Un viaje de dos meses y medio para escalar la ruta más difícil en Yosemite y fallar en el último movimiento
El escalador belga Seb Berthe, activista contra el cambio climático, se enfrentó a la ruta de pared más difícil del planeta
Imaginen que el ciclista Primoz Roglic acude al Tour que podría ganar, caminando desde su Eslovenia natal, pero pese a la paliza y a la falta de entrenamiento, es capaz de quedar segundo. Algo parecido imaginó el otoño pasado el escalador belga Seb Berthe: su Tour sería la ruta de pared más difícil del planeta, localizada en el valle californiano de Yosemite. Y no viajaría a pie, sino en un velero, cruzando el Atlántico en un larguísimo periplo. Y tampoco logró escalar la pared en libre porque cayó una y mil veces en el último paso del largo clave. Así que, se puede decir, fue segundo en su Tour particular. Todo esto, como protesta y acción contra el cambio climático. Las montañas, antes majestuosas e intimidantes, aparecen ahora como grandes animales heridos que se desmoronan ante nuestros ojos: los seracs [bloque grande de hielo fragmentado por importantes grietas en un glaciar] caen como costras podridas, los glaciares agonizan como un pez varado en una playa, las torres de granito y caliza se desmoronan y el hielo se retrae y desaparece.
Los alpinistas se quedan sin terreno de juego y el ser humano sin planeta. ¿Le importa a alguien? Hace ya casi dos años, el escalador belga de grandes paredes Sébastien Berthe decidió que algo debía cambiar en su vida. Las contradicciones propias y la hipocresía generalizada en el mundo del alpinismo se le antojaron tan incómodas que decidió seguir a pies juntillas el mensaje de su patrocinador, la firma Patagonia, de equipamiento de montaña. Desde entonces, no viaja en avión, se desplaza de la forma más sostenible posible, intenta tener objetivos cerca de casa, pelea para no ser un consumista desaforado. De pronto, el cómo vuelve a ser más importante que el qué. Y no es solo una cuestión de estilo de escalada, un asunto de puristas, sino una forma de entender el amor por las montañas. El alpinismo siempre ha tenido que explicarse, que justificarse, que diseccionar los entresijos de una actividad en el que las tragedias provocan tanto rechazo como admiración. Ahora, puede haber llegado el momento en el que sus actores solo tengan que ser activistas de su pasión por la montaña y que cada ascensión, cada nuevo récord, sea solo la excusa para gritar en defensa de un medio natural camino del colapso.
La vía de pared más dura que se conoce se llama Dawn Wall y se encuentra en El Capitán (Valle de Yosemite, Estados Unidos). Su largo clave tiene una dificultad de 9a y sus creadores y primeros en escalar la ruta en libre (sin colgarse ni agarrarse de los seguros) fueron Tommy Caldwell y Kevin Jorgenson. Invirtieron siete años de trabajo para abrir dicha ruta y escalarla en libre, algo que lograron en 2015. En 2016, el considerado mejor escalador de la historia, el checo Adam Ondra, logró la segunda en libre tras una semana en la pared. Seb Berthe deseaba ser el tercero, pero a su manera: tenía que viajar desde Bélgica hasta California sin volar... Así que convenció a siete amigos, marinero uno de ellos, para cruzar en un velero de 15 metros el Atlántico. La embarcación llevaba una década en el dique seco: hubo que acondicionarla para navegar y para dotarla de instalaciones en las que entrenarse. Pero Seb Berthe no pudo entrenarse apenas: cuando no estaba enfermo o mareado, la mar se encrespaba. Pronto asumió que no llegaría en forma a Yosemite.
Navegaron durante un mes y atracaron la embarcación en México, puesto que el permiso de tres meses de estancia en Estados Unidos no les permitía atracar en uno de sus puertos. Desde que zarparon de Canarias hasta que alcanzaron Yosemite pasaron dos meses y medio. No parecía la mejor manera de aproximarse a uno de los retos de escalada más difíciles que existen. Berthe y su amigo Siebe Vanhee trabajaron la ruta durante mes y medio y cuando lanzaron el ataque definitivo, se atascaron en el largo clave. Aquí permanecieron dos semanas colgados en hamacas de la pared. Escalaron siete días el mismo largo y descansaron otros siete. Irremediablemente, Seb Berthe cayó en el último paso. “Casi llegué a enloquecer allí arriba. Creo que podría haberlo logrado, pero estábamos ya sin comida y sin agua y me parecía poco ético pedir a los colegas que nos trajeran víveres. Y tampoco quería pasarme dos meses en la pared, así que decidí renunciar. Es una vía que está a otro nivel en cuanto a dificultad se refiere y hubiera necesitado una aproximación al reto diferente”, explicó en sus redes sociales porque antes de embarcar en México de nuevo para deshacer su viaje.
Durante décadas, los alpinistas se negaron a ser reconocidos como atletas: lo suyo, aseguraban, no era un deporte sino una forma de vida, una manera de relacionarse con el medio natural y de huir, en gran medida, de una sociedad en la que no hallaban estímulos auténticos. Hoy en día, las cosas cambian rápidamente y muchos alpinistas empiezan a abrazar el entrenamiento concienzudo para asumir retos cada vez más complejos, tratando al mismo tiempo de no abandonar la esencia de su actividad. El supuesto fracaso de Seb Berthe aparece más como un logro digno de admiración porque remite en parte a los pioneros de un mundo aún sin globalizar. No hace tanto, antes de que volar en avión fuese ridículamente barato, los escaladores, montañeros o alpinistas invertían meses en sus viajes, pero exprimían a conciencia los escenarios que tenían a mano. Los hermanos Schmid viajaron en bicicleta desde Múnich hasta Zermatt para firmar en 1931 la primera ascensión de la norte del Cervino. Lo hicieron obligados por sus circunstancias. Ahora obligan otras circunstancias. Quizá Seb Berthe sea recordado como el hombre que cayó en el último paso duro del Dawn Wall o como el tipo que animó al resto a repensar su aproximación consumista a las montañas.
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