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Little Axel: la triste historia del niño que creció junto a Leonard Cohen

Un documental cuenta la vida del hijo de Marianne Ihlen, novia y musa del músico canadiense. Es el crudo retrato de una víctima de los excesos de una revolución, que ha pasado gran parte de su vida en psiquiátricos

Leonard Cohen y Axel Joachim Jensen, en una imagen 'Little Axel'. En el vídeo, tráiler del documental.

Desde hace pocos años, Axel Joachim Jensen (Oslo, 1960) reside en una pequeña casa de madera pintada de color ocre con un porche, donde le gusta salir a fumar. A través de la ventana la vista se extiende sobre un llano hasta alcanzar un pequeño bosque de coníferas. La vivienda está integrada dentro de un psiquiátrico, cercano a Oslo, donde el único sonido que se escucha es el de los pájaros. Él vive ahí voluntariamente.

Desde que cumplió los 19, la vida de este hombre ha transcurrido en distintos centros de salud mental. Su madre era Marianne Ihlen, que fue uno de los grandes amores y musa del cantautor Leonard Cohen, con quien Jensen convivió cuando era niño. Lo cuenta él mismo en el documental Little Axel, dirigido por Fabien Greenberg y Bård Kjøge Rønning. “Resulta difícil recordar las cosas que uno quiere olvidar, pero ahora vivo en un lugar agradable”, asegura.

El documental se rodó poco antes del estallido de la pandemia y solo pudo estrenarse entonces en Noruega y EE UU, pero la próxima temporada retomará su distribución internacional y se proyectará en nuevos países, entre ellos España. Justo en las fechas del estreno precovid, una mañana de otoño, Jensen accedió a viajar en coche con su tutora legal y esta periodista a Larkollen, el pueblo donde nació su madre.

Durante el encuentro, Jensen permanece serio la mayor parte del tiempo. Parco en palabras, vive bajo los efectos de la medicación. Aun así, son pocos los detalles que parecen escapar a su mirada dura y escrutadora, que de vez en cuando se enciende con la ternura y la viveza de un niño. Corpulento, lleva el pelo rapado, barba canosa y descuidada y camina a buen paso. Sentado en un bar, se muestra ausente e indiferente a la conversación. “Cohen tenía un lado oscuro”, suelta repentinamente. “Pero echo de menos estar con él”.

Apenas vuelve a abrir la boca. Detrás de su tosca apariencia se deja ver una sensibilidad truncada, una cabeza destartalada y el dolor interno acumulado a lo largo de toda una vida.

Su padre fue Axel Jensen, considerado el Jack Kerouac de la literatura escandinava. Su otro padre, Leonard Cohen. Dos figuras prominentes de la contracultura, dispuestos a inflamar el mundo a través de la literatura y la poesía. Inconformistas, atormentados, narcisistas, atraídos por la mística, sedientos de aventura y lujuria, solo el acto de la creación daba significado a su existencia.

El pequeño Axel —así le apodaron— llegó con cuatro meses a la isla griega de Hidra, donde habían fijado su residencia sus progenitores y donde también se había instalado Cohen. A los pocos días, su padre abandonó a su madre por otra mujer. Arrancaba ahí una de las relaciones más romantizadas de los últimos tiempos, la de Leonard y Marianne, condenada al fracaso desde sus inicios pero sublimada a través de una canción, So Long Marianne. Una relación turbulenta, llena de vaivenes. A lo largo de los ocho años que duró, el artista se encargó de ofrecer apoyo económico y sobre todo emocional al niño. Y continuaría auxiliándole, y esporádicamente integrándole en su nueva familia, hasta muchos años después de la ruptura con su madre.

Marianne Ihlen y Leonard Cohen, en otro fotograma del documental.
Marianne Ihlen y Leonard Cohen, en otro fotograma del documental.

Little Axel es un retrato hilvanado a través de duros testimonios, melancólicos acordes de guitarra y viejas fotos, tomadas en su mayoría en Hidra. En ese entorno natural y arcaico, una pequeña colonia de expatriados encontraron su arcadia para dar rienda suelta a una vida libre de convenciones, pero no de contradicciones. Cuenta el propio Axel que creció en absoluta libertad, que a los siete años ya fumaba y que regresaba borracho a casa. Con nueve años viajó a Creta con la sola compañía de su amigo Jeffery Brown, de 12 años (“Nos querían [nuestras madres], pero también amaban su propia libertad. Tuvimos que ser adultos muy temprano”, se lamenta Brown). A los 15 consumía hachís y probó el LSD. A los 16 viajó solo a India. A su regreso llegó la depresión y se volvió agresivo. A los 18 se trasladó a California para visitar a Cohen. Fue la última vez que tuvieron contacto. Su 19 cumpleaños lo pasó en un psiquiátrico.

Sobrecogen las tiernas cartas escritas por el niño desde Summerhill —un internado británico, baluarte de la educación antiautoritaria—, donde ingresó a los siete años, y las desesperadas llamadas que enviaba a su madre y a Cohen desde un estricto colegio suizo. La peor parte del relato recae sobre Ihlen. Si alguien sale dignificado en este tristísimo documento de abandonos, almas perdidas y heridas abiertas, es su protagonista. Pero no hay alusiones a una posible predisposición genética al desequilibrio mental que sufre Axel. Su abuela paterna estuvo ingresada en una institución mental, confirma Torgrim Eggen, autor de Axel (Cappelen), una biografía dedicada al escritor escandinavo. Caracterizado por sus frecuentes y agresivos arrebatos, su propio padre estuvo en tratamiento con David Cooper, padre de la antipsiquiatría junto a R. D. Laing, amigo del escritor. En su primera sesión le suministraron LSD. “Podríamos decir que era un borderline”, advierte el biógrafo.

“Hidra, ciertamente, pasó factura a muchos de los niños extranjeros que vivieron allí, tenía que ver con su modo de vida, fuera de cualquier estructura o límite”, señala Helle V. Goldman, editora de When We Were Almost Young (Tipota Press), una recopilación de textos sobre la isla, donde ella misma creció. “Eran testigos de la vida que llevaban los adultos; de sus infidelidades, de sus fiestas y del consumo de alcohol y drogas. Si bien es discutible que Marianne estuviera demasiado centrada en su propia aventura vital, lo cierto es que era una madre joven y sola. Resulta muy fácil culpar a las madres. Hoy podría parecer cruel, pero dentro del contexto de aquellos días, dentro de algunos círculos sociales, era habitual enviar a los niños a internados”.

Sobre aquellos días de distorsiones alucinógenas y de apogeo de la revolución sexual escribe Judy Scott en Leonard, Marianne, and Me (Backbeat Books), unas memorias tan honestas como incisivas sobre sus días en Hidra durante los setenta. Incluyen un episodio en el que el pequeño Axel y la autora comparten mescalina. Bajo sus efectos, el niño cree ver al fantasma de Cohen. “Lamentablemente, concluí que nunca debió estar permitido que los niños grandes jugasen con los niños pequeños, pero entonces, ingenuamente, nunca pensamos que hubiese algo malo en ello”, escribe la autora, quien a su vez recuerda a Ihlen como una madre “tan descuidada como devota. Pasado el tiempo, al final de su vida, se culpaba solo a ella misma del sufrimiento de su hijo”.

En agosto de 1970, poco antes de que Cohen, con su calma poética, lograse amansar a una muchedumbre agitada en un desastroso festival en la isla británica de Wight, el artista recibió una carta de un interno del hospital Henderson, un psiquiátrico en el sur de Londres, en la que le invitaba a dar un concierto en la residencia. “Espero que les guste So Long Marianne”, dijo nada más entrar. Durante más de dos horas tocó para cerca de 50 jóvenes. Les habló de cómo la relación con su musa fue desvaneciéndose lentamente. De cómo You Know Who I am le costó 300 viajes de ácido, y One of Us Cannot be Wrong la escribió en una desconchada habitación del Chelsea Hotel, mientras se desenganchaba de las anfetaminas. También les hizo saber que en ocasiones experimentaba una inconsolable soledad.

Aquel fue el primero de una serie de conciertos organizados en distintos manicomios. El público respondía extasiado, y él conectaba con ellos, quizá sensibilizado por la predisposición genética de su familia materna. “Cuando uno accede o se ve obligado a ingresar en un psiquiátrico ya ha reconocido una tremenda derrota”, diría más tarde. “Ya ha adoptado una opción. Y yo tenía la sensación de que los elementos de esa opción, y los elementos de esa derrota, se correspondían con ciertos elementos que producían mis canciones, y que habría cierta empatía”.

Tras el estreno del documental, Axel ha vuelto a jugar al ajedrez, una afición que compartió a menudo con Leonard en sus días felices en Hidra. Hoy sigue escuchando sus canciones.

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