Miguel González: “Ortega Smith pidió dormir en la habitación de Franco”
El periodista analiza en ‘Vox S.A.’ el negocio del patriotismo español y la estrategia del partido desde su nacimiento hasta hoy
Miguel González (Málaga, 62 años) lleva más de tres décadas en EL PAÍS, periódico en el que destapó las irregularidades en la identificación de las víctimas del Yak-42 o las torturas de militares españoles a prisioneros iraquíes en 2004. Es uno de muchos periodistas que el partido de Santiago Abascal ha vetado, impidiendo que asista a sus mítines y ruedas de prensa. En VOX S.A., El negocio del patriotismo español (Península) analiza la estrategia de la formación política desde su nacimiento hasta hoy, fijándose más en los datos que en las declaraciones, más en lo que hacen que en lo que dicen.
Pregunta. Le dedica el libro a los más de 3,6 millones de españoles que votaron a Vox en las últimas generales. ¿Por qué?
Respuesta. Cada vez que alguien critica a los dirigentes de Vox, ellos se escudan en que se está ofendiendo a sus votantes. Es una técnica propia del nacionalismo; cuando Pujol tuvo sus primeros problemas con la justicia se envolvió en la senyera y dijo que se estaba atacando a Cataluña. Yo he querido dejar claro desde el principio que los votantes no son responsables de lo que Vox haga con sus votos.
P. Vidal-Quadras sostiene que si Esperanza Aguirre se hubiera presentado en 2008 para suceder a Mariano Rajoy, hoy Vox no existiría. ¿Qué hace que un partido creado en diciembre de 2013 pegue el pelotazo en las andaluzas de 2018 y no haya dejado de crecer desde entonces?
Vox era una barca a la deriva hasta que llega la ola del procés
R. Vox se crea con un objetivo: conseguir un escaño para Vidal-Quadras en las elecciones europeas de 2014. No lo logra. Durante años es un chiringuito cuyo presidente, Santiago Abascal, se pone un sueldo de 6.137,70 euros brutos mensuales, aunque no tiene presencia institucional alguna. Es una barca a la deriva hasta que llega la ola del procés y se sube a ella.
El integrismo católico está pasando su factura a Abascal
P. ¿Cuánto cree que hay de ideología y cuánto de oportunismo en el nacimiento de Vox?
R. Los fundadores de Vox discrepan de las políticas de Rajoy: la subida de impuestos, la marcha atrás en la ley del aborto… Pero ese Vox inicial no es el de Abascal, es una especie de PP auténtico. Si Vidal-Quadras hubiera sacado su escaño en Estrasburgo se habría sentado con los populares europeos, no con Le Pen. Cuando Abascal se queda con un partido que amenaza ruina busca el respaldo de lobbies integristas católicos como Hazte Oír, que ahora le están pasando la factura y exigiendo que acabe con las leyes de violencia de género o LGTBI en las autonomías donde tenga poder.
P. Y entre sus votantes, ¿qué porcentaje del apoyo que concitan cree que obedece a sus ideas y qué porcentaje al enfado con los partidos tradicionales?
R. Abascal lo repite: “No hace falta que estés de acuerdo con todo lo que digo, basta que con que compartas lo principal”. Vox consigue aglutinar a colectivos muy diversos: hombres alarmados por el avance del feminismo, católicos conservadores escandalizados por la ruptura de los moldes de género, ganaderos perjudicados por la protección del lobo, trabajadores manuales excluidos de la revolución digital…y luego hay un nacionalismo español que estaba aletargado y despertó con el procés. El independentismo catalán produjo desgarros sentimentales y no solo en Cataluña. La guinda del pastel son los restos de la ultraderecha española de siempre, a la que fagocita Vox.
P. Vox declara la guerra a lo que llama chiringuitos políticos, pero nace justo cuando Abascal pierde su empleo como director de la Fundación para el Mecenazgo de la Comunidad de Madrid, un puesto sin apenas cometidos por el que cobraba más de 82.000 euros. ¿En qué otras contradicciones han caído?
R. En muchas. Vox dice que hay que cerrar todos los chiringuitos pero no ha parado de crearlos. Nace de una fundación, Denaes [Defensa de la Nación Española], pero ha creado otra, Disenso, porque la anterior no le servía para cobrar las ayudas que reciben las fundaciones de los partidos. Entra en el Gobierno autonómico de Castilla y León proclamando que hay que acabar con las autonomías; dice que hay que reducir el gasto político pero solo recorta el del Parlamento regional que debe controlar al Gobierno en el que se sientan. Hasta ahora no ha renunciado a un solo euro de las subvenciones públicas que les corresponden y que suponen ya más del 60% de sus ingresos. Presumen de ser la España que madruga, pero su último congreso lo celebran a las 11 de la mañana de un viernes, un horario solo apto para quienes viven de la política… pero esas contradicciones no les pasan factura.
P. ¿Por qué?
R. Por la hooliganización de la política. Todo lo que haga tu equipo te parece bien, aunque juegue mal y pegue patadas. Y nunca vas a reconocer que el otro tiene razón. Lo hacen todos, pero Vox lo lleva al extremo. Si uno menciona Gernika, ellos replican con Paracuellos, como le pasó al presidente de Ucrania. Parece que se dan por aludidos al recordar Gernika, aunque es un símbolo universal que debería unir a todos los españoles, porque los agresores eran nazis y las víctimas, civiles vascos, como Abascal.
Vox alimenta el miedo para después ofrecer seguridad, como las empresas de alarmas
P. Dice: “Vox ofrece como pócima la nostalgia”. ¿Hasta dónde se remonta?
R. Vivimos en una época de incertidumbre, pandemias, trabajos precarios, guerras y generaciones sin esperanza de un futuro mejor. Vox y toda la ultraderecha europea alimenta esos miedos, al extranjero, al diferente... para luego ofrecer seguridad, como las empresas que venden alarmas. ¿Qué da seguridad? Lo de siempre: la familia, la patria y la religión. Las instituciones tradicionales donde uno se siente protegido frente a un mundo hostil. Y Vox no cree que la soberanía resida en el pueblo español, sino en la Nación española. Y la Nación española, para ellos, no solo está formada por los españoles vivos, sino también por los muertos y los que van a nacer. Los vivos podemos expresarnos mediante el voto, pero ni los muertos ni los no nacidos pueden votar, así que ellos se arrogan su representación. Y los españoles vivos siempre estaremos en minoría respecto a los muertos y los no nacidos. Esa idea es profundamente antidemocrática y puede justificar una guerra civil. Buxadé [vicepresidente político de Vox] dice: “Si el régimen democrático de partidos se revuelve contra España, la Nación tiene todo el derecho y el deber de defenderse”. Abascal advierte: “Si la mayoría de los españoles de ahora quisiera suicidar España, nosotros deberíamos impedirlo”. ¿Cómo? Por cualquier medio, a tiros si hiciera falta. ¿Qué es suicidar a España? Se supone que dar la independencia a Cataluña, pero también podría ser dar una estructura confederal al Estado o simplemente federal. Desde el momento en que te eriges en intérprete de la Nación española, tú puedes decidir qué es lo que la amenaza y qué no.
P. Sostiene que no son fascistas, sino neofranquistas.
R. En Vox hay falangistas. Buxadé fue candidato de Falange dos veces y nunca renegó de ello, aunque sí de haber militado en el PP. Javier Ortega Smith estuvo en Falange cuando tenía 18 años y en octubre de 2019 pidió dormir en la habitación número 3 del Hotel Madrid de Las Palmas, en la cama donde Franco pasó su última noche antes de iniciar la Guerra Civil que devastaría España. Las grandes catástrofes del último siglo las han causado tres corrientes de pensamiento que coinciden en poner sus respectivas concepciones ideológicas por encima de la vida de las personas (el comunismo, el yihadismo y el ultranacionalismo) y Vox pertenece a una de ellas, pero calificarlo de fascista es un anacronismo.
P. “Hemos pasado de un extremo a otro: de pegar palizas a los homosexuales a que ahora esos colectivos impongan su ley” (Iván Espinosa de los Monteros); “Es posible que haya ciudadanos que quieran que sus políticos huelan a Nenuco, pero otros quieren más testosterona” (Santiago Abascal). ¿Hay una estrategia detrás de ese tipo de declaraciones explosivas o son meras imprudencias?
Niegan ser homófobos, pero deniegan a los homosexuales lo que para ellos es más valioso: formar una familia
P. Vox asegura que no tiene nada en contra de los homosexuales, pero sí contra el movimiento que reivindica sus derechos, al que llama lobby gay. Quieren encerrar el Día del Orgullo en la Casa de Campo, alegando que ensucia el centro de Madrid, pero no se les ocurriría llevarse los Sanfermines a las afueras de Pamplona. A Vox no le importa que seas gay, pero de puertas adentro de tu casa. Invisible. Y sin derecho a casarte o adoptar hijos, porque solo existe la “familia natural”, formada por un hombre y una mujer, y lo demás es contranatura. Aquí se alían el integrismo católico con un nacionalismo que necesita que las españolas tengan hijos para la Patria. Cuantos más, mejor. “No me preocupa que los europeos no procreen, me preocupa que no lo hagan los españoles”, dice Abascal. Su obsesión es luchar contra el “invierno demográfico”. Y en esa lucha estorban los gais y las mujeres que deciden tener en la vida una prioridad diferente a la de tener hijos. Por eso, aunque repriman los exabruptos más homófobos porque saben que están mal vistos, niegan a los homosexuales lo que ellos mismos consideran más valioso en la vida: formar una familia.
P. Explica en el libro que el manejo de las redes, para lo cual contaron con el asesoramiento de Steve Bannon, estratega de Trump, es clave en el ascenso del partido, aunque cambios recientes en las plataformas les han perjudicado.
R. Las redes les permiten conectar con el público sin intermediarios. Copian la estrategia de la Alt Right, la derecha alternativa americana de Donald Trump. Se abren hueco en un campo que hasta entonces dominaba Podemos. La eclosión de Vox coincide con un cambio en 2018 en el diseño del algoritmo de Facebook por el cual las opiniones contrarias a una publicación puntúan cuatro veces más que las favorables, promocionando los discursos más extremistas. Bannon, estratega de Trump en la campaña de 2016, les ofrece su ayuda. Pero luego hay algunos cambios en las redes sociales que los perjudican. WhatsApp limita el número de reenvíos de un mensaje para frenar la difusión de noticias falsas sobre el coronavirus. Y Twitter ha bloqueado varias veces la cuenta oficial del partido por mensajes que fomentan el odio. Las redes se han vuelto un territorio menos proclive y por eso ahora tratan de generar su propia constelación de medios de comunicación afines.
P. A menudo se acusa a los medios de haber contribuido al ascenso de Vox sirviendo de altavoz a sus ideas. ¿Tiene sentido intentar ocultar lo que opina la tercera fuerza del Parlamento?
R. Ese debate es tan viejo como la prensa. En su época se debatía, por ejemplo, si había que informar o no de los atentados terroristas. Pero se siguió informando y el terrorismo fue derrotado, precisamente, por una sociedad bien informada. Creo que el mejor antídoto es siempre la información. Hay que informar porque si dejas ese hueco, lo acaba llenando la propaganda o la mentira. Otra cosa es que informes mucho de las cosas que Vox dice y muy poco de las que hace, que son más reveladoras.
P. El otro gran debate en torno a la relación con Vox es el del cordón sanitario. En Francia, el equivalente al PP apoya a Macron frente a Le Pen. ¿Son útiles ese tipo de medidas o pueden ser contraproducentes, convertirlos en mártires?
R. Vox no cree en la democracia ni, en consecuencia, en la Constitución. Pero la Constitución no es el catecismo. No hay que creer en ella, sino acatarla. Mientras cumpla la ley, debe ser un partido legal. Aunque ellos quieren ilegalizar a la mitad de los partidos, de los nacionalistas a Podemos, no hay que ilegalizarlos a ellos. Y, por supuesto, tienen todo el derecho a dar mítines y actos públicos sin que nadie los hostigue ni los agreda. A la palabra solo se la derrota con la palabra.
P. Asegura que no es un partido racista porque no discrimina por el color de la piel, sino por la cultura o la religión. Dicen, por ejemplo: “Los latinos tienen un sentido del pecado similar al de los españoles”.
R. Vox tiene un dirigente mulato, Ignacio Garriga. Y no ha criticado que se acoja a los refugiados de Ucrania. Alega que huyen de una guerra, mientras que los que llegan en patera a Canarias o saltan las vallas en Ceuta y Melilla son una “invasión” de inmigrantes económicos. Sin embargo, Abascal elogió al húngaro Orbán por negarse a acoger en 2015 a 1.294 refugiados sirios que también huían de una guerra. La diferencia es que los ucranios son cristianos y los sirios, musulmanes. El nacionalismo de Vox es nacional-catolicismo o, para ser precisos, nacional-integrismo porque critica al Papa Francisco por pedir que se trate humanamente a los inmigrantes irregulares. Vox no puede basar la identidad de España en la raza y lo hace en la religión. Para Abascal, el cristianismo “vertebra España” y el Islam es “la antiEspaña”. A los musulmanes les niega la condición de españoles, aunque tengan DNI como los de Ceuta.
P. Dice que Vox se parece más a una empresa que un partido político. ¿Cómo se ha blindado Abascal al frente de ese consejo de Administración?
R. Vox funciona como una empresa. En 2019 suprimió las primarias para elegir cargos públicos y ahora ha eliminado las elecciones a comités provinciales. Sus cargos internos no son elegidos por las bases, sino designados desde Madrid, como si fueran representantes comerciales. El propio Abascal no ha sido votado por los afiliados. En la asamblea del partido en 2020 se lo proclamó presidente por cuatro años con el argumento de que era el único candidato que había obtenido el 10% de los avales, pero nadie sabe cuántos avales tuvo. Como el proceso se hizo por vía telemática, tampoco su rival, el canario Carmelo González, supo nunca cuántos avales había tenido. Simplemente no lo dejaron entrar en la asamblea. Abascal pudo haber sometido su cargo a votación pese a ser el único candidato, como ha hecho Feijóo, pero no quiso. Así que el presidente del tercer partido de España no ha sido votado democráticamente.
Abascal pertenece a la misma familia política que Putin
P. ¿Cómo se explica que las donaciones privadas a Vox se hayan reducido casi en un 90% pese su éxito electoral?
R. Es uno de los grandes misterios. En 2018, cuando es extraparlamentario, Vox tiene medio millón de euros en donaciones y en 2019, 1,5 millones, que en 2020, ya convertido en la tercera fuerza política española, se reducen a poco más de 150.000 euros. O el entusiasmo de sus donantes ha decaído de golpe o el hecho de que el Tribunal de Cuentas empiece a fiscalizar su contabilidad lo ha vuelto mucho más escrupuloso que antes.
P. Cuenta que Abascal estuvo a punto de reunirse con Putin, pero finalmente desistió. ¿Por qué?
R. Abascal pertenece a la misma familia política que Putin. Putin dice que mientras él sea presidente no habrá matrimonio homosexual en Rusia y tiene una ley de violencia intrafamiliar que despenaliza al hombre que pega a su mujer si no le causa lesiones ni es reincidente. En torno a las elecciones andaluzas, a través de un exagente del KGB en Madrid, Putin comunicó su interés en conocer personalmente a Abascal. El encuentro empieza a prepararse, pero en el último momento Abascal da marcha atrás por “prudencia”, según dice. Lo que ocurre es que Vox tiene muchas novias en el Parlamento europeo y aún no ha decidido con quién casarse. Inicialmente se había dejado querer por Le Pen y Salvini, pero se cruza la oferta de Ley y Justicia, el partido de los ultraconservadores polacos, que son integristas católicos y no laicos como la francesa y el italiano. Tras hacer sus cálculos, Abascal se decanta por los polacos, enemigos históricos de Rusia, y eso le obliga a renunciar a cualquier coqueteo con Putin, al que sin embargo no criticará en público hasta la cumbre ultra que se celebra en Madrid en enero pasado. No hay que olvidar que sus aliados de Hazte Oír habían buscado financiación en los oligarcas rusos próximos al Kremlin.
P. Vox ha convertido a los tribunales en una especie de tercera cámara. ¿Qué han conseguido en el Congreso? ¿Cuáles son sus principales logros políticos?
R. En el Congreso no han ganado ninguna votación relevante y la mayor prueba es su fracaso en la moción de censura contra Pedro Sánchez. Pero en los tribunales sí. La cantidad de dinero que destinan a pagar fianzas por querellas es enorme, casi el 75% de lo que dedican al alquiler de todas sus sedes. Disparan fuego graneado y alguna pieza cae: el estado de alarma, la incorporación de Pablo Iglesias a la comisión del CNI, etc. Se benefician de las chapuzas y las meteduras de pata, a veces solo formales, del Gobierno. ¿Hasta dónde van a llegar? No dependerá tanto de lo bien que lo hagan ellos, sino de lo mal que lo hagan los demás.
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