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Columna
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Lucía Lijtmaer contra la religión del amor

En ‘Cauterio’, la novela que publica este miércoles, la escritora demuestra con brillantez que el machismo es trasversal a todas las ideologías y Madrid, un barrio de Barcelona

Lucía Lijtmaer, en una imagen de 2019.
Lucía Lijtmaer, en una imagen de 2019.Álvaro García
Javier Rodríguez Marcos

Tantos años de rivalidad simbólica para al final descubrir que Madrid es un barrio de Barcelona. Mejor dicho, de la gran novela sobre Barcelona. La gran novela sobre cualquier sitio es la ballena blanca que persigue todo escritor con pretensiones. Lo curioso es que, a veces, terminan escribiéndolas los menos pretenciosos. O las menos pretenciosas.

Cuando en 2016 la feria del libro de Guadalajara (México) cumplió tres décadas, Vargas Llosa hizo balance y declaró que detectaba dos renuncias entre sus jóvenes colegas: a hablar de política y a escribir historias ambiciosas, totales, la gran novela del siglo XXI: americana, latinoamericana o layetana. Liliana Colanzi, solo cinco años mayor que la FIL, respondió a esos argumentos sorprendiéndose de que el tema y la extensión siguieran siendo para algunos lo que define la ambición de una obra. La grandeza, replicó, está hoy en revolucionar la sensibilidad, la forma o el punto de vista.

La novelista aplica una mirada corrosiva a los grandes temas, sean eternos o frescos del día: Dios, el amor, el dinero, el nacimiento de Podemos o las muchachas de piel “traslúcida y rosada, del tono 32 de Max Factor”

Eso es justo lo que ha hecho Lucía Lijtmaer con Cauterio, que Anagrama publica este miércoles. Nacida en Buenos Aires en 1977, criada en Barcelona y afincada en Madrid (ese lugar en el que “todo está o acaba frito”), Lijtmaer construye un universo entero en apenas 200 páginas. Lo construye y, lo que es más importante, lo destruye. ¿Cómo? Aplicando una mirada corrosiva a los grandes temas, sean eternos o frescos del día: Dios, el amor, la muerte, el dinero, las redes sociales, el Fórum de 2004, el nacimiento de algo parecido a Podemos, Joan Clos y Manuela Carmena, el urbanismo clasista de sus dos ciudades, las falsas bodegas con suelo postizo de baldosa hidráulica, las muchachas de piel “traslúcida y rosada, del tono 32 de Max Factor”, los “treintañeros profesionales” y los aliados de las causas justas: “Un día vienen tus amigos, habláis de la potencia feminista del nuevo partido y yo os sirvo el aperitivo”.

A través del monólogo de dos mujeres ―una se dirige al Altísimo en torno a 1600; la otra, en la actualidad, a su exnovio―, la novela es un juicio sumarísimo tanto a la religión como a la fe laica en el romanticismo amoroso. Un juicio en el que son las víctimas las que imparten justicia (y no solo poética). Aixa de la Cruz dijo haber escrito su impagable Cambiar de idea invocando uno de los modelos de la autobiografía moderna: las confesiones de criminales que la Iglesia británica publicaba en el siglo XVIII con afán disuasorio. Lucía Lijtmaer evoca relatos orales de la misma época, “los denominados cauterios”. Tal vez, avisa, “apócrifos”.

En su caso, la primera persona sirve para dar rienda suelta a una ficción sin filtros y con momentos hilarantes. Tanto el trepidante primer capítulo (dedicado a imaginar una Barcelona anegada por el mar tras derretirse los polos) como el consagrado a la soltería son un derroche de humor digno del mejor Deforme Semanal, el podcast que Lijtmaer capitanea junto a Isabel Calderón. Como el instrumento médico que le da título, Cauterio quema y cura. Y a veces, también, porque hace reír, es un libro triste.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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