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IDA Y VUELTA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El biógrafo eterno

La posteridad de Saul Bellow no está asentada. Aún provoca casi la misma controversia que lo rodeaba cuando estaba vivo

Antonio Muñoz Molina
El escritor Saul Bellow.
El escritor Saul Bellow.Cordon Press

Parece mentira, pero ya hace 100 años que nació Saul Bellow. Está tan cerca todavía que nos cuesta situarlo en un pasado lejano. Murió en 2005, y solo unos años antes, a los 85, había publicado una última novela, Ravelstein, en la que seguían muy presentes sus mejores facultades, ese descaro algo temerario contenido en un término yidis que a él le gustaba mucho, Chutzpah. La posteridad de Bellow, por ahora, está siendo cualquier cosa menos asentada. Después de muerto sigue provocando casi la misma controversia que lo rodeaba cuando estaba vivo. En 2010 se publicaron sus cartas, una celebración jugosa del amor por la literatura y por la amistad y los amores de un hombre que disfrutó siempre de la vida y se casó cinco veces. Bellow se definió cómicamente a sí mismo como un serial marrier, pero también era, para beneficio nuestro, un escritor en serie, un autor infatigable de novelas, cartas, artículos, cuentos cortos, diatribas. Salió el año pasado un libro de memorias poco halagador para él de su hijo mayor, Gregory, y este año, con el aliciente del centenario, se ha publicado ya un volumen muy completo de sus ensayos, y acaba de aparecer el primer tomo de una nueva biografía que se promete inmensa, The Life of Saul Bellow: To Fame and Fortune, de Zachary Leader.

Confieso que la esperaba con mucha impaciencia, con esa anticipación feliz de las cosas que uno sabe o imagina que van a gustarle mucho. En 1998 se había publicado la biografía que escribió James Atlas, una obra espléndida, densa de información y muy poderosa en su impulso narrativo, muy admirativa pero también muy crítica, ácida y precisa en su relato de las facetas menos atractivas del carácter de Bellow, su narcisismo y su creciente irascibilidad hacia las reseñas negativas o las objeciones, sensatas o sectarias o estúpidas, hacia sus posturas cada vez más conservadoras en asuntos culturales y políticos. Bellow había empezado colaborando con el proyecto biográfico de Atlas, pero luego se distanció de él. Quizás es inevitable que un biógrafo acabe irritado con el objeto de sus investigaciones: tiene que observarlo demasiado de cerca, durante demasiado tiempo, tiene que dedicarle una parte grande de su vida, a cambio de una expectativa muy limitada de recompensa, porque quién pagará con justicia tantos años de esfuerzo, una entrega tan completa de un escritor a la vida de otro.

Acaba de aparecer el primer tomo de una nueva biografía que se promete inmensa, escrita por Zachary Leader

Bellow no sería indiferente a las tribulaciones de un biógrafo. Varias de sus novelas, y algunas de las mejores, son historias de personajes contadas desde el punto de vista de otros, figuras desorbitadas y heroicas, larger than life, más grandes que la vida, según la bella expresión inglesa. Humboldt’s Gift, una de sus obras maestras irrefutables, es la tentativa de biografía de un poeta solo parcialmente ficticio, Von Fleisher Humboldt, contada por su antiguo amigo Charlie Citrine. La vida y muerte de Ravelstein las cuenta su discípulo Chick, que en su mismo nombre ya contiene una sugestión de nimiedad por comparación con el personaje enorme al que dedica su relato. Bellow tenía un talento infeccioso y desvergonzado para convertir en figuras de novela a las personas que lo rodeaban, casi siempre para ajustar cuentas con ellas, amigos y esposas infieles, colegas que habían ofendido su quebradiza suspicacia. Leyendo este tomo abrumador de Zachary Leader, que, a pesar de más de 600 páginas de narración y casi 300 de notas, solo cubre los primeros 49 años de la vida de Bellow, yo me lo imagino a él, en la tumba, sonriendo con su cara seductora y sarcástica ante la enormidad de la tentativa. Borges hablaba de esos biógrafos tan fascinados por los cambios de domicilio de un escritor que no prestan atención a sus libros. A Zachary Leader los cambios de domicilio de Saul Bellow le producen, por supuesto, una fascinación inagotable, y en parte con razón, porque este hombre sin sosiego no paraba nunca, y antes que él sus padres y sus abuelos ya lo habían precedido en el nomadismo. El problema de Leader es que no hay nada que no le resulte fascinante: las vidas intrincadas del padre y la madre de Bellow y sus abuelos paternos y maternos en la Rusia zarista, las peculiaridades del transporte marítimo en las primeras décadas del siglo XX, las peripecias de la fundación de la high school a la que asistió Bellow en su adolescencia, el mundo de las panaderías y el del comercio del carbón para calefacciones en Chicago, negocios ambos a los que se dedicó temporalmente el padre de Bellow, las peripecias de cada uno de los parientes con los que se encontró la familia cuando emigró primero a Lachine, en Quebec, y luego a Chicago. Hay un momento extraordinario en el que Saul Bellow, en un viaje por Francia, alquila una habitación durante unas semanas: Leader nos informa heroicamente del nombre de la casera, y de la circunstancia tal vez menor, pero para él no desdeñable, de que esta señora era la viuda de un capitán de la Marina mercante. A principios de los años sesenta Bellow acoge en su casa de campo, a las afueras de Nueva York, a la orilla del Hudson, a un gran amigo suyo, el novelista Ralph Ellison, que tiene un perro. No hay límite a lo que puede saberse, a las complicaciones minúsculas de la realidad: Zachary Leader deja constancia de la raza del perro de Ellison, y también de que hacía sus necesidades en el interior de la casa, para irritación de Bellow, y de quién era el dueño anterior al que Ellison se lo había comprado: John Cheever.

Saul Bellow no sería indiferente a las tribulaciones de un biógrafo. Varias de sus novelas, y algunas de las mejores, son historias de personajes contadas desde el punto de vista de otros

Desde que encontró su voz como escritor, a los treinta y tantos años, cuando empezó a escribir como en un largo arrebato The Adventures of Augie March, Bellow estuvo contando, en variaciones sucesivas, el cuento de su propia vida: el hijo de emigrantes judíos que llega a la adolescencia en un barrio popular de Chicago, en los años más negros de la Gran Depresión, y contra viento y marea, contra la presión de la familia y la hostilidad cruel del mundo exterior, descubre su vocación y construye su destino, liberándose del chantaje del pasado pero también de las tentaciones corruptoras del mundo de la utilidad práctica y el dinero de América. Todo lo mejor que escribió salió de ese caudal que no se le agotaba: el frío de los inviernos en Chicago, el amor por la literatura, el sentimiento simultáneo de estar fuera y de querer imponerse; el tirón de la sensualidad y el romanticismo plebeyo de la vida en las calles, en los billares, en los negocios modestos de los emigrantes, y la llamada de los grandes libros y las grandes ideas, a los que se acercaba siempre con una ambivalencia de respeto y sarcasmo, como si en el fondo no le importaran tanto, porque también recelaba de los profesores en las universidades y del establishment cultural en el que por ser judío y forastero nunca se le reconocería un lugar indiscutido.

El primer tomo de la biografía de Leader termina con el éxito de Herzog, en 1964. El desertor del gueto era de pronto famoso, respetado, rico. Pero entre tantos pormenores, lugares, fechas, la gran novela de la vida de Saul Bellow se queda perdida. Y sin embargo yo compraré el segundo tomo de la biografía en cuanto aparezca.

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