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Crítica | El horizonte
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘El horizonte’: Cataclismo universal, hundimiento personal

La notable película de la belga Delphine Lehericey combina su potencia artística con un relato íntimo de un drama rural acontecido en medio de un desastre ambiental

Imagen de 'El horizonte'. En el vídeo, el tráiler.
Javier Ocaña

No pocas películas han hablado de la amenaza de un cataclismo universal para relatar el fin de un mundo mucho más pequeño pero no menos relevante: el individual, el personal. Con La última ola (Peter Weir, 1977) y Take Shelter (Jeff Nichols, 2011) como posibles paradigmas, y con Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999) en una línea apocalíptica coral, esas historias estaban plagadas de bruscas granizadas en verano, de lluvias negras, de tornados, tsunamis, malos augurios y aguaceros de ranas, pero también de calamidades mentales, de hundimientos íntimos.

En El horizonte, notable película de la belga Delphine Lehericey ambientada en el verano de 1976 en el seno de una familia ganadera, los animales se mueren literalmente de calor. Y esa falta de aire es la que siente también un chaval de 13 años que, en el mejor periodo del año, el de las vacaciones, el de las bicis y el del primer amor, ve cómo se derrumba su universo de certezas. Es el fin de la inocencia y el descubrimiento del tambaleante devenir de los adultos.

Siempre desde el punto de vista del crío, de su mirada esquiva, airada e incomprendida, Lehericey filma a una familia que se desploma por culpa de, simplemente, la vida: de un amor adúltero oculto, del cotilleo de las pequeñas comunidades, de la dureza del trabajo, del resquemor violento, del encuentro con el complejo sexo adolescente. El drama irrumpe con fiereza, entre gallinas que estiran la pata ahogadas por el sudor, pero contrastando con unas características formales de exultante colorido artístico: una preciosa luz de tonos amarillentos, una especialísima banda sonora de Nicolas Rabaeus, entre la electrónica, la abstracción y el rock sinfónico de la época en la que se desarrolla la historia, que otorga al mismo tiempo una atmósfera de inquietud y una claridad tonal.

Y, sin embargo, allá al fondo, hay un horizonte, físico y metafórico, que en estos días de peste real contemporánea adquiere una categoría superior. Una nueva etapa vital, la de la asunción de que la vida no es como nos la habían pintado, la de la brisa y la calma. Un desenlace que, acudiendo de nuevo a la música, pero esta vez diegética, desde dentro, y en un estilo radicalmente distinto, la directora marca con una pieza universal: la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antonín Dvorák.

EL HORIZONTE

Dirección: Delphine Lehericey.

Intérpretes: Thibaut Evrard, Laetitia Casta, Patrick Descamps, Clémence Poésy.

Género: drama. Bélgica, 2019.

Duración: 90 minutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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