La hija de García Márquez: habla el biógrafo del escritor
El historiador que publicó la primera investigación completa sobre la vida del autor de ‘Cien años de soledad’ explica por qué no apareció en su relato el episodio de la paternidad secreta del autor y reflexiona sobre las responsabilidades de un biógrafo en la época de internet y las redes sociales
Escribí la primera y, hasta ahora, única biografía completa de Gabriel García Márquez. Salió en inglés en 2008 y en español en 2009. La investigué y escribí entre 1990 y 2007. No fue una biografía “autorizada”, pero fue escrita con el visto bueno del novelista—yo siempre dije que fue “tolerada”—y con cierto nivel de cooperación a veces muy generosa. Cuando García Márquez murió en 2014, escribí un epílogo para una hipotética segunda edición. Ese epílogo aún no se ha publicado y lo he considerado de alguna manera un work in progress (“nunca se sabe”, me dije). Hace una semana algunas cosas cambiaron en el “mundo” de GGM.
Domingo, 16 de enero de 2022, 1:41 PM. Correo electrónico anónimo. “Otro well-wisher”, pensé. Ningún mensaje. Enlace a un artículo titulado Una hija, el secreto mejor guardado de Gabriel García Márquez. “Finalmente”, me dije, “todo llega.” No obstante, me desconcertó el impacto de la noticia sobre mi estado de ánimo.
Domingo, 16 de enero de 2022, 15:19 PM. Facebook. Una amiga comenta desde Colombia: “Gerald Martin, tú también te lo tenías bien guardado… Gabo no deja de sorprendernos ni después de muerto”.
Domingo, 16 de enero de 2022, 15:51 PM. Correo electrónico. Otra amiga me regaña: “¡Así que has tenido secretos sobre Gabo con nosotros!”.
Al día siguiente un biógrafo inglés me hizo la misma pregunta (“Did you know?”) y al otro día otro biógrafo, norteamericano: “Un amigo acaba de reenviarme esto. ¿Estabas enterado y, de ser así, lo estabas callando por lealtad y discreción?”. Son buenas preguntas. Y los mensajes siguen llegando. Entre ellos uno de EL PAÍS.
Hice mi biografía de García Márquez en otra época, otro mundo. Cuando comencé mi largo y arduo (y apasionante) trabajo en 1990, el correo electrónico y el internet recién estaban empezando para la gran mayoría de los habitantes del planeta (la invitación a escribir la biografía llegó de la misma manera en que habría llegado hacía quinientos años: en forma de carta). Cuando terminé la biografía en 2007, mi uso del internet había sido muy limitado porque la subida de información académica y literaria latinoamericana aún no había despegado y yo había trabajado con libros y documentos en bibliotecas, hemerotecas y archivos, además de un sinfín de largas entrevistas personales.
Ahora, en 2022, estoy escribiendo otra biografía desde un pequeño pueblo inglés y no he visitado una biblioteca británica desde el momento en que la comencé hace diez años; la expansión del contenido latinoamericano en internet ha sido incesantemente exponencial y el problema no es conseguir información, sino disciplinarse y protegerse, de alguna manera, algunas veces desesperadamente, del tsunami. Me comunico diariamente con amigos españoles y latinoamericanos por correo electrónico y leo EL PAÍS (la primera escala del viaje diario, porque estudiar y comprender el panorama español y latinoamericano de los últimos 50 años sin este periódico es inimaginable), y una serie de periódicos latinoamericanos indispensables, cada mañana. Vivo inmerso en miles de datos y mensajes.
Siguiendo mis convicciones y mis costumbres, decidí no participar en la discusión de las revelaciones. Dejé un mensaje escueto en Facebook (ya casi no visitaba ese paraíso) y se lo comuniqué a un periodista cartagenero que trabaja en Efe y me había contactado, y dije que no iba a hacer más comentarios. Tratando de explicarme, dije sin intención peyorativa alguna que un biógrafo no es un periodista y que son dos profesiones íntimamente relacionadas, pero diferentes (primera aclaración: tampoco me considero realmente un biógrafo, soy un hombre que ha escrito dos biografías; segunda aclaración: nunca olvido que el mismo García Márquez se enorgulleció siempre de ser periodista y fue, de hecho, uno de los grandes reporteros del siglo XX).
La mayoría de las reacciones aprobaron esta declaración, pero aparecieron, inevitablemente, dos o tres voces discrepantes: “Respeto lo que dice Martin, pero obviar temas que hacen parte clara e importante de la biografía de alguien es un deber del biógrafo, si se quiere permanecer en la independencia. Escribir biografías omitiendo cosas definitivas no me parece serio. Puede ser delicadeza, respeto, lo que sea. Pero no atiende al compromiso con los lectores”. Y “Un biógrafo es un biógrafo, y no un empleado del biografiado… esas omisiones le restan credibilidad al escritor frente a sus lectores. Se pregunta uno cuántas otras situaciones ‘inconvenientes’ no nos dijo su biógrafo?”.
A pesar de que no había aparecido revelación alguna antes de la redacción de mi biografía en 2006-2007, y yo no sabía nada de una posible hija del escritor en aquel entonces, estos interlocutores, ambos elocuentes, querían decir lo que querían decir. Están en su derecho y miles de otras personas los seguirán y dirán cosas semejantes, muchas de ellas igualmente irrelevantes. Estamos donde estamos (estamos en Babel/Babilonia y somos billones).
Después saldrían comentarios más violentos dirigidos no tanto a sus biógrafos sino al mismo escritor (e incluso, en algunos casos, a la madre putativa): por ejemplo, “lo de Gabriel García Márquez y su familia es de una vileza sin límites, es una infamia”. Y aparecieron los primeros comentarios periodísticos (El otoño del patriarcado, fue uno de los primeros títulos y uno de los mejores).
La noticia había sido revelada en El Universal de Cartagena, Colombia, el diario en el que García Márquez se hizo periodista, por el también periodista cartagenero Gustavo Tatis Guerra, quien ha comentado sobre García Márquez desde hace más de treinta años y publicó un libro sobre Gabo hace un par de años. Él conoce bien la familia de Gabo, yo le conozco bien a él, él me ha entrevistado un par de veces. Justificando su outing de la hija y su madre, explicó: “El secreto cayó sobre mis hombros, mientras los dos biógrafos de García Márquez se preguntaban quién la iba a contar. Y los dedos me señalaron con discreción”. Tatis parece sugerir que yo y Dasso Saldívar, el biógrafo colombiano de García Márquez, estábamos vacilando y que de alguna manera decidimos que él, Tatis, sería la persona indicada para lanzar la bomba. Tengo una relación respetuosa con Saldívar, pero sólo nos hemos visto tres veces en la vida y nunca a solas. Yo jamás habría participado en semejante discusión o negociación, por varias razones, y debe de haber algún malentendido. Ni él ni Tatis se pusieron en contacto conmigo en las semanas y meses previos a la revelación. Normalmente no me ocupo de estos incidentes, frecuentes en la vida de los que escriben biografías de personas fuertemente amadas y odiadas, especialmente si esas personas viven todavía, pero ahora estoy escribiendo un artículo que me han pedido y los hechos son estos.
Nunca he hablado de mis altibajos y roces con García Márquez porque nunca he hablado mucho sobre mi relación con él y no venían al caso; por otra parte, siempre me ha parecido un poco indecente escribir sobre una persona mientras uno está investigando la historia de su vida. Pienso contar esa historia—mi relación con Gabo—algún día, pero quién sabe si la vida me dará permiso. Es verdad que mi biografía fue, en última instancia, generosa (¿y por qué no?). Con todo, a lo mejor sería útil que este biógrafo aparentemente dócil y lisonjero (según algunos comentarios instantáneos como los citados arriba) diera algunos ejemplos porque, reflexionando sobre la revelación de la existencia de una hija de García Márquez, me parece recordar que yo he viajado entre semejantes páramos y peñascos más de una vez.
En la biografía tuve que medir qué cosas revelar y qué cosas omitir. Como en todo “reportaje”, sea periodístico, historiográfico o biográfico. Decidí, para ultraje de muchos colombianos, mencionar la relación que García Márquez tuvo en París en 1956, a pesar de su compromiso con Mercedes Barcha en Barranquilla, y que terminó en un embarazo y la muerte del bebé que habría sido el primer “hijo de García Márquez”. Lo mencioné porque descubrí que “la madre” había inspirado varios personajes importantes y sendos temas centrales en la obra narrativa de García Márquez y había seguido siendo importante en su vida posterior; y además porque juzgué que ella “merecía” estar en el libro y ella, después de meditarlo, estaba de acuerdo.
Conocí a Tachia Quintana en París en marzo de 1993, casada desde hacía muchos años con un ingeniero cosmopolita francés cuyo día de cumpleaños fue idéntico al mío, 22 de febrero. Tachia había tenido pocos amantes. Uno fue Blas de Otero. Otro era Gabriel García Márquez. Paseamos, conversando, por las mismas calles de la ciudad que ella y García Márquez habían recorrido a mediados de los cincuenta (para decir la verdad, mis conversaciones con Tachia nunca cesaron). Meses después, en la casa de García Márquez en Ciudad de México, biógrafo y biografiado tuvimos una conversación histórica: definitiva y definitoria. Después yo recordaría en la biografía: “Me armé de valor y le pregunté: ‘¿Y Tachia?’. En ese momento eran muy pocos los que sabían de ella, y menos aún quienes conocían la historia entre ambos, aun a grandes rasgos; supongo que había esperado que se me pasara por alto. Respiró hondo, igual que alguien que ve abrirse lentamente un ataúd, y dijo: ‘Bueno, ocurrió’. Le pregunté: ‘¿Podemos hablar de ello?’. ‘No’, me contestó. Fue en aquella ocasión cuando me dijo por primera vez, con la expresión del director de una funeraria que con determinación cierra de nuevo la tapa del ataúd, que ‘todo el mundo tiene tres vidas: una vida pública, una vida privada y una vida secreta’. Como es lógico, la vida pública estaba a la vista de todo el mundo, yo simplemente tenía que hacer mi trabajo; de vez en cuando me daría acceso y me permitiría comprender mejor la vida privada, y evidentemente se esperaba que dedujera el resto; en cuanto a la vida secreta: ‘No, jamás’. Si en algún lugar estaba, me dio a entender, era en sus libros. Podía empezar por ellos. ‘Y de todos modos, no te preocupes. Yo seré lo que tú digas que soy”.
Estas dos sentencias, especialmente la primera, han sido citadas muchas veces después de la publicación de la biografía, pero durante algún tiempo y, a pesar de su reacción notablemente generosa y deportiva, sentí cierto distanciamiento en mi relación con García Márquez que sólo terminó cuando me enfermé a mediados de 1995 (en 1996, cuando estaba convaleciente en Francia, Gabo logró ubicarme por milagro —ese milagro que se llamaba Carmen Balcells— y tuvimos una conversación afectuosa. Le conté que había vuelto a mi trabajo biográfico. Días después llegó un ejemplar firmado de su nueva novela, Noticia de un secuestro, a mi escondite francés con la dedicatoria: “A Gerald Martin, el loco que me persigue”).
Con el tiempo, cuando Mercedes se dio cuenta de mis conversaciones con Tachia y mis posibles intenciones, también se enfrió mi relación con ella. Tanto que años más tarde, entrevistada ella por un oficial de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) en Cartagena, éste reportó lo siguiente: “Hasta ahora ha concedido dos cortas entrevistas que datan de los años ochenta. Conversó sólo una vez con el biógrafo inglés de su esposo y, luego, explica sin apelación posible, no quiso verlo más”. Esta cita fue reproducida docenas de veces en periódicos de habla española (entre ellos, EL PAÍS). Pero yo había tenido una relación excelente con Mercedes, la había visto probablemente veinte veces, incluso habíamos salido un día al supermercado, para comprar comestibles, y otro día a los Viveros de Coyoacán, para comprar flores, siempre conversando e intercambiando preguntas, cuando Gabo estaba ocupado o retrasado. Me concedió la que sigue siendo la única larga e íntima entrevista de su vida (más de tres horas muy intensas) cuyo contenido completo aún no he revelado. Mercedes había consultado a Gabo: “Muy bien,” dijo, “finalmente sabré lo que piensas de mí”. Nuestro distanciamiento duró varios años—no interrumpió mis relaciones con Gabo—y no obstante publiqué lo que quería y debía publicar en la biografía y, eventualmente, nos reconciliamos. Comprendí perfectamente su irritación. No es cuestión de matar al mensajero—también muy humano—sino una diferencia de opinión muy natural sobre los imperativos y deberes de un oficio y la lealtad y gratitud hacia las personas.
También fui la primera persona en revelar la demencia de Gabo. Me pareció que la primera biografía completa de la vida de García Márquez no podía omitir el drama que él estaba viviendo en los últimos años de su vida. Creeré, hasta el final de mi propia vida, que él me pidió implícitamente que lo hiciera, porque era su verdad, y para escaparse de la angustia que sentía (en 2002 la dedicatoria que me envió en uno de los primeros ejemplares de Vivir para contarla llegó diciendo: “Para Gerald, con lo que todavía me queda de la memoria”), pero yo lo habría revelado, a pesar de mi propia angustia, de todos modos. Curiosamente, nadie me hizo caso y el pobre Jaime García Márquez, su hermano menor, tuvo que asumir la culpa años después cuando un descuido verbal llegó a los oídos de la prensa.
Gabo y yo éramos seres humanos. Cuando fui a verlo en la Ciudad de México en 1999 me acababan de decir en Pittsburgh que tuve una recurrencia de mi cáncer. Increíblemente él me había llamado para decirme que él también había sido diagnosticado con el mismo cáncer—linfoma (“ahora somos colegas,” me dijo)— y yo había decidido visitarlo cuanto antes para animarlo sin saber lo que los médicos me iban a revelar en la víspera. Durante mis cuatro días hablando y comiendo con Gabo y Mercedes, ellos—muy asustados, como es natural—celebraron mi supervivencia, la demostración de que realmente ese cáncer no era para tanto. No tuve corazón para confesarles que mi propia situación parecía contradecir esa lectura optimista de mi caso. ¿Hice bien o hice mal? ¿Quién sabe?
Y ahora, señoras y señores, la decepción y el anticlímax cuidadosamente aplazados por el pérfido inglés (¿mencioné que soy inglés?) hasta el final de su artículo. ¡Me tendrán que perdonar la estafa! En cuanto a Indira Cato y su madre Susana Cato, sé muy poco: más de lo que se dice en los periódicos hasta este momento (es que estos son “early days”) pero muy poco. No he hablado sobre ellas porque no las conozco y probablemente, aun conociéndolas, no habría comentado la noticia; mi oficio es otro. Siempre necesito “más tiempo”. En los primeros meses de mi investigación biográfica escuché varias veces el nombre “Susy Cato”. Pero yo escuchaba muchos nombres y se me contaban muchas anécdotas (yo no preguntaba, pero se me contaba). Se hablaba de vez en cuando de una amante cubana del escritor. Cuando vi algunos artículos firmados por Susana Cato y publicados en la prensa mexicana, mis intuiciones empezaban a decirme: “Tal vez… tal vez una mexicana que ha residido en Cuba”.
Esta temática—la pasión y sus dramas—me ha parecido muy importante, obviamente, especialmente en el caso de un escritor cuyos motivos centrales son el poder y el amor, pero nunca han sido obsesión mía durante mis investigaciones. En aquellos años no se hablaba jamás de una hija. Uno o dos años después de la publicación de la biografía empecé a oír rumores. Google ya funcionaba muy bien: es más, ya era indispensable. Algún día, cuando introduje “Susana Cato Ciudad de México” apareció el nombre “Indira”. Me era suficiente por muchas razones que no son del caso en esta crónica: Gabo tenía una hija. Por supuesto, aún no lo “sabía” realmente y no he tratado de averiguarlo. Mientras tanto, varios amigos y otras personas me lo han “confirmado”: entrecomillo la palabra, pero ya me es obvio que tenían razón; y que en varios casos sus motivos eran de los mejores. (Hablé con más de cuatrocientas personas para escribir la biografía empezando con la madre del novelista, doña Luisa Santiaga; la inmensa mayoría ya están muertos, pero dos sobrevivientes muy especiales comentaron el caso conmigo en los últimos años, no sé si querían que publicara la noticia. Y ¡cómo he extrañado a Carmen Balcells en los últimos días!, ¿qué me habría dicho Carmen?)
México es el país latinoamericano que mejor conozco. Pasé un año en el DF, entre 1968 y 1969, el año de Tlatelolco, sobre lo cual entiendo que Susana Cato ha escrito un libro, y he regresado al país entre veinte y veinticinco veces desde entonces. Pero sucede que en los últimos diez años mis viajes han sido hacia el Perú y no he visitado México en todo este tiempo. De haberlo hecho habría contactado a Susana e Indira y les habría pedido un encuentro. Intuyo que me lo habrían concedido, pero quién sabe. Yo no habría tratado de insistir y tampoco habría informado a nadie de lo que había pasado si la respuesta fuera negativa. Si me hubieran invitado a revelar su situación lo habría hecho, pero yo no lo habría sugerido y no habría tratado de persuadirlas. Se ve “de lejos” que son mujeres interesantes y comprometidas con el mundo en que viven, pero quién sabe qué pensarían del “biógrafo de García Márquez”. Tampoco importa.
Aquí una confesión. A veces funciona el olfato biográfico —de hecho, y más bien autobiográficamente, mi nariz es enorme—y debería contar lo siguiente. Cuando terminé la biografía decidí que quería incluir el nombre de Susana Cato en el índice. Yo estaba “seguro” y “me constaba” que era un nombre importante, pero en realidad no sabía, fue intuición no más. Inserté una referencia a un artículo suyo fechado en 1989 en una nota a pie de página y, en el texto del libro, otra referencia a otro artículo suyo fechado en 1996 para que apareciera no sólo en las notas sino en el índice. Fue una especie de apuesta conmigo mismo, como un mensaje cifrado en una botella lanzada al mar que volvió, eventualmente, a la playa. Espero que sea un buen augurio y que todo salga bien para ambas, madre e hija.
Algunos lectores —y no pocos periodistas (y todos nos sentimos periodistas ahora, en la época de Facebook y Google)— parecen pensar que habiendo metido mi nariz vanidosa en los asuntos del Gabo —una celebridad idolatrada o aborrecida, según—me incumbe ahora estar permanentemente en alerta para sacar o subrayar primicias, “revelaciones” y “secretos” y para comentarlas— como un compilador de Wikipedia, quizás. Repito que no soy reportero, oficio que respeto, pero que no es el mío; soy biógrafo, historiador. (historiador, entre otras cosas, de la interfaz entre lo público y lo privado, entre la fría distancia y la cálida cercanía. Nadie comprendió el juego mejor que Gabo). Lo que sí me incumbe es evitar impertinencias y clichés, si puedo.
No sé cuándo se publicará una segunda edición de mi biografía y, además, estoy en otra cosa. Si sale algún día tendrá primicias y nuevas revelaciones, pero ninguna más extraordinaria que “la hija de García Márquez”. No olvidaré, sin embargo, que Indira Cato es una persona, un ser humano, una joven mujer totalmente independiente y, seguramente, autodeterminante. No es un personaje ni una personalidad. Nos incumbe suponer y aceptar que ella decidirá siempre quién es, cuál es su identidad, qué quiere decir, qué secretos quiere guardar, qué quiere ser en la vida. Por ahora otros están especulando, otros la están inventando, casi siempre sin base alguna para hacerlo, y habría que esperar que ninguno de ellos tendrá sobre ella un poder duradero y definitivo. Yo soy parte de la “ronda”, ya lo sé (aquí me tienen), pero permítanme salir del círculo por un momento y desearle, sencilla y sinceramente, todo lo mejor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.