Zofia Stryjeńska, la revolucionaria ‘princesa del arte polaco’
Referente del ‘art déco’, ilustradora, escenógrafa y escritora, arriesgó su vida durante un año disfrazándose de hombre para poder estudiar Bellas Artes en Múnich
La lucha en favor de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y contra cualquier tipo de discriminación siempre ha estado presente en la historia. En diferentes épocas y países muchas mujeres han contribuido al desarrollo rompiendo barreras y convirtiéndose en pioneras con sus decisiones y su vocación. Sin embargo, no deja de sorprender que hace apenas un siglo una mujer polaca, Zofia Stryjeńska, engrosó la lista de quienes tuvieron que disfrazarse de hombre para poder estudiar y cumplir su sueño. Stryjeńska puso en riesgo su vida y al año tuvo que desistir, pero se convirtió en otro referente histórico de la igualdad y empoderamiento de las mujeres.
Zofia Stryjeńska descubrió desde niña su don para el dibujo y a lo largo de su vida se dedicó principalmente a la litografía y a los carteles. Colaboró en revistas y periódicos, diseñó juguetes, telas decorativas y también fue autora de ilustraciones de libros. Fue una artista extraordinaria y versátil, una referencia del periodo de entreguerras y del art déco en el siglo pasado con el diseño de tapices, decoración de transatlánticos de pasajeros y de tiendas. Apodada la princesa del arte polaco, siempre demostró su amor a las tradiciones y a sus raíces, se convirtió en una revolucionaria de su tiempo con varios matrimonios y viajes al extranjero, tuvo siempre más fama que dinero y acabó sus días en Suiza, enferma y con dificultades económicas.
Zofia Lubańska, su verdadero nombre, nació en Cracovia (Polonia), tal día como hoy, 13 de mayo, hace 130 años, en 1891. La tienda de guantes que tenía su padre despertó en ella la vocación artística al realizar caricaturas de los clientes. Esa afición se fue convirtiendo en pasión y, siendo niña, colaboró con las revistas ilustradas Rola y Głos Ludu. Estudió en la Escuela de Bellas Artes para Mujeres Maria Niedzielska en Cracovia y completó el curso con honores en Pintura y Artes Aplicadas. Un viaje que realizó con su padre por Austria y Hungría hasta Italia, en 1910, y en el que visitó galerías y museos en Viena y en Venecia confirmó su decisión de dedicarse a la pintura.
La joven Zofia tenía cuatro hermanos y en su diario escribió que ellos habían estudiado y se ganaban la vida, pero que ella no podía hacerlo por la discriminación que había. Su decisión, en octubre de 1911, fue seguir estudiando arte y hacerlo en el mejor lugar, la Academia de Bellas Artes de Múnich. Sin embargo, había un problema: era una institución tradicionalmente masculina, así que Zofia Stryjeńska se cortó el pelo, presentó los documentos de su hermano Tadzio y asistió a la universidad disfrazada de hombre.
Pasó un año entero en Múnich disfrazada y aprendiendo antes de que comenzaran a extenderse los rumores sobre su sexualidad, ya que algunos de sus compañeros pensaron que podría ser hermafrodita y querían quitarse la ropa. Sin embargo, su principal temor fue siempre que la acusaran de fraude por haber utilizado los documentos de su hermano.
Decidió escapar de la academia y regresar a Cracovia, pero antes de abandonar Múnich visitó una iglesia, se tumbó en el suelo y rezó, tal y como describe en su diario: “¡Dios! Toma todo, todo de mí. Mi bienestar, mi saciedad, la paz, la amistad humana, la vida familiar, ¡incluso el amor! (…) ¡Pero por favor, dame fama!” Estas palabras, que luego tachó, fueron el eje de su vida, entre la profecía y la maldición.
Antes de salir de Múnich Zofia se contagió de la atmósfera artística de la ciudad. Disfrutó con las pinturas de Rembrandt, Velázquez y Brouwer, y también experimentó el nacimiento del expresionismo. Así que, de regreso en Cracovia decidió comerse el mundo y lanzar su carrera pictórica y literaria. Fue su momento perfecto: sus temas favoritos del folclore polaco y las costumbres eslavas fueron muy aplaudidos por un público alegre porque su país acababa de recuperar la independencia y su identidad después de 123 años de ocupación.
Sus obras pasaron a ser de difusión masiva y a encontrarse casi en cualquier lugar: álbumes, postales e incluso los chocolates fueron decorados con sus representaciones eslavas. Su colorida vitalidad, las formas geométricas y los motivos del folclore eslavo y la historia de Polonia crearon una combinación única, que convirtieron a Zofia Lubańska en una de los artistas más célebres del periodo de entreguerras.
Sin embargo, su fama nunca estuvo acorde con sus ingresos y siempre se le pagó muy poco por toda esta comercialización sin licencia de su trabajo. En 1916 conoció a su esposo, Karol Stryjeńska, en uno de los muchos talleres artísticos a los que asistió y de quien tomó el apellido con el que pasó a la posteridad.
Karol fue su gran amor, pero también era demasiado independiente y amante de las fiestas, lo que convirtió el matrimonio en tempestuoso. Tuvieron tres hijos, una hija a la que no aceptó con facilidad Zofia, y dos gemelos. Él intentó hasta por dos veces internarla en un manicomio, que era una forma muy común de resolver los problemas matrimoniales en aquel momento. Ella, sin embargo, no se resignó, y lo golpeó en varias ocasiones y hasta destruyó sus propias pinturas frente a él, porque pensaba que solo la amaba como artista, no como mujer.
El matrimonio acabó en divorcio y Zofia Stryjeńska perdió la custodia de sus hijos, por lo que en su diario escribió: “Quemé la vida familiar en el altar del arte”. No le dolió nunca reconocer que luchó por la fama y la logró durante gran parte de su vida y, sobre todo, en la historia de la pintura. A pesar de sus intensas vivencias profesionales y personales, ya también residió en Francia y en Bélgica, en sus anotaciones diarias siempre destacó las luchas financieras a las que tuvo que enfrentarse toda su vida.
Tras el divorcio se trasladó a Varsovia. Allí se casó en 1929 con el actor Artur Socha, pero tampoco fue feliz con esta relación y también se divorció. Tuvo una breve relación posterior con el arquitecto Achilles Breza, y otra más con el conocido viajero y escritor Arkady Fiedler.
En 1930 recibió la Cruz de Oficial de la Orden de Polonia. Años más tarde, a petición de la Academia Polaca de Literatura, le concedieron el Laurel Académico de Oro, “por sus destacados servicios al arte polaco en general”. Sin embargo, la falta de ingresos llevó a Zofia a la desesperación y la obligó a vender varios cuadros a prestamistas.
En 1945, cuando los rusos entraron en la ciudad de Cracovia, Stryjeńska decidió abandonar Polonia y se estableció en Suiza, donde ya estaban sus hijos. Intentó viajar a los Estados Unidos en varias ocasiones, pero siempre le denegaron el permiso, así que tuvo que vivir el resto de su vida de forma muy modesta.
Conectada emocionalmente con la cultura polaca y eslava, nunca se encontró a gusto en un país extranjero en el que le avergonzaba no hablar bien francés. Además, desde que en 1950 dejó de escribir su diario poco se sabe de su vida. Tan sólo que le diagnosticaron esquizofrenia y que murió en Ginebra prácticamente en la indigencia el 28 de febrero de 1976, a los 84 años.
La exhibición de sus manuscritos y sus obras han revitalizado en los últimos años su vida y su trayectoria. La gran exposición retrospectiva de Zofia Stryjeńska, la primera presentación monográfica de la obra del artista después de 1945 fue organizada en 2008 por el Museo Nacional de Cracovia. Otro reconocimiento le llegó el 15 de febrero de 2011, cuando el Banco Nacional de Polonia introdujo en circulación monedas de la serie Pintores polacos de los siglos XIX y XX, que conmemoran a Zofia Stryjeńska. Asimismo, diversas calles de ciudades polacas llevan su nombre.
Stryjeńska se especializó en los trajes folclóricos y en la mitología eslava, pero ha pasado a la historia por una obra en conjunto que es el reflejo de la modernidad de una época. Zofia expresó el amor por sus raíces en trabajos que fueron desde piezas de ajedrez de madera hasta trajes de ballet y en pinturas de todo tipo.
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