La savia nueva de Farruquito y de una familia entre la gloria y la tragedia
El Moreno, primogénito del bailaor, actúa con su padre a sus ocho años en su último espectáculo, y Soleá, de nueve, hija de su hermano Farru, representará a España en Eurovisión Junior
Contemplarlos de lejos corretear juntos por el jardín de la casa familiar, es ya de por sí todo un espectáculo. Se les adivina la casta sin apenas esfuerzo. Soleá Fernández y Juan El Moreno tienen nueve y ocho años, respectivamente, y les basta con ser ellos mismos para encandilar a todo aquel que se los cruza. Sin embargo, la precocidad de sus talentos en la canción y en el baile flamenco está agarrada a una profunda raíz familiar que explica los prodigios de sus dotes artísticas.
Son bisnietos de Antonio Montoya Flores, el gran Farruco, mito del baile gitano que ha marcado a toda una estirpe de artistas que son hoy bandera del flamenco más racial, el más puro e incontestable. Nietos de La Farruca, hijos de Farruquito y su hermano Farru (que acompañó a Paco de Lucía en sus últimas giras internacionales), Juan El Moreno y Soleá Fernández confirman que el arte se queda en casa y garantizan el futuro de una familia que ha transitado siempre, envuelta entre el mito y la fascinación, la tragedia y la gloria, por los caminos más sobresalientes del baile flamenco.
Los niños, primos hermanos, han sacado a pasear sus cualidades en estas últimas semanas con una repercusión importante, un runrún mediático que asumen con una sorprendente naturalidad: mientras Juan El Moreno recogía aplausos del público y críticas encendidas en la Bienal de Flamenco de Sevilla por su participación en el último espectáculo de Farruquito, Desde mi ventana, estrenado en la capital andaluza el pasado 9 de septiembre, Soleá Fernández traspasaba las fronteras locales al ser elegida por RTVE para representar a España en la versión infantil de Eurovisión.
Ambos siguen, en precocidad, la línea que marcaron sus padres. Farruquito, en concreto, debutó en Broadway con cinco años de la mano de su abuelo Farruco, un bautizo que quiso repetir con su hijo cuando alcanzó la misma edad. “Cuando Juan cumplió los cinco yo estaba de gira por Estados Unidos y nos gustó esa coincidencia. Su abuela La Farruca le preparó una coreografía por soleá y la bailó en el Town Hall, quisimos hacer ese guiño”, explica el bailaor en su casa en Sevilla. Allí observa a su hijo y su sobrina, graba cada uno de sus gestos, de sus ocurrencias infantiles, con el teléfono móvil: “Disfrutamos tan sólo con verlos: a veces parecen hermanos y otras incluso un matrimonio, se ponen celosos”, bromea.
Aun así, Farruquito es consciente de que su hijo “tiene que estudiar mucho, que echar muchas horas”, algo que no parece importarle a este niño con pose y discurso de adulto. “Siempre voy a reventar, todos los días”, interrumpe desafiante a su padre. La crítica especializada ya lo ha bendecido. “Es un calco de su padre, algunos vemos en él a aquel pequeño Farruquito que bailaba dirigido por su abuelo”, asegura la periodista y crítica especializada Marta Carrasco. “Hace la vuelta de tacón hacia el lado contrario, que es marca de la casa, y le delata ese pelo, ese flequillo y, sobre todo, esas manos que cierran el puño y lo abren en los desplantes”, remarca la especialista sobre este niño que toma el nombre prestado del padre de Farruquito, el cantaor Juan Fernández Flores El Moreno, fallecido de un infarto sobre un escenario en presencia de su hijo Farruquito cuando este era un adolescente.
En la intimidad, sin embargo, parecen lo que son, niños. “Yo soy su guardaespaldas”, asegura Juan mirando a su prima Soleá Fernández y despierta las carcajadas de sus padres. Nacida en Sevilla el 19 de junio de 2011, Soleá, la hija de Farru, hermano menor de Farruquito, tampoco es una recién llegada al mundo del espectáculo. Debutó con tres años en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, durante el espectáculo Farruquito y familia; mientras que al año siguiente fue la protagonista del montaje Navidad en familia donde se estrenó como actriz y bailaora. En 2016 protagonizó otro espectáculo navideño creado por su padre, que la llevó de gira por todo el país, con paradas en el Teatro Apolo (Barcelona) y el Teatro Rialto (Madrid). “Pero mi sueño era poder ir a Eurovisión. Me he vuelto loca al conocer la noticia”, reconoce con descaro esta seguidora de Beyoncé y Madonna. “Porque yo quiero ser cantante, no cantaora. Conozco el flamenco pero me gusta el pop”, apostilla.
Estos dos cuerpos menudos vienen a disipar la trágica sombra que siempre ha planeado sobre la familia. Una fatalidad que comienza, de hecho, con el patriarca Farruco, bisabuelo de las jóvenes promesas, gitano de sangre y alma, que parecía haber nacido abocado a una vida marginal: su padre murió en la Guerra Civil cuando era un niño y se ganó la vida de canastero y bailaor para señoritos; se casó a los 14, a los 15 ya era padre, y un año después enviudaba. El padre de Farruquito y Farru murió de un infarto encima de un escenario en Argentina, cuando los ojos adolescentes de sus hijos ya habían visto morir al abuelo. Sintieron entonces la responsabilidad de ser depositarios de la estirpe. Todo lo escrito con renglones torcidos parecía haberse cumplido y, sin embargo, Farruquito tuvo que sobreponerse también a la archiconocida sentencia por homicidio imprudente tras atropellar mortalmente a un peatón en 2003 mientras conducía por el barrio de San Pablo, en Sevilla, sin carné, sin seguro y a gran velocidad. Tras pasar 14 meses en prisión —fue condenado a tres años pero por su buena conducta logró el tercer grado y solo acudía a la prisión a dormir—, volvió a su actividad artística con el apoyo de su familia, de donde han surgido estos dos nuevos talentos, Juan y Soleá, que garantizan la continuidad de la saga e iluminan el horizonte de su tragedia gitana.
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