La redención de Tibu, el poderoso ‘manager’ que pasó cuatro años en la cárcel por una querella de El Canto del Loco
El representante, un chaval de barrio que llegó a lo más alto, regresa a la música con el peso del estigma social como losa
Carlos Vázquez Tibu, uno de los managers musicales más poderosos de España durante los noventa y la primera década de los 2000, ha cumplido una condena de cuatro años, dos meses y un día: de enero de 2015 a abril de 2019. Cuenta que tres meses antes de ingresar en la cárcel de Soto del Real se encerró en su casa, solo, con su perro Elvis. Leyó y meditó mucho. Pensó en quitarse de en medio. “¿Me merece la pena pasar por esto?”, se preguntaba. Finalmente, alejó esos pensamientos suicidas y entró en prisión condenado por deslealtad societaria y apropiación indebida de 220.000 euros después de una querella presentada por uno de los grupos a los que representaba, El Canto del Loco. Sentado en una cafetería de un hotel del centro de Madrid, con buena cara, voz templada y sonrisa de medio lado, afirma: “Pagué y salí de allí. Ahora estoy de vuelta. Más de uno va a decir: ‘Qué cabrón, otra vez’. Y a alguno le van a temblar las piernas, porque nunca he sido un manager cómodo y van a tener que negociar otra vez conmigo”.
“Pagué y salí de allí. Ahora estoy de vuelta. Más de uno va a decir: ‘Qué cabrón, otra vez”
Tibu (como quiere que lo llamen; Madrid, 62 años) ha vivido situaciones de lujo que hoy, que reside en un piso alquilado de 60 metros cuadrados en Navalcarnero (sur de Madrid) por el que paga “unos 500 euros”, parecen de otra vida. Son de otra vida. Dice que ganó mucho dinero en los noventa, con situaciones como despertar en Madrid, coger un avión privado y desayunar en Moscú caviar con Julio Iglesias. Su lista de representados era larga: El Canto del Loco, Luis Eduardo Aute, Hombres G, Mägo de Oz, La Guardia, Los Suaves, Javier Gurruchaga, José Mercé, Vicente Amigo, Javier Álvarez, Las Ketchup, Farruquito… Además de organizar de forma puntual giras para Julio Iglesias, Juan Pardo o Silvio Rodríguez. Su oficina daba empleo directo a 30 personas. Ninguno de sus artistas-clientes lo visitó en la cárcel. “Habiendo dado tantas cosas por ellos no tuvieron ningún detalle. Hubiera sido suficiente un apretón de manos o un abrazo y unas palabras como: ‘Tibu, nos asusta el tema judicial y preferimos estar al margen”. Como no lo hicieron, de algunos se venga en su libro Memorias de un manager (2020). Este periódico se ha puesto en contacto con David Summers y Dani Martín, dos de las dianas de Tibu, y no han querido hacer declaraciones. “Todo lo que tenía que decir Dani sobre este asunto lo dijo en el juicio”, zanjan desde Puercoespín Producciones, la oficina del cantante de la disuelta banda El Canto del Loco.
Tampoco le visitaron en Soto del Real sus hijos, el mayor, de 37 años (le ha dado un nieto), y el menor, de 26. “Se lo prohibí. No quería hacerles pasar por eso. Me parecía cruel. Las visitas en prisión son tristes y sórdidas. Estoy arrepentidísimo de todo el tiempo que no les dediqué por estar trabajando. Ahora lo intento remediar y tengo una relación con ellos maravillosa”. La persona que más se preocupó por él mientras se encontraba preso fue la que era su mujer por esa época, Sonia. “Cuando ingresé ya habíamos decidido divorciarnos, pero no faltó ni una semana. No tengo palabras para agradecerle lo que me ha dado”, señala.
Antes de convertirse en representante de artistas, Tibu fue músico. Nacido en el barrio madrileño de Carabanchel y de padre “muy franquista”, explica que fue un verso suelto en su familia. Un macarra de barrio que robó coches y militó en bandas callejeras. Pasó por la Legión y se siente “orgulloso de ello”. Se enderezó, completó los estudios superiores de música en el conservatorio y se especializó en el bajo. Tocó rock con Ramoncín, pachanga con Georgie Dann, rumba rock con Las Grecas, pop con Luz Casal, rancheras con Rocío Durcal o heavy con Banzai e incluso con Scorpions en un breve encuentro. Dentro de la profesión se le consideraba un buen bajista, un mercenario que solventaba cualquier situación. Su pasión por las motos le llevó a realizar alguna carrera semiprofesional (un cronista lo llamó “Tiburón”, por lo rápido que corría, y desde entonces es Tibu) y a participar como especialista en películas de cine quinqui como Perros callejeros o El vaquilla.
A mediados de los ochenta produce los dos primeros discos del grupo granadino La Guardia y son un gran éxito. Es cuando comienza su carrera de manager. Manuel España, líder de La Guardia, banda que el año que viene cumple cuatro décadas en activo, lo recuerda: “Tibu nos sacó del anonimato. Desde el primer momento mostró mucha confianza en La Guardia. Apostó fuerte por nosotros y se implicó hasta tal punto que decidió montar su propia oficina de management”. Y añade: “Era muy currante, y con mucha ilusión y actitud con todo lo que se proponía”.
En los noventa empieza a trabajar con Tony Caravaca, uno de los managers españoles históricamente más importantes. Ahí se pule para finalmente crear sus propias empresas. La última, Aire de Música. Es un chaval de barrio que se abre paso en una industria áspera. Javier Liñán, de la discográfica El Volcán y cazatalentos de varias multinacionales, trabajó mucho con él. “Siempre me pareció serio y trabajador. Un tipo de la vieja escuela, defendiendo duro a sus artistas”, señala. Tibu expone su filosofía profesional: “Tienes que ser duro con las compañías de discos, que son grandes leones ávidos por cazar la presa todo el rato. La industria de la música es corrupta, como la de la política y otros ámbitos donde se mueve mucho dinero. Si te decides a ser un cabrón, sé el más cabrón. Estás nadando constantemente en una bañera de pirañas y tú tienes que ser una piraña más, y a ver quién muerde más fuerte”.
Considera que demasiadas veces resultó engreído. “Me volví un gilipollas, arrogante y macarra”, resalta. “Por defender a ultranza los intereses de mis artistas antepuse mi propia persona. Yo siempre les decía: ‘OK, déjame a mí que sea el malo”. Este periodista puede contar una anécdota sobre su estilo. Después de una crónica a sus representados El Canto del Loco, recibió una llamada suya, con el que nunca había hablado, que empezó así: “Tú no tienes vergüenza”. Hoy, Tibu escucha la anécdota y responde: “¿Lo ves? Era un imbécil”.
Ramoncín fue su primer contacto musical. “Lo probé y me convenció su forma de tocar el bajo. Era muy joven, más que el resto del grupo. Tendría unos 17 años. Aquella gira [1978, la de El rey del pollo frito] fue dura, con unos 70 conciertos. Luego, cuando ya era un manager famoso, me lo encontré varias veces y siempre resultó cariñoso. Pero la mayoría de las cosas que cuenta sobre mí en su libro son mentira. Por ejemplo, dice que en aquella gira yo meé a Fraga en un concierto. Por dios, me hubiesen metido en la cárcel. Yo creo que es una cosa de percepción: no distingue entre lo que es verdad y lo que es mentira”, asegura Ramoncín.
A raíz del juicio Tibu/El Canto del Loco fueron varios los casos de músicos desconfiados con la contabilidad de sus managers los que solicitaron auditorías. Aquello agrió un sistema proclive a los resquemores. Tibu habla de que la condena realmente le llega ahora: sentir en el cogote la estigmatización social y laboral. “Poco después de salir, una vecina me gritó por encima del seto: ‘Exconvicto”. Los profesionales de la industria se dividen al afrontar su figura: algunos defienden sus formas de perro bulldog, otros afirman que “no les gustaría volver a trabajar con él”. La mayoría habla con la condición de no identificarse.
En Soto del Real pasó los primeros tres meses en un módulo duro, el ocho. Su compañero de celda era un narcotraficante colombiano hoy ya rehabilitado y libre. Son amigos. A los tres meses le pasaron al llamado “módulo del respeto”, el diez, y fue el encargado de ese espacio; con nómina, 72 euros al mes. “Ahí los presos limpian, barren y mantienen todo ordenado. Requiere de disciplina, y el que la mantenía era yo. No se escaqueaba nadie si queríamos el beneficio de todos. Si tenía que dar una fregona a Mario y decirle que limpiara el comedor, lo hacía”. Ese Mario se apellida Conde, exbanquero y condenado por el llamado caso Banesto. También coincidió entre rejas con otro empresario ilustre, Gerardo Díaz Ferrán. “A Mario Conde le debo mucho. Trabajó mi recurso dentro de la cárcel para obtener el tercer grado. Lo hizo gratis y ganamos”, informa. Eso supuso que los dos últimos años de la condena de cuatro solo fuese a pasar la noche a prisión.
Asegura que no robó nada, pero asume mala gestión en su empresa. “Sin duda, hubo un exceso de confianza y no vi llegar la crisis económica de 2008. Tenía 12 hipotecas y cinco líneas de crédito. Los bancos cerraron el grifo. Todo saltó por los aires”, afirma. Mientras veía cómo se marchaban sus artistas en busca de empresas más sólidas, llegó la querella de El Canto del Loco. Reitera que es inocente, aunque el juez dictara lo contrario.
En una entrevista con EL PAÍS de octubre de 2020, Dani Martín, líder de El Canto del Loco, señaló: “Yo no he querido nunca que Tibu fuera a la cárcel. Creo que querer que alguien vaya a la cárcel es de una persona que no tiene sentimientos. El juez dijo que sí. Me hubiera encantado que me hubiese devuelto lo que dice la sentencia que se llevó”. Él señala al respecto: “Hay una jurisdicción civil y otra penal. Si quieres hacer un reclamo de una presunta deuda, vas por la jurisdicción civil; si quieres meter a alguien en la cárcel, vas por lo penal. Mi problema es que no me lo llegué a creer. Me descuidé. Pensé que en último momento, incluso en la puerta de los juzgados, Dani iba a decir: ‘Venga, que lo retiro”. Al ser solicitada su opinión sobre este tema, David Otero (guitarrista de El Canto del Loco y primo de Martín), declara: “Para mí es un tema cerrado. Todo lo que se dijo en su día fue en el juicio. Y ya hubo una resolución. La verdad es que no me apetece remover aquello”.
“Fui a tocar a la cárcel y nos reencontramos”
Tibu se ha casado (y divorciado) tres veces y hoy tiene una pareja, Yolanda, con la que está “como un adolescente”. “Damos unos paseos estupendos por el campo y de vez en cuanto le echo 20 euros de gasolina al coche. Y con eso soy feliz. Voy a Mercadona a comprar para luego cocinar, que me encanta. Paso muchas mañanas cocinando”. Esta rutina cambiará, ya que regresa a la actividad de manager. Su primer proyecto es con Javier Álvarez, con el que ya trabajó al comienzo de la carrera del músico madrileño. “Fui a tocar a la cárcel y nos reencontramos. Me encantó el abrazo que nos dimos y ahí decidimos hablar para proyectos profesionales. Soy muy kamikaze y me atrae mucho el concepto del fracaso. Partimos los dos de cero y eso me motiva. Siempre me han gustado más las cosas difíciles que las fáciles”, cuenta Javier Álvarez.
Ese momento llegará en los próximos meses. Hasta entonces, Tibu vive de dar clases particulares de bajo, le reclaman para conferencias (sobre la música y el negocio) y se marcha estos días a México a presentar Memorias de un manager en la Feria de Guadalajara. Afirma que ya no le debe dinero a nadie. Reflexiona unos segundos y rectifica: “Bueno sí, a Hacienda. 11.000 euros que voy pagando poco a poco”. Y como toda historia de rencores, dramas y venganzas incluye siempre su capítulo de ironía, también existe en esta: toca de vez en cuando el bajo en grupos que hacen versiones de El Canto del Loco. Le pagan 100 euros por noche.
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