Los caballeros penalistas: nueva entrega de las crónicas de Emmanuel Carrère desde el juicio por los atentados de París
Esta semana, el autor de ‘El reino’ nos presenta a los abogados defensores
Capítulo 34
1. ¿Matar al adversario?
La escena se desarrolla en la inmensa biblioteca del colegio de abogados, toda de cuero y pátina de oro. Jóvenes con toga negra y plastrón blanco se levantan por turnos para defender un tema obligatorio, vagamente relacionado con el invitado que preside la sesión. Esta tarde: “¿Hay que matar al adversario?”, porque el invitado soy yo y he escrito un libro titulado El adversario. Si yo hubiese escrito En busca del tiempo perdido, el tema podría haber sido “¿Hay que perder el tiempo?” Cada uno elige tratar la versión afirmativa o la negativa del tema, el juego consiste en pasar de una a otra, es decir, sostenerlo todo y lo contrario. Estamos en la Conferencia de prácticas, un concurso de elocuencia al que se presentan cada año, desde hace dos siglos, unos doscientos abogados jóvenes que compiten por doce plazas.
Seleccionados por los doce ganadores del año anterior, los elegidos se llaman “secretarios de la conferencia”, y en la profesión no hay nada más prestigioso. Los temas eran graciosos, brillantes, los oradores se tomaban el ejercicio en serio sin tomarse en serio a si mismos. Daban ganas de reunirse con ellos en la brasserie Les Deux Palais a la que acuden a última hora de la tarde, desbordados, riéndose, febriles, con sus causas criminales y las togas arrugadas que sobresalen debajo de sus grandes carteras. Asistir a este espectáculo ya me bastaba para estar contento, pero tenía un motivo adicional, pues las alegaciones de la defensa empiezan la semana que viene en el Viernes 13, y alrededor de la mitad de los abogados en el estrado son antiguos secretarios de la conferencia. Es el caso de Negar Haeri y de Xavier Nogueras, defensores de Mohamed Amri, y a los que he preguntado cómo llegaron aquí.
2. ¿Rendirse a la evidencia?
En el Viernes 13 todo el mundo llama ‘Negar’ a Negar Haeri, incluso los que no la conocen, y nunca he oído a nadie expresar una reserva sobre ella. Es una muchacha grácil y rigurosa, con unos inmensos ojos negros y el cabello también negro. Es de origen iraní, una burguesa cultivada, tiene dos hermanos abogados como ella y secretarios de conferencia, como ella. Quería ser pianista, quince años de teclado, todavía toca muy bien, pero no lo bastante para su gusto, y por eso ejerce el Derecho como quien trabaja una sonata: compás a compás, con lupa, descifra como si fueran arpegios las sentencias del tribunal de Casación. Su tema en la conferencia: “¿Hay que rendirse a la evidencia?” (Elige la respuesta negativa: ella ni siquiera se rinde a la evidencia). Los secretarios tienen que asumir gratuitamente, durante un año, la defensa penal de los más pobres, lo que significa ejercer como abogado de oficio. Tienen días de guardia en el juzgado. Les llaman a ellos cuando en París se comete un delito, y una vez de cada dos estos delitos son sórdidos: un aprendizaje por las malas, del cual se enorgullecen. Negar forma parte de la promoción de 2015, la foto de su grupo se tomó el 7 de enero, el día del Charlie Hebdo, es difícil no ver una señal al respecto.
Un día en el que ella está de guardia irrumpen quince gendarmes con pasamontañas que escoltan a un hombre también encapuchado: es Mohammed Amri, que transportó a Salah Abdeslam de París a Bruselas la noche del 13 al 14 de noviembre. Al cabo de ocho meses de juicio, conocemos bien a Amri: un tipo latoso, cuyo modo de pensar es espeso y cuya manera de hablar enrevesada. Negar dice que esta ineptitud para expresarse la conmovió porque ella, de niña, hablaba farsi antes que francés y en su lengua de adopción se siente torpe y bastarda. El argumento parece absurdo cuando se tiene en cuenta su maestría verbal, pero estoy seguro de que subjetivamente dice la verdad y de que sobre esta base ha tejido con Amri en el locutorio un lazo de confianza tan grande que él es uno de los raros acusados que en seis años no ha cambiado de abogado. Sin embargo, el sumario es monstruoso, tiene que compaginar la defensa de Amri con los casos de su bufete, y en consecuencia necesita a otra persona y Negar no lo duda: llama a Xavier Nogueras.
3. ¿Hay que comerse a los gordos?
Dos años mayor que ella en la conferencia, Nogueras tiene un perfil totalmente distinto. Él también estudió música, tocaba el piano, el clavicémbalo, la guitarra, la flauta, la trompeta, pero era más bien como la mala cabeza de Los chicos del coro, porque esperaban enderezarlo hacia el camino recto. Natural de Niza, un poco golfo, tiene una historia familiar bastante densa que me permito contar porque él no la oculta. Su padre era juez de instrucción. Seductor, jugador asiduo de los casinos, muere cuando Xavier tiene 9 años y deja a su familia con apuros económicos, pero también deja una estela de misterio: ¿embolia pulmonar? ¿Suicidio? Veinte años más tarde, Xavier conocerá la verdad por azar, de los labios de un médico forense que le revela que hizo la autopsia de un juez adicto a la cocaína a fuerza de enjuiciar casos de estupefacientes, y que había muerto de una sobredosis. Lastrado por este doble legado —amor al Derecho, conductas de riesgo—, el hijo vive una juventud holgazana, tentado por el teatro hasta que un amigo le lleva a una sesión de la conferencia de abogados. Iluminación: aquella escena es para él. Como dice Xavier: “Tengo todos los defectos para ser penalista”. Su tema en el concurso: “¿Hay que comerse a los gordos?” (Opta por la respuesta afirmativa).
Es elegido secretario en 2013, justo después del atentado de Merah en la escuela judía de Toulouse. El terrorismo se está convirtiendo en el pan de cada día de los caballeros penalistas que son los secretarios de la conferencia. Los radicalizados que vuelven de Siria, los que han sido detenidos antes de partir allí, los jueces que los encarcelan aunque no hayan hecho nada porque es probable que lo hagan. Se comprende esta precaución, pero el Derecho no admite la justicia preventiva, y un hombre como Nogueras no solo defiende a los terroristas, sino al Derecho. Es un trabajo mal visto, mal pagado, razón de más para enfrascarse en cumplirlo. Esta actividad llega a suponer el 80% de su clientela, hasta el punto de que un día, en la cadena BFM, desfila con su peculiar cara hermosa y una pancarta que le presenta como “Xavier Nogueras, abogado de las redes yihadistas”. Sin problemas.
4. ¿Ser el último en tender la mano?
El día en que yo cometa un delito, a ellos les pediré que me defiendan. Ella, música, él, dandy sin que deje de ser punk, el rigor y la cortesía de ambos les granjean un respeto innegable, palpable, de las partes civiles y de los fiscales: la opinión general es que Amri ha tenido suerte. Lo que se juega está claro. Haber ayudado a repatriarse a Salah Abdeslam: encubrimiento de un malhechor. Esto cuesta seis años de cárcel, los habrá cumplido en julio, si la cosa queda ahí le ponen en libertad. Pero también le acusan de haber acompañado a Abdeslam cuando iba a alquilar coches, lo cual puede tipificarse como ATM, la “asociación terrorista de malhechores”: veinte años. Toda la estrategia de sus abogados, que desarrollan desde el principio del juicio como quien avanza sus peones en el ajedrez, va a consistir en que supriman la T: asociación de malhechores a secas.
No voy a adelantar las alegaciones que formulen Negar y Nogueras el 14 de junio, sino que me limito a transcribir lo que me respondió Nogueras cuando le planteé en Les Deux Palais la eterna cuestión del límite: ¿existe un límite? ¿Causas que te negarías a defender? “Si me preguntas eso quiere decir que no has comprendido qué es ser abogado. Yo no defiendo ninguna causa, pero no rechazo a ningún acusado. Vergès, en cambio, defendía causas. No solo defendía al Pol Pot o a Carlos, sino lo que habían hecho. Estaba de acuerdo con ellos. Nosotros, por poner el ejemplo de los delitos peor vistos, evidentemente no defendemos la pedofilia o el terrorismo, pero estamos dispuestos a defender a un pedófilo o a un terrorista. Hay que defenderlos, es la ley. Claro que a veces me cuesta, por supuesto, es más fácil defender a un atracador con el que yo podría ir a tomar unas copas cuando salga que a un tío que se excita viendo vídeos de decapitaciones, pero es esencial distinguir entre la persona y el acto. Ser abogado es eso: hacer todo lo posible para que al acusado se le juzgue con arreglo al Derecho y no según las pasiones. Y luego, cuando todo el mundo le haya dado la espalda, ser el último en tenderle de nuevo la mano”.
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