Inquietud
La gente reclama seguridad, se aferra a lo de antes, a lo de siempre, a lo conocido
Es una tradición del proselitismo de izquierdas apartar de las prioridades de su discurso todo aquello que no apele directamente a la faceta social del ciudadano. Montañas de teoría, origen a menudo de discordias internas y promesas irrealizables, relegan a los electores al papel de piezas integradoras de una estructura con voluntad racional llamada sociedad. Esta opción conduce en ocasiones a resultados electorales satisfactorios, pero no siempre, y últimamente, en Europa, parece que las naves se están escorando una tras otra hacia estribor. ¿Por qué será?
Algunos comentaristas de actualidad se sorprenden porque en épocas de temor colectivo el electorado prefiera confiar en la palabra de los conservadores. No dice mucho tal extrañeza en favor del olfato estratégico del sorprendido ni de su conocimiento de las pulsiones que determinan, al menos en parte, la conducta humana, a menudo con mayor fuerza que los principios. Un quebranto que sólo afecta a un individuo suele carecer de repercusión social; pero todos los problemas sociales son al mismo tiempo individuales. Como resulta que los individuos no son simples recipientes de ideas, no basta para garantizarles la justicia ni el bienestar con escoger la fórmula intelectual adecuada y ponerla en práctica.
Componemos un vecindario sentimental. Cada vecino tiene su corazoncito más o menos patriótico, preferencias estéticas, intereses particulares, antojos y manías. Para colmo (pandemia, Ucrania, amenaza nuclear...), una ola de inquietud recorre estos días el planeta recalentado. La gente reclama seguridad, se aferra a lo de antes, a lo de siempre, a lo conocido. El Gobierno alemán, que es el que me pilla más cerca, recomienda a los ciudadanos que se aprovisionen de víveres. ¡Como para dormir tranquilos después de semejante aviso! El miedo nos recuerda que tanto como razón y cálculo somos instinto empeñado en perseverar en el ser. Y luego así votamos.
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