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Columna
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Esa canción preciosa en un álbum de mierda

Cuesta dejar de fingir que esa música no te gusta, no bajar el volumen de los cascos en los semáforos o no quitarla del ordenador cuando alguien viene a casa

Manuel Jabois
Una mujer escucha música con su móvil.
Una mujer escucha música con su móvil.Johner Images / Getty

A veces me pasa que me gusta muchísimo una canción de un grupo al que todo el mundo odia y que yo puede ser que también odie. Pero la canción, por lo que sea, me pone de buen humor, le encuentro encanto, la pongo en bucle y salgo a pasear por los montes de Sanxenxo o por los parques de Madrid con ella a todo volumen en los cascos.

Mientras camino pienso en las cosas que hago mal y cómo corregirlas, y en las cosas que hago bien y cómo hacerlas más a menudo. Repaso mentalmente posibles malentendidos con gente que me importa mucho, y trato de averiguar si habrán entendido mi ironía, pues si no es así a lo mejor están molestos, o reparo en que hace mucho que una persona no me escribe y no recuerdo si me saludó el otro día cuando me crucé con ella. Y entonces, a punto de desmayarme de la pena y la frustración, dejo de caminar y me siento en un banco en Madrid o en una piedra en Sanxenxo, y escribo mensajes del tipo “al final vi esta serie que me recomendaste” o “acabé este libro, te lo recomiendo”, a menudo, mintiendo, pero solo para recibir respuesta y saber que todo está bien, que la otra persona me sigue queriendo exactamente igual o, al menos, no me está odiando. Saber, en definitiva, que el mundo sigue hecho de la misma manera que dejé hecha la cama esta mañana, y ese orden y esa limpieza me llena de aire los pulmones y sigo caminando escuchando esa canción preciosa de ese grupo de mierda.

Una cosa que me costó hacer, pero lo hice mucho tiempo atrás, fue dejar de fingir que esa canción no me gusta, no bajar el volumen de los cascos en los semáforos o no quitarla rápidamente del ordenador cuando alguien viene a casa. Esa vergüencita del grupo que no gusta a nadie menos a ti, o que tampoco te gusta a ti pero esa canción la adoras, y has caminado kilómetros con ella y se te han ocurrido ideas para un reportaje, para una columna o para un libro, o para ser mejor persona. Decir luego que no escuchas ese grupo es como no haber tenido una idea nunca en tu vida, mucho menos una idea para ser una persona mejor.

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Lo que pasa con las canciones pasa también con alguna gente verdaderamente incapaz y estúpida, mezquina, gente que de repente tiene detalles hermosos e inesperados, que de golpe exhibe una habilidad que tú desconocías y que adoras, que te acerca a ella de forma insólita y, a partir de eso inequívocamente bello, haces el esfuerzo de atenuar o alejar o incluso comprender todo lo malo que has visto antes. Y algunas veces, no siempre, ocurre que ese destello de buena persona matiza algunas miserias hasta el punto de que esas miserias se revelan como tuyas en forma de prejuicios, pero pocas veces. En cualquier caso no hablas de ella o de él, no publicitas esa canción buena que tiene en su álbum de mierda, no le cuentas a nadie que de vez en cuando coméis o cenáis o habláis aun cuando hay una parte de su vida que ayuda muchísimo a la tuya y que te hace mejor persona. Y en esa pequeña miseria, cuando bajas la música en el semáforo para que nadie se entere de que te cae un poco bien la persona que cae mal a tus amigos, están todos tus problemas y los problemas del resto.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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