Matar por no saber leer y escribir
El desprecio de quienes saben sobre quienes no sigue siendo sorprendentemente celebrado, a menudo hasta pensar que, si te llaman imbécil, vas a dejar de serlo porque el que lo escribe lo hace con uve


“Eunice Parchman mató a la familia Coverdale porque no podía leer ni escribir” es la primera frase de Un juicio de piedra, novela de Ruth Rendell que responde, nada más empezar, a las preguntas de quién, qué y por qué. Por supuesto, es una novela de misterio: ¿por qué habría de empezar así un libro? En Una poética editorial (Trama, 2022), Constantino Bértolo le dedica varias páginas en las que empieza razonando que, como consecuencia de su crimen, el analfabetismo de Parchman fue conocido no solo por la familia a la que servía, sino por todo el país. Pero lo que hace Bértolo en su ensayo no es detenerse en el crimen, sino en la “deformidad” que a juicio de la voz narrativa del libro padece Parchman, en la “desgracia” que ella evitaba descubrir y lo imposible que se le hacía la vida, incluso, para ejercer de ama de llaves. “Las palabras son frágiles y, por tanto, en todo lo que afecte a su transporte, escritura, edición y lectura conviene actuar con precaución y no dar nada por sentado”. La voz que cuenta la historia de Eunice Parchman dice que la familia a la que servía, culta e ilustrada, habría vivido si sus miembros fuesen incultos y vulgares.
Ruth Rendell sabía algo de los trastornos humanos; durante años recibió cartas de mujeres deseando la muerte de sus esposos, violenta o no, para poder casarse con el inspector Wexford, uno de sus personajes más célebres. En Un juicio de piedra relata también la historia de un crimen menos ruidoso y más eficaz que el asesinato de una familia completa: el que se deriva de la lucha de clases. De la incapacidad, concretamente, de una clase superior para ya ni siquiera entender, sino comunicarse, con la clase inferior. Eunice Parchman mata a todos, adultos y niños, cuando se preparan para ver una ópera en la televisión, Don Giovanni. Cuando Claude Chabrol llevó la novela al cine (La ceremonia, 1995) hizo que la televisión tuviese un protagonismo esencial: la usa la sirvienta en su cuarto para ver telebasura; la usa la familia para poner óperas. Y cuando la protagonista llega en tren para iniciar su nuevo trabajo, lo hace apareciendo en el lado equivocado de las vías. Todo va mal, todo va a ir peor.
“Y la irrisión que antaño producía el disminuido físico, se debe dirigir hoy, acaso con más justicia, hacia el analfabeto”, cuenta la voz narradora de Un juicio de piedra. Por supuesto, detrás del analfabetismo de la asesina Eunice Parchman hay una historia desgraciada que impidió su escolarización. De igual modo que detrás de cada falta grave de ortografía o agujero negro cultural, desconocimiento de las enseñanzas más básicas, suele haber detrás una tragedia prolongada en el tiempo, relacionada casi siempre con el tiempo y el dinero. El desprecio festivo e hiriente no ya de clase, que también, sino de quienes saben sobre quienes no (escribir bien, hablar bien, usar unas escaleras mecánicas, usar los cubiertos de plata, despedazar un cadáver), sigue siendo sorprendentemente celebrado, a menudo hasta pensar que, si te llaman imbécil, vas a dejar de serlo porque el que lo escribe lo hace con uve. A la mente enferma de Eunice Parchman no la aplastaba la posibilidad de la burla, sino la verdad, que sabía susceptible de burla por tratarse, a sus ojos y los del mundo, de una monstruosidad. Al punto de que, cuando una de las hijas Coverdale descubre su secreto, no valora la posibilidad que Parchman no sepa leer por no haber aprendido, sino que cree que sufre una enfermedad. Con eso no quiere herirla, solo demuestra algo que hiere aún más que una burla: la incomprensión.
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