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La mística de la montaña, por asfalto

Un libro de aventura y viajes recoge los recorridos a pie por carreteras de 55 puertos míticos de Europa, África y América con la épica de las cumbres

Ciclismo
Un ciclista subiendo al Mont Ventoux, en la Provenza (Francia).Christophe Lehenaff
Paco Cerdà

Le preguntaron a George Mallory por qué quería escalar el Everest. “Porque está ahí,” respondió. Así de simple y de profundo. Mallory murió en el intento y su tragedia alimentó la poética de la montaña, un subgénero literario en sí mismo. Con su arrebato de aventura para el alpinismo. Con su épica de sufrimiento para el ciclismo. Con su espiritualidad religiosa para los eremitas. Sin embargo, aún faltaba una versión en esta mística del reino salvaje y desnudo que es la montaña. Y la acaba de descubrir Jorge González de Matauco en un libro de 650 páginas: En busca de los puertos míticos (Confluencias).

Este aventurero alavés ha corrido —a pie y durante siete años— por las carreteras de 55 emblemáticos puertos de montaña de Europa, África y América. Con las suelas sobre el asfalto y con la mente puesta en la épica de los personajes que hicieron célebres estas montañas: ingenieros, ciclistas, peregrinos, prisioneros, aventureros, dictadores, héroes de guerra, bandoleros y también corredores como él. La cara domada de la indómita montaña.

Todo empezó con un cruce de caminos peculiar: un brote reumático, que en 2012 dejó a este atleta ultramaratoniano como enfermo crónico con dolores y tratamiento de por vida, y el acercamiento a un libro que despertó su fascinación: Ascensiones míticas. 50 puertos de leyenda que deberías coronar. Aquel volumen, ilustrado con imágenes sugerentes, se dirigía a los amantes del ciclismo. González de Matauco, abogado y escritor de viajes, no tenía ni bicicleta. Pero sí dos piernas y muchas ganas de salir del dique seco. Esa fue la motivación para ponerse de nuevo en marcha cuando, un año y medio después, había pasado lo peor del dolor reumático. Tenía 47 años. Y el primer puerto al que se dirigió fue simbólico: el Mont Ventoux.

Lo llaman la Montaña Calva, el Sáhara de las montañas. 21 kilómetros de rampas asfaltadas dominadas por el espíritu de Tom Simpson, el ciclista que murió en una etapa del Tour de 1967 en medio de este árido paisaje donde el viento empequeñece a cualquiera. Pero hay otro nombre en el que se fija el escritor y que suele pasar inadvertido: Pierre Kraemer. En abril de 1983, cuando tenía 56 años, Kraemer subió en bicicleta al Mont Ventoux un día con pronóstico de nieve y ventisca. Y allí, cerca de la cima, se bajó de la bicicleta, se sentó y dejó que el frío se apoderase de él hasta la muerte. Lo encontraron bajo un metro de nieve. Su familia no entendía nada. Hasta que descubrieron que Kraemer acababa de ser diagnosticado de un cáncer incurable, que había guardado el secreto, y decidió, como los ancianos del antiguo Japón, subir a una montaña simbólica y ser poseído por ella.

El libro es un canto a los sueños. Por ejemplo, el que tuvo el ingeniero Juan José Santa Cruz para acercarse a las nubes de Sierra Nevada. El resultado fue esa carretera imposible de 50 kilómetros que Santa Cruz ideó hasta el pico Veleta y que el Gobierno de la República inauguró en 1935. Aquel ingeniero republicano, enamorado de una gitana y que soñaba con los cielos, acabaría fusilado en el infierno de la Guerra Civil durante una madrugada de agosto. Pero ahí sigue la carretera, que dio origen en 1985 a una carrera mítica, la subida al Veleta. Una ascensión que transita acompañada de pinos, luego sabinas y finalmente un paisaje lunar a 3.390 metros de altitud. Una carrera pedestre de siete horas entre calambres en las piernas y vistas al infinito.

Vistas de las pistas de esquí de Sierra Nevada, con el pico Veleta al fondo.
Vistas de las pistas de esquí de Sierra Nevada, con el pico Veleta al fondo.M. ZARZA

En Rumania, el autor sube las cuestas asfaltadas del Transfagarasan en un maratón que recorre la increíble carretera construida por Ceausescu. La hizo para permitir el paso de tropas y tanques a través de las montañas ante una hipotética invasión militar. No se fiaba ni de la URSS. De aquella megalomanía del conducator pasa a la humildad del Sani Pass, un puerto entre Sudáfrica y Lesoto. Allí, tras acodarse en la barra del pub a mayor altitud de toda África y aceptar sus normas (“Si bebes para olvidar, paga por adelantado”), relata lo que ve en su carrera por allí: “La cima del Sani Pass es una muestra del sencillo estilo de vida de los basoto, con sus kraals (círculos de piedra para el ganado), sus rondavel (viviendas circulares de piedra con techos de ramas) y sus vestidos a base de mantas”.

El tenebroso y siniestro paisaje del Etna, en Sicilia —con muros de hielo azotados por el viento y la ceniza, montañas negras y árboles petrificados— deja paso al asfalto de las plácidas curvas de herradura verde y de epopeya ciclista del Alpe d’Huez, o al abrupto adoquinado del Muro de Grammont, icono del Tour de Flandes y que raya pendientes del 20 % hasta llegar a la colina de Oudenberg. Una experiencia similar es la que vive en las rampas pintadas del Muro de Sormano, una pared lombarda de 1,7 kilómetros, o en la subida al Angliru asturiano, donde un cartel resume estas ascensiones míticas: “A partir del 18% la subida deja de ser graciosa y estimulante. A partir del 20% deja de ser deporte. Y a partir del 22 % deja de ser real”. Las del Angliru llegan al 23,5%. Un museo del dolor buscado.

Quien no buscaba el dolor, ni el heroísmo, fue el griego George Psychoundakis. Pero lo encontró. Este criador de ovejas, nacido en una aldea rodeada por las montañas sombrías de Creta, se puso al servicio de la Resistencia cuando miles de paracaidistas de Hitler invadieron la isla en la campaña de Albania. George dejó las ovejas y se reconvirtió en un moderno Filípides: un corredor mensajero que guiaba a los británicos para instalar estaciones secretas. Caminaba entre rocas y pedregales con botas reparadas con alambres. Comía caracoles y heno hervido. Se desplazaba de cueva en cueva durante doce horas al día cargado con explosivos y armas mientras se escondía del acoso nazi. Lo contó en The Cretan Runner: la historia de uno de esos peones desconocidos que hacen avanzar la Historia y tras los pasos del cual va el aventurero alavés. Pero ahora sobre asfalto.

Carretera de la Muerte de Bolivia, la cual conecta La Paz con la región de Los Yungas.
Carretera de la Muerte de Bolivia, la cual conecta La Paz con la región de Los Yungas.

Uno pensaría que el asfalto aleja del peligro consustancial a la montaña. Pero no siempre. Tras coronar la carretera más alta de Norteamérica en las Montañas Rocosas (el Monte Evans, 4.347 metros), el autor se adentra en la Carretera de la Muerte de Bolivia, que va de La Paz a Los Yungas. Tecléelo en Google. De tan estrecha y abierta a caídas insondables, llega a provocar unas doscientas muertes al año. Las cruces en memoria de los fallecidos en accidente de tráfico —entre el polvo y la elevada humedad— son el funesto recordatorio del peligro mientras el autor hace lo que en todo el libro: correr, correr, caminar, correr. Por la serpiente de asfalto del Stelvio en los Dolomitas. Por las rampas del Kitzbüheler Horn de Austria. Por el Vrsic de Eslovenia. Por la Serra do Rio do Rastro de Brasil. Por el Teide. Por el Bealach na Ba de Escocia. Siempre en busca de los puertos míticos. Y de historias. Como hace en el Stalheimskleiva de Noruega, tras los pasos de Mensen Ernst, aquel prodigio mítico del siglo XIX que corría de París a Moscú en menos de quince días; de Estambul a Calcuta en cuatro semanas; de El Cairo a Ciudad del Cabo. Un amante de los retos pedestres con un lema simple: “Moverse es vivir, quedarse quieto es morir”.

En este libro, nacido para combatir el dolor y volver a sentirse vivo, Jorge González de Matauco vive, corre, se mueve. Por asfalto. Pero sintiendo la mística de las montañas. Allí donde late esa duda existencial que Leslie Stephen, padre de Virginia Woolf, se formula en el librito Los Alpes en invierno: “¿Dónde termina el Mont Blanc y dónde empiezo yo? He ahí la pregunta que ningún metafísico ha logrado responder”.

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