_
_
_
_

Manuel Jabois: “Ni por 100 millones dejaría de escribir”

El periodista recopila una década de columnas en ‘Hay más cuernos en un buenas noches’

Manuel Jabois, en el restaurante El Bosco de Lobos, en Madrid, el pasado 15 de junio.
Manuel Jabois, en el restaurante El Bosco de Lobos, en Madrid, el pasado 15 de junio.Luis Sevillano
Natalia Junquera

En Hay más cuernos en un buenas noches (Pepitas), Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 43 años), periodista de este diario, recopila una década de columnas sobre los tres grandes temas, a saber: amor —es decir, abuelos, parejas, amigos, despedidas—; fútbol —o sea, ilusión, mitología y un poco de tenis— y periodismo —todo lo demás—. La que da título al libro la escribió en el móvil, de camino a una cobertura en su faceta de agente doble: columnista y reportero. Son casi 400 páginas llenas de trucos de magia. Parece que está hablando de una cosa, y hacia el final de la columna se descubre que era sobre otra, y en los primeros párrafos el lector puede reír o emocionarse, pero la última línea provoca siempre la misma reacción: esa sonrisa de asombro y admiración que dejan los magos al adivinar tu carta. Son, sobre todo, esos cierres —“Crecer es siempre una traición”; “Un hombre compró el sol; el otro compró el mar…”— donde se juntan la poesía y la prosa, la literatura y el periodismo.

Pregunta. En una de sus columnas enumera sus aficiones de niño: ganchillo, calceta, culebrones y hacer periódicos caseros. Decía Gabriel García Márquez: “Escribo para que me quieran”. ¿Y Manuel Jabois? ¿Por qué es periodista y no el nuevo Carlos Matas?

Respuesta. Hay algo de verdad en eso, escribes para que te quieran. Se necesita un punto de vanidad para pensar que lo que escribes lo tienen que leer otros. Yo nunca he escrito para mí, para sacar mis demonios o como forma de terapia. Escribo para que me lean y supongo que al querer que me lean, quiero que me quieran.

P. ¿Es ese el mayor riesgo del columnista, intentar agradar a todo el mundo o querer gustar siempre a los mismos?

R. Querer gustarle siempre a los mismos es la forma más fácil de disgustar también siempre a los mismos y te convierte en un esclavo de las opiniones de los demás. Antes los intuías, pero ahora te escriben por redes y piensas: ¿Hasta cuándo va a durar nuestro romance? ¿Hasta el momento que discrepe de ti? Mucha gente dice algo que pretendiendo ser un halago, da bastante miedo: “Consigues poner las palabras exactas de lo que yo pienso”. Pero llega el día en que no coincides, y curiosamente ese es el día en que dejas de ser independiente porque te has vendido a no sé quién. Independencia es escribir lo que piensas. Y hay que desconfiar mucho más del halago que del insulto.

P. Y en el columnismo en general, ¿nota que algunos escriben lo que se espera de ellos?

R. Sí, muchas veces se me quitan las ganas de leer a determinadas personas, no solo columnistas, porque no me creo que después de llamar payaso a alguien en Twitter vayan a ser muy rigurosos en sus textos sobre ese a quien han llamado payaso. Y eso pasa en deportes, en política y en todo.

P. Esa canción preciosa en un álbum de mierda va de renunciar a fingir. También de querer ser mejor persona. ¿Escribir ayuda a eso?

R. Esa es una de las columnas que más me gustan. Al escribir tienes que pararte, articular el pensamiento y eso te ayuda a ser mejor persona. Cuando he escrito en caliente, enfadado, al día siguiente no estoy muy orgulloso, aunque esa contundencia haya sido muy aplaudida. Me he arrepentido a veces de ser duro o injusto. Y he visto cómo en un grupo alguien dice algo bueno de un político o de quien sea y otro dice lo contrario y esa persona primero se justifica —“bueno, me gustó ese día”— y luego cambia de opinión. Viene una tropita de la cual quieres formar parte por cariño, reconocimiento… y cambias. Woody Allen dice que esa ausencia de criterio o de principios es el embrión del fascismo.

Me lo paso mucho mejor discutiendo con mis amigos de derechas”

P. ¿Eso ha ido a más con las redes sociales? ¿Hay que ser más valiente para opinar?

R. Forma parte de una dinámica de grupos, poca gente se atreve a estar sola o a decir algo que le pueda dejar sola.

P. Se parece al colegio, ¿no?

R. Sí, son maniobras de bullies. El que quiere sumisión, el que piensa que compañía es estar con gente que piense lo mismo de las mismas cosas, cuando la buena compañía siempre ha consistido en discutir, en confrontar. Yo lo paso muy bien con todos mis amigos, pero me lo paso mucho mejor discutiendo con mis amigos de derechas, principalmente, porque hay algo que yo no sé si tengo: la razón. Hay ciertos ambientes en los que iniciar una discusión es una declaración de guerra. Yo siempre lo he visto como una declaración de amistad: si me digno a discutir contigo es porque somos algo más que desconocidos, nos importamos el uno al otro.

P. El periodismo además, suele obligar a mostrar el gris, casi nunca algo es blanco o negro, de buenos muy buenos y malos muy malos. ¿Tiene la sensación de que le obligan a elegir bando constantemente?

R. A mí no porque soy bastante viejo. Pero hay gente más joven muy preocupada por lo que se dice de ellos. Yo utilizo Twitter para colgar mis textos y para dar las gracias a la gente que los lee o que compra mis libros. Si no, no estaría en Twitter. En esa red, he llegado a ver a gente acusándote de lo que dicen tus entrevistados o tratar tu opinión como la opinión “de EL PAÍS”, es decir, no distinguir una columna de un editorial.

Las columnas sobre política caducan a las dos semanas. El amor es un asunto inacabable del que se seguirá hablando dentro de 300 años”

P. Cuenta que tiene en Google Alerts la palabra “amor”. ¿Qué tipo de cosas encuentra ahí?

R. (Ríe) Eso es una broma, pero me gusta mucho escribir sobre relaciones humanas. El amor es un asunto transversal e inacabable del que se seguirá opinando y escribiendo dentro de 300 años. Al hacer la selección de los artículos, los de actualidad dura habían caducado aunque en su momento fueran virales, los otros no.

P. ¿La política envejece peor en la opinión?

R. Sí porque además se renueva cada dos por tres y que se renueve no significa necesariamente que se regenere, a veces lo que hace es degenerarse.

P. ¿Tiene un primer lector o lectora, alguien a quien le enseñe lo que escribe antes de que se publique?

R. Tengo varios primeros lectores, aunque intento no molestar mucho. Soy muy inseguro y depende del tema.

P. ¿Qué temas le hacen consultar o dudar más?

R. Feminismo, por ejemplo. Me he criado entre mujeres, pero siempre voy a escribir desde el punto de vista de un hombre y eso ya comporta una serie de expresiones adquiridas o tics muy incrustados de los que no soy consciente. También consulto mucho los temas de política y en general sobre los temas en los que no estoy muy puesto, que son casi todos. Tengo la suerte de trabajar en un periódico y poder llamar a quien lleva el día a día.

P. “Prefiero haber escrito que escribir”. ¿Cómo es ese rato entre que envía la columna hasta que se publica y un montón de desconocidos se enteran de lo que piensa?

R. La emoción del principio se va perdiendo poco a poco, igual que es irrecuperable la sensación de las primeras veces, pero sí conservo la agitación. Al día siguiente me despierto siempre a las siete de la mañana, voy a la web de EL PAÍS, veo la columna ahí y pienso: “Qué guay”. Y hay comentarios que son verdaderas joyas. Escribí sobre el analfabetismo sin conocer a nadie que fuese analfabeto y me escribió una persona contándome que su abuela era analfabeta, que cuando su marido murió montó una tienda y que todo el mundo la engañaba con las cuentas. Ese comentario era mejor que cualquier columna que yo pueda escribir porque hablaba desde la experiencia que yo no tenía. La sensación de haber escrito es maravillosa, la de empezar a escribir es más jodida. Yo pienso mientras escribo, es cuando se encienden las luces. Con la ficción me pasa parecido, pero sumado a la inseguridad. Todavía no me lo termino de creer del todo: no estoy seguro de poder escribir una tercera novela y en cambio sí sé que puedo escribir otra columna o reportaje.

P. Las columnas provocan una relación distinta con los lectores. Uno de ellos le escribió un día: “No sé morirme”…

R. Me encanta cuando pasan esas cosas. Alejandro Sevillano me escribió esa carta tan bonita cuando le quitaron el carné de conducir [entonces tenía 85 años]. Fui a Valladolid a verlo y comimos juntos. Ojalá lea esta entrevista porque perdí su teléfono y me gustaría recuperar el contacto.

Tengo muchas más dudas ahora que antes. Mucho más miedo a expresar mi opinión”

P. ¿Qué otros mensajes de lectores recuerda?

R. En la feria del libro vino una pareja que estaba en su primera cita y acababa de descubrir que los dos me leían. Me pidieron una dedicatoria y les puse algo así como que seguro que habría una segunda, un poco Sobera en First Dates (ríe). En la feria anterior otra pareja me dijo que se habían conocido discutiendo sobre mí: uno era hater y el otro me leía o al revés y discutiendo empezaron a tontear…

P. ”Me gusto más de viejo que de joven”. ¿En qué ha cambiado?

R. Tengo muchas más dudas que antes, mucho más miedo a expresar mi opinión. Creo que es porque ahora me hago mejores preguntas, soy más consciente de lo ignorante que soy. Nunca voy a ser un intelectual, no he pisado la universidad, pero creo que soy un tipo que sabe comunicar desde el mismo nivel de la gente. En el Diario de Pontevedra sí había algo de: ahora os voy a contar lo que pasa en Irán, y a lo mejor acababa de buscar en Google dónde estaba. Los días que no iba internet en ese periódico tenía que escribir de los dedos que tenía en la mano.

La primera columna que hice para el ‘Diario de Pontevedra’ no salió. Me la censuraron, y menos mal”

P. ¿Cuántos años tenía entonces?

R. Tenía 19 cuando empecé a trabajar en el Diario de Pontevedra y 20 cuando me dieron la columna. La primera no salió, me la censuraron porque estaba llena de tacos y menos mal. Seguramente habría que haber censurado algunas más. Nadie con 20 años puede tener una columna, pero aquello era un ejercicio: a veces hacía poemas en prosa, cuentos… Recuerdo una de una chica que se iba convirtiendo poco a poco en caldo…

Jabois posa para la entrevista para EL PAÍS.
Jabois posa para la entrevista para EL PAÍS. Luis Sevillano

P. Eso es muy Millás, ¿no?

R. ¡Sí! Había mucha influencia de Millás y mucha influencia de José Luis Alvite, que era un maestro absoluto de la frase, las mejores metáforas que he leído en mi vida. También de Nacho Mirás. Yo leía todo lo que podía y todo lo que podía lo copiaba.

P. Hay muchas columnas sobre la hipocresía, como si tuviera un radar específico para la impostura. Y ahí sí se enfada…

R. Detesto la hipocresía del que esté en una determinada posición y finge estar en otra para ser guay. La columna de la ministra noruega que se sube a una patera y la del mono de obra de Ralph Lauren por 680 euros van de lo mismo: tratar de serlo todo, vivir en un ático y pretender que te miren con el respeto que se mira al obrero. Yo no tengo un discurso anti-ricos, pero nunca entenderé por qué el que tiene 10 millones quiere 100. ¿Es tan importante tener cuatro barcos? Los que se oponen al impuesto a las grandes fortunas, ¿saben de qué están hablando?

P. Se opone a ese impuesto mucha gente que no tiene esos millones.

R. Nadie de los que protesta tiene esos millones o muchos de los que los tienen no protestan. Jon Rahm decía hace unos días: “El dinero es genial, pero ¿cambiará mi vida si consigo 400 millones?”. Ha ganado lo suficiente para dejar de jugar al golf, pero no dejará de hacerlo porque es lo que le divierte. Yo no dejaría de escribir aunque me tocase El Gordo porque es lo que me da la vida, ir por Pontevedra y que una persona me pare y saque una columnita mía de su cartera y te cuente la historia asociada a ella; meterte con tus libros o tus artículos en la vida de tanta gente, o simplemente, entretenerla. Ni por 100 millones dejaría de escribir, lo digo con el corazón en la mano.

Con 18 años dejé de estudiar. No sabía qué hacer. No lo pasé bien. Escribir le ha dado sentido a mi vida, la ha vertebrado”

P. Volvemos al principio: escribe para que le quieran...

R. Escribir le ha dado todo el sentido a mi vida. Con 18 dejé los estudios. Estuve un año sin hacer nada. Era el vacío total y no lo pasé bien. Pero de repente la escritura empezó a vertebrarlo todo, de una manera natural y lenta: mis relaciones personales, familiares… todo eso se ha vertebrado escribiendo y escribiéndoles a ellos.

P. Para que le entiendan...

R. Sí, incluso para camuflarme. Hay muchas etiquetas, creo que no quepo en ningún género más: los cursis, los pijiprogres, los cipotudos, los columnistas gallegos, los malasañeros. Lo único que puedes hacer contra eso, o a favor de nuevas etiquetas, es escribir.

P. Un cipotudo no escribe columnas sobre su abuelo.

R. No tengo ni idea de lo que hace o deja de hacer. Las columnas son transparentes. No puedes estar toda la vida siendo el mismo, no al menos entre los 20 y los 40 años. Y es bonito ese esfuerzo que hacen algunos al leerte para conocerte, para saber quién eres, pero también me gusta mucho despistar al que no me lee.

P. Le dedica el libro a su amigo David Gistau, fallecido en 2020. ¿Qué aprendió de él?

R. David tenía una ideología diferente a la mía. Siempre le he considerado una especie de hermano mayor al que rendir cuentas por lo muchísimo que me ayudó. Eso me enseñó a escribir con mucho respeto de las cosas con las que no estaba de acuerdo, o que aborrecía, también de las personas que defendían ideas contrarias a las mías, y a saber que nunca se tiene la razón del todo.

P. ¿En qué cosas deberían ponerse de acuerdo siempre dos personas?

R. En la convivencia. En que si eres de una raza, religión o identidad sexual diferente tengas los mismos derechos que el otro; en que el otro viva la vida con la misma libertad que tú. Se tumban líneas rojas con impunidad en terrenos que nadie discutía. Un tipo cruza el Estrecho muerto de hambre y de sed, dejando atrás a su familia, llega a la playa y una voluntaria de Cruz Roja lo abraza. ¿Puede haber debate sobre eso? Aquí lo hubo. Una dijo no sé qué de los pechos y salió gente a decir que era la imagen de Occidente rindiéndose.

Una voluntaria de la Cruz Roja Española abraza a un inmigrante senegalés recién llegado a Ceuta a nado.
Una voluntaria de la Cruz Roja Española abraza a un inmigrante senegalés recién llegado a Ceuta a nado.JON NAZCA (REUTERS)

P. ¿Y por qué ocurre eso?

R. Porque hay mucha gente que antes no tenía herramientas para mostrar su mezquindad y ahora sí las tiene: desde redes sociales a partidos políticos que aplauden o fomentan memeces. Se pretende legitimar la maldad de siempre, la de reírse del débil, la maldad de los cobardes.

P. ¿Por qué no somos mejores?

R. Lo somos. Lo que pasa es que el progreso provoca reacción. ¿Cuando deja Vox de ser machista? Cuando no se contempla que pueda haber una denuncia falsa si es un inmigrante el que ha agredido a una mujer.

Tenemos muchísimo cuidado con el efecto llamada sobre los suicidios, pero no con el efecto llamada de la extrema derecha”

P. Para Vox la violencia no tiene género, pero sí tiene raza.

R. Será que es más fácil evitar que entren inmigrantes que ponerse a expulsar feministas.

P. ¿Y por qué ha calado su discurso?

R. Por muchas razones, pero hay una que me cae más cerca: los medios. Tenemos muchísimo cuidado con el efecto llamada sobre los suicidios, pero no con el efecto llamada de la extrema derecha que provocan diciendo barbaridades, a veces solo por el placer de ver la reacción de las buenas almas. Es el tercer partido del Congreso. Hay que informar de ellos, pero sin participar en los debates que ellos proponen, sin comprarles la agenda, sin discutir si el planeta se calienta o no.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_