Cómo nos cambió el ‘caso Lewinsky’
Cuando estalló el escándalo estaban naciendo las webs reaccionarias que alteraron el delicado concepto de verdad informativa
Durante la Administración Clinton, debido a conflictos presupuestarios, algunos becarios suplieron la labor del personal administrativo. Esa fue la razón por la que en 1995 una chica de 22 años llamada Monica Lewinsky se situó en un entorno tan cercano al presidente. Aquella muchacha que había huido de California para olvidar una relación tóxica con un profesor casado se encandiló de su jefe. Ambos se hicieron ojitos y, de acuerdo a los deseos de los dos, la becaria traspasó la puerta del despacho oval una noche, dando así comienzo a una relación de la que conocemos los detalles más tórridos, porque el morboso informe que el juez Kenneth Starr firmó para pedir la destitución del presidente se colgó en las páginas del Congreso y, aun a día de hoy, uno puede entrar y enterarse de dónde y cómo fue acariciada la joven, de si llegó al orgasmo, de la ausencia de penetración, del sexo oral practicado mientras Clinton atendía al teléfono a su homólogo británico, del capítulo del puro, que no describiré porque cuando se cuenta del sexo de otros siempre hay una velada intención de que parezca barato y ridículo.
Lo que está claro es que el presidente de los Estados Unidos se puso a la altura de la mentalidad de una estudiante de 22 y, a pesar de que hubiera consentimiento, el tiempo ha definido su comportamiento como abuso de poder. Viene al caso escribir sobre ello porque una brillante serie de 10 capítulos, Impeachment, en la que Monica Lewinsky interviene como productora, desvela con detalle y sin morbo la pesadilla en la que vivió aquella muchacha a la que el FBI en 1998 retuvo durante horas para forzarla a confesar una aventura que tuvo como escenario la oficina del presidente, bajo el mismo techo en el que dormía la primera dama.
El hecho de que Lewinsky haya participado en la producción no significa que todo esté narrado a su favor. Muy al contrario, la becaria aparece como una chica entre acomplejada y necesitada de gustar, obsesionada por semejante jefazo, sexi en un sentido muy adolescente. Todas esas actitudes están en las cintas que su amiga, la traidora Linda Tripp, grabó durante un año para entregarlas al FBI con el dudoso fin de darle una lección moral a Bill Clinton. Es Tripp el personaje más complejo de esta historia: coincidió con Lewinsky en el Pentágono y se convirtió en su confidente aun doblándole la edad; cuando descubre que ha dado con una historia que puede hundir a ese tipo con fama de mujeriego al que odia, comienza a grabar las conversaciones, pensando también en escribir un best seller que le conceda al fin alguna notoriedad. Tripp provoca repugnancia y lástima, porque el mal que perpetra no le sirve jamás para recibir algo de reconocimiento, ni por parte de aquellos a los que sirve para acabar con el presidente.
Pero la gran perdedora de este esperpento fue, como era de prever, la pobre becaria. En 2015, Monica Lewinsky comenzó a ofrecer al mundo su versión. Al mundo, nunca mejor dicho, porque este suceso al que la investigación bautizó con su apellido la convirtió en mofa planetaria, inaugurando los años presentes de burla a una escala difícilmente soportable. Su vida se vio alterada, le fue tan complicado encontrar trabajo como dejar de ser observada por los hombres como la chica experta en esa práctica sexual a la que redujo su relación con el presidente. No existían las redes, pero sí los blogs, y estaban naciendo las webs reaccionarias que hoy sabemos que alteraron el delicado concepto de verdad informativa. Fue Ronald Reagan quien desreguló el sometimiento de las grandes cadenas al rigor de los hechos y de esa liberalización brotaron como setas medios envilecedores como Fox News. El rostro de Lewinsky aparecía a todas horas en pantalla. Desapareció entonces el concepto de “informativo” para convertir un medio en un fabricador continuo de noticias.
En una charla TED de 2015 Monica Lewinsky, ya una mujer madura, bien articulada, serena dentro de un orden, sonriente siempre, cuenta lo que le pasó a aquella chica que se vio como protagonista de la carroña informativa, como heroína de numerosos raps, reducida al prototipo de gordita sexi que se arrodilla ante el jefe. Poco a poco, Lewinsky transformó su angustia en activismo y hoy lucha desde una ONG para proteger a las víctimas del bullying virtual, término que entonces no existía. El suicidio de un estudiante aterrado al ver cómo un encuentro sexual protagonizado por él era difundido la empujó a actuar, recordando aquellos años en los que alguna vez trató de quitarse de en medio. Hoy vemos todo aquello con otros ojos. Aun así, el escarnio se ha instalado en nuestro lenguaje. Incluso algunos lo llaman sentido del humor.
Babelia
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