Woody Allen: “La vida es estúpida... estúpida y trágica”
El cineasta presenta a sus 86 años un libro de relatos y prepara su película número 50. Respecto a las acusaciones de Mia Farrow sobre su supuesto abuso sexual, afirma: “Todo sigue igual, no puedo hacer nada al respecto”
Han transcurrido tres décadas desde que saltó a los periódicos la noticia de que Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 86 años), uno de los cineastas más influyentes de nuestro tiempo, estaba manteniendo una relación secreta con Soon-Yi Previn, hija adoptiva de quien era entonces la pareja del cineasta, Mia Farrow. Allen tenía 56 años y Previn 21. Tras contraer matrimonio cinco años después, la pareja adoptó a dos niñas, Bechet y Manzie. A fecha de hoy, siguen juntos. Ocho meses después de descubrir el affaire, Farrow acusó a Allen de haber agredido sexualmente a la hija adoptiva de ambos, Dylan, que entonces tenía siete años. Dylan sostuvo las acusaciones. El asunto, sin embargo, nunca llegó a ser juzgado por falta de pruebas.
La situación alcanzó el clímax cuando, con 28 años, Dylan renovó las acusaciones contra su padre en una entrevista concedida a la CBS y un artículo de opinión publicado en The New York Times. No se pudo demostrar que las acusaciones fueran ciertas, pero afectaron a la carrera de Allen en Estados Unidos. Cuando hace dos años estaba a punto de salir su autobiografía, A propósito de nada, el personal de Simon & Schuster protestó abiertamente, y la editorial canceló la publicación. El libro salió a la luz en un sello mucho menos visible. Por aquellas fechas, Ronan Farrow, hijo biológico de Allen y Farrow, autor de Depredadores y ganador del Premio Pulitzer de periodismo por sus trabajos de investigación sobre el mundo de los abusos sexuales a menores, seguía sosteniendo que su padre era un depredador sexual.
Estados Unidos está atravesando un momento histórico nefasto en relación a muchas cosas, lo cual afecta de manera particularmente grave a la cultura”
Los medios de todo el mundo se hicieron eco de la acusación. La división de cine de Amazon rompió su contrato con el director, muchos de los actores que habían trabajado a sus órdenes lamentaron haberlo hecho, sus películas dejaron de distribuirse normalmente y la serie de televisión Allen contra Farrow, de HBO, adoptó una perspectiva condenatoria hacia el cineasta. En el mundo del cine hubo algunas voces que salieron en su defensa, como Javier Bardem, Scarlett Johansson y Diane Keaton. Otro de los hijos adoptivos de Allen y Farrow, Moses, ha sostenido categóricamente que las acciones que se le imputan a su padre son manipulaciones de Mia Farrow, que fue pareja de Allen durante 12 años y rodó 13 películas con él, aunque nunca vivieron juntos.
El motivo de la conversación que Woody Allen accedió a mantener con EL PAÍS es la inminente publicación en España de Gravedad cero (Alianza editorial, traducido por Eduardo Hojman) , su primer volumen de relatos en 15 años. Antes de hablar del libro, resulta inevitable preguntar si la situación que lleva viviendo desde hace treinta años ha cambiado de signo. “No”, responde sin denotar un ápice de hastío. “Todo sigue igual, aunque tengo que decir que lo que ha ocurrido no me ha afectado a lo que de verdad me importa, que es mi trabajo. Sigo haciendo películas, sigo escribiendo libros y sigo tocando música. Por supuesto, sería mejor que no estuvieran pasando estas cosas, pero no puedo hacer nada al respecto. Como sabe, Estados Unidos está atravesando un momento histórico nefasto en relación con muchas cosas, lo cual afecta de manera particularmente grave a la cultura. Pero sigo adelante en otros lugares, después de la inolvidable experiencia de rodar El festival de Rifkin en San Sebastián rodaré mi película número 50 en París”.
La entrevista tiene lugar en el Manhattan Film Center, en Park Avenue, donde el director de cine tiene sus estudios de montaje y su despacho personal. El lugar está lleno de cintas, vinilos y paneles que detallan instrucciones de rodaje, así como montañas de libros sobre cine. Allen se muestra aliviado cuando la conversación deriva hacia otros derroteros. La mirada se le ilumina cuando se le pide que evoque los años de su infancia en Brooklyn. “Fue maravillosa, aunque entonces no lo vi así porque mis padres tenían muy poco dinero y su vida era muy dura. Crecí en la calle, en un barrio muy pequeño con tiendecitas, restaurantes, boleras, una biblioteca fabulosa y una docena de cines de pantallas gigantes, con grandes lámparas de araña que colgaban del techo y alfombras rojas en los pasillos. La entrada costaba 15 centavos y podías ver varias películas. Mi madre me dejaba en la puerta a la una con un bocadillo y me venía a recoger a las seis. A veces veía la misma película dos o tres veces y no me cansaba. Aparte del cine, lo mejor era cuando me ponía enfermo, porque odiaba ir al colegio y me pasaba el día entero en la cama escuchando la radio y leyendo cómics”.
¿Recuerda Woody Allen cuando se enamoró por primera vez? “En la guardería”, contesta sin pestañear. “Desde muy pequeño era plenamente consciente de que había niñas encantadoras y muy guapas en clase; bueno, no todas. Siempre les preguntaba si querían salir conmigo, pero me decían que yo era demasiado pequeño y nunca aceptaban. Odiaba el colegio, las asignaturas, el horario, a los profesores, pero me podía pasar horas mirando a las chicas, inmerso en un aura de felicidad”.
En Gravedad cero, recurre a textos humorísticos memorables, como Sin plumas o Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, pero esta vez hay algo distinto, una señal que Woody Allen no había emitido nunca con tanta claridad anteriormente, un relato de más de 50 páginas, casi una novela corta, un texto de gran calidad literaria titulado Crecer en Manhattan. ¿Es muy diferente escribir un libro a dirigir una película? ¿Cómo se las arregla prescindiendo de las imágenes y quedándose solo a merced de la palabra escrita? “¡Ha dado usted en el clavo!,” exclama, aferrándose a los brazos del sillón, como si se dispusiera a saltar encima de alguien o quisiera esquivar un golpe.
“Crecer en Manhattan es un cuento largo, pero hubiera podido ser perfectamente una película. O una novela. La diferencia entre el cine y la literatura es que en una película dispongo de hora y media para mantener la atención del público y durante ese tiempo no me puedo distraer un solo instante porque corro el riesgo de que la gente se levante de la butaca y se largue. Hay que entretener al público con imágenes, diálogos, conflictos y personajes de manera constante. En un libro las cosas son mucho más relajadas. En la gran literatura, Los hermanos Karamazov pongamos por caso, hay páginas y páginas en las que la trama no avanza, pero no importa en absoluto, al revés. En cine eso sería suicida”.
Odiaba el colegio, las asignaturas, el horario, a los profesores, pero me podía pasar horas mirando a las chicas, inmerso en un aura de felicidad”
En la visión que tiene Woody Allen de las cosas hay un ingrediente constante: su interés por la filosofía, que el neoyorquino pone patas arriba mediante el recurso a un humor irreverente. “Mi interés por la filosofía se remonta a los años de mi primer matrimonio, cuando era muy joven. Mi mujer estudiaba filosofía, y los temas filosóficos ocupaban el primer plano de nuestras conversaciones. Inmediatamente decidí incorporar la filosofía a mis actuaciones como cómico de cabaré, así como a mis películas. La mayoría de los humoristas de cabaré hacen chistes a costa de asuntos que nos afectan directamente en la vida cotidiana: la política, la economía, internet, las redes sociales, problemas inmediatos... Mientras que yo abordo las cuestiones fundamentales de la existencia, como el sentido de la vida, la religión y otros temas de gran envergadura desde una perspectiva cómica. Si se presta atención a mis películas se ve claramente que en ellas hay un sustrato filosófico. No se asuste, no tengo intención de entrar a fondo en eso ahora”.
A la pregunta de quiénes son los filósofos que más interés han despertado siempre en él desde el principio, responde que todo empezó con los existencialistas franceses, Beauvoir, Sartre y de manera particular, Camus. También menciona a Nietzsche y Kierkegaard, de la mano de los cuales llegó a Ingmar Bergman, quizás el director que más ha influido en él. Entre sus escritores favoritos menciona, además de a los grandes novelistas rusos, a Stendhal, Camus, Philip Roth y de manera especial a Saul Bellow. Su novela favorita, proclama, es Moby Dick, “cosa que no entiendo bien, porque no me gusta el mar ni me interesan lo más mínimo los barcos ni la pesca de ballenas”.
En una rueda de prensa en Cannes le preguntaron en una ocasión qué pensaba de la muerte y contestó que estaba totalmente en contra. ¿Se podría decir que, aunque Woody Allen está muy interesado en la muerte, la muerte no parece estar demasiado interesada en él? “No parece que esté lo suficientemente interesada, pero, aunque no fuera así, no hay nada que hacer al respecto. La vida es demasiado corta, lo cual me parece estúpido. Camus prefería decir que la vida era absurda, pero creo que la palabra le da un aire de dignidad. Me parece más exacto decir que la vida es estúpida... estúpida y trágica. Claro que si se piensa eso hay que elegir entre pegarse un tiro o, en mi caso, hacer películas”.
Gravedad cero es su primer libro en 15 años, el quinto en su haber. “Para ser exactos,” precisa, “en toda mi vida solo he escrito un libro, A propósito de nada, mi autobiografía. Los demás son recopilaciones de textos previamente aparecidos en revistas como The New Yorker. Lo curioso es que desde hace un tiempo tengo un sentimiento nuevo, y es que creo que me gustaría escribir un libro, un libro de verdad, una novela”.
La pulsión secreta de la que habla Woody Allen es claramente perceptible en Crecer en Manhattan, extenso relato que llama la atención porque da la impresión de querer ser una novela. “Hubiera podido serlo perfectamente. O una película. Cuando la escribí no disponía del tiempo ni la inclinación necesarios para expandirla, pero el deseo ha quedado. En cuanto termine la película que tengo que rodar en París me voy a plantear en serio la posibilidad de escribir una novela de 300 o 400 páginas”.
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