosas, esta escena se ha visto en el cine hasta la saciedad”.
Antes de su desahogo en Riccardino, las relaciones entre Montalbano y Camilleri ya habían pasado por baches importantes. “Es un chantaje asqueroso”, bromeó el escritor durante una entrevista con el corresponsal en Roma de este diario, Daniel Verdú, cuando le preguntó por la forma en que el éxito del comisario había marcado su vida y su obra. Gracias a las ventas de Montalbano, pudo escribir la ficción histórica, siempre ambientada en Sicilia, que le apasionaba. Pese a sus gruñidos, eso sí, desde que lo creó en 1994 a los 64 años como homenaje a su amigo Manuel Vázquez Montalbán, no pudieron vivir el uno sin el otro.
Desde entonces, publicó 30 novelas y cinco recopilaciones de relatos, entre las que se incluyen algunas obras maestras de la literatura policiaca europea como El perro de terracota, La excursión a Tíndari o La pirámide del fango. La primera es La forma del agua y la última, que llegó a las librerías en 2020, es El cocinero de Alcyon. Riccardino no es la última que Camilleri escribió, sino la última en ser publicada, como explicaba el autor en aquella entrevista, que tuvo lugar en su casa romana en 2017, dos años antes de su muerte. Fue redactada entre julio de 2004 y agosto de 2005. Sin embargo, en noviembre de 2016, cuando ya había perdido la vista, decidió reescribirla con la ayuda de su asistente, Valentina Alferj. Tal vez porque presentía que se iba acercando el momento en que le tocaría cruzar la laguna.
Así le relató a Daniel Verdú el proceso de reescritura cuando le preguntó si estaba cambiando aquel libro que había permanecido en un cajón durante más de una década: “Muchísimo. La construcción de las frases, la búsqueda de las palabras. Es un lenguaje que se enriquece cuando envejece. Una novela de hace 15 años me parece pobre respecto a cómo escribo hoy”. Y explicaba también cómo había cambiado su perspectiva del pasado: “Cuanto más viejo, más precisión se tiene de los recuerdos de juventud. Leonardo Sciascia lo llamaba la presbicia de la memoria. De hecho, lo estoy haciendo con una novela de Montalbano que dejé apartada”.
Camilleri no solo creó a un personaje central, sino todo un mundo a su alrededor: desde la ciudad de Vigàta (trasunto de Porto Empedocle) o Montelusa (la provincia de Agrigento) hasta todos los policías que pululan por la comisaría, desde Fazio a Catarella, pasando por el infumable y melifluo jefe superior Luca Bonetti-Alderighi, y naturalmente, Livia, la paciente novia del comisario, que vive en Génova. Y de ese mundo propio también surgió un lenguaje único.
Así lo explica el epílogo de Riccardino de su editor italiano, Antonio Sellerio: “La redacción de 2016 refleja cómo, a lo largo de los años, el lenguaje de Camilleri pasó de la ‘lengua bastarda’ que el autor oía de pequeño a la ‘lengua inventada’ de Vigàta; es decir, que con el tiempo llegó a ser, como toda lengua, una forma de vida, la forma de vida de una provincia inventada”.
Conforme pasaba el tiempo no solo fue cambiando el lenguaje de Camilleri, sino que sus libros se fueron haciendo cada vez más oscuros en su descripción de la Europa actual, aunque nunca olvidó el sentido del humor. Todas las novelas son tremendamente divertidas, con momentos de carcajadas. Montalbano tampoco perdió el apetito y los festines de comida siciliana, en la trattoria de Enzo o por los platos que le deja su asistenta Adelina en la nevera, son irrenunciables por muy mal que se pongan las cosas. Sus fans esperan con mayor impaciencia los arancini, los spaghetti alla Norma, la pasta n’casciata o los salmonetes que la resolución de los casos.
Además del apetito, Montalbano tampoco perdió nunca un profundo sentido de la justicia, de lo que está bien y lo que está mal. Y no importa cuántas veces los oscuros poderes que campan a sus anchas por Sicilia se salgan con la suya, él sigue intentándolo. Parece regirse por las palabras con las que, en El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa —el gran clásico de la novela siciliana—, tratan de convencer al príncipe de Salina para que se presente a unas elecciones: “Es posible vencer al clima, borrar el recuerdo de los malos gobiernos; los sicilianos querrán mejorar; si los hombres honestos se retiran el camino quedará libre para la gente sin escrúpulos, sin visión. Entonces todo será de nuevo como antes, volverán a pasar siglos”. Mientras siga vivo, Montalbano seguirá intentándolo. Y después de Riccardino, está claro que no necesita a su autor para seguir existiendo.
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