Carlos Hipólito da voz en el teatro al testamento vital de Gerardo Vera
El actor estrena el monólogo autobiográfico que el cineasta y director teatral escribió poco antes de morir en 2020 tras contagiarse de covid
No se sabe bien por qué, poco más de un año antes de morir a los 73 años en septiembre de 2020 tras contagiarse de covid, el director teatral y cineasta Gerardo Vera sintió una necesidad imperiosa de mirar atrás. A una infancia de privilegios, a la dolorosa ruina de la familia, al descubrimiento de la pasión por el cine, a su homosexualidad, al desgarro del amor y al odio al padre, con el que finalmente se reconcilió. Su viudo, José Luis Collado, cuenta que estuvo abducido por la escritura durante meses. Parecía no tener otro objetivo en la vida. Tanta era la obsesión por la narración de su historia, que lo iba leyendo a sus amigos conforme escribía. Su proyecto inicial era escribirlo en forma de novela, pero finalmente el material se convirtió en un monólogo teatral que, con el título de Oceanía, se estrena de manera póstuma este jueves en Madrid. Coescrito con Collado, que asegura que ”fue el más ilusionante de los miles de trabajos que realizó a lo largo de sus 50 años de carrera”, está protagonizado por el actor Carlos Hipólito bajo la dirección de José Luis Arellano. La función se representará en las Naves del Español en Matadero hasta el 24 de abril.
Llevaba un tiempo Gerardo Vera con el tema de la muerte sobrevolándole. Lo tenía muy presente también en su parte más creativa. “Hoy parece una premonición, porque la covid entonces todavía no había aparecido en nuestras vidas, pero realmente parece que esta obra esté escrita por una persona que ya no está. Es el mejor punto y final que se puede poner a una carrera y a una vida como la suya”, reconoce Collado. “Es la búsqueda absoluta por entenderse a sí mismo, como una manera de enmendarse y conocerse. Utiliza el teatro, que es su gran novio, para contarse a sí mismo y decirle a su padre lo que no le pudo decir en vida”, añade Arellano, colaborador y muy amigo de Vera. “Estas confesiones demuestran su generosidad y sus ganas por compartirlo todo”, dice el actor Carlos Hipólito, que se estrena en el mundo del monólogo, algo que él había rechazado siempre. Fue la insistencia de Vera, incluso en el lecho de muerte, la que le llevó a aceptar este “hermoso regalo de un amigo”.
Con un escenario muy limpio, una mesa con ordenador en un lado y un butacón en el otro, y una pantalla con imágenes que van del blanco y negro de los años del franquismo al tecnicolor de la vida posterior, Carlos Hipólito hace el viaje vital de un niño nacido en 1947 en el seno de una familia acomodada de un pueblo de Castilla hasta la edad de 30 años, cuando muere su padre y comienzan sus éxitos artísticos. No es Oceanía un recorrido exhaustivo por la vida del que fue director del Centro Dramático Nacional entre 2004 y 2009 y ganador de dos Goyas, pero sí da las claves de “un niño peculiar que se quedaba embobado delante de los cines de la Gran Vía”, sin saber que un día todo aquello iba a ser la clave de su vida.
Desde el principio, Vera tuvo claro que no podía narrar con pudores la realidad de su historia, que tenía que ser honesto y que esa honestidad pasaba por contar las partes menos luminosas de su vida. Por ello, más allá de un recorrido personal, que es también un retrato de un momento histórico de España, Oceanía supone la confesión de la relación entre un padre y un hijo, la de un padre falangista que lleva a la ruina a su familia ―”era la viva imagen de la locura, como si toda la violencia del mundo se hubiese metido en su cabeza”― y un chico homosexual, algo prohibido y perseguido en aquellos años. Una relación que va del odio más profundo e incontrolado a la reconciliación y el perdón. “Fue ese padre falangista, tan alejado de él, el que entendió su homosexualidad y supo comprender su realidad, algo que nunca le contó a su madre, una mujer de misa, julepe y procesiones”, explica Collado.
Hipólito se planta en el escenario con esa genialidad suya que parece tan natural y se olvida de su amigo, de ese sentimiento de pérdida tan grande que sintió con su muerte. Y ante el público, sus compañeros de teatro en esta función a falta de otros, va desgranando, con humor e ironía, la retahíla de anécdotas, pasiones, amores y viajes de ese chico que siempre soñó con viajar a Oceanía. “Quizás sea mejor así. A veces, la realidad solo sirve para estropear los sueños”.
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