‘Las niñas’: un largo y difícil recorrido hacia los Goya
Pilar Palomero vio peligrar su película ante la falta de ayudas. “Llegué a preguntarme si el filme se iba a hacer”, recuerda al día siguiente de su triunfo en los premios del cine español
Al día siguiente de que su película, Las niñas, ganara cuatro premios Goya, de convertirse en la gran triunfadora de una edición especial, la primera híbrida por culpa del coronavirus, Pilar Palomero (Zaragoza, 40 años), su directora, quiere dejar dos cosas claras: está inmensamente “feliz”, aunque no ha sido un “camino fácil, porque es una película independiente”. Y de adenda, una reflexión: las últimas cuatro estatuillas a la dirección novel se las han llevado realizadoras: “El tiempo dirá si somos una generación o no, pero si lo somos me enorgullecería formar parte de ella”.
Palomero amanece engoyada gracias a que con su protagonista, Celia —bautizada así en homenaje al personaje creado por la escritora Elena Fortún—, ha retratado el sentir de multitud de mujeres, que entraron en la adolescencia “cuando la España de 1992 parecía un enorme impulso a la modernidad y, en cambio, en la televisión veías a Jesús Gil con las mamachichos”. La cineasta insiste en que si se leyeran los diarios de aquellas niñas, hoy mujeres, en muchos habría detalles que se muestran en Las niñas, como las miradas masculinas, que se sienten distintas tras la entrada en la pubertad de esas crías con uniforme de colegio de monjas.
Sin embargo, para llegar hasta ahí, el sendero artístico y laboral de Palomero ha estado lleno de vericuetos, peligros y ningún atajo. Estudió Filología Hispánica en Zaragoza “por aquello de que había que tener una carrera universitaria”, recuerda. “Nadie me lo impuso, es que hasta yo tenía asumido esa titulitis. Pero quería hacer cine, aunque no tenía claro cómo”. Por eso viajó a Madrid, a presentarse en las pruebas de la Escuela de Cine y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid para Dirección de Fotografía y Montaje. “Era una opción más asequible que la Escac de Barcelona”, rememora. Entró en la primera especialidad y allí estudió de 2003 a 2006, curiosamente en la misma promoción que Luis López Carrasco, el director de El año del descubrimiento. “Lo bueno es que trabajé como cámara, directora de fotografía, script, montadora, electricista, guionista y directora. Fueron años intensos que me sirvieron para aprender el lado técnico y dirigí mi primer corto, Sonrisas [2005]. Sufrí un rodaje duro, porque me faltaba experiencia y presupuesto; su recorrido en cambio fue bueno”. Ahí Palomero entendió que quería contar historias y hacerlo en el cine. Aunque no hubiera en su familia ningún precedente: su padre era ingeniero agrónomo y su madre, profesora de matemáticas.
Ahora bien, Palomero aún tardaría una década en escribir el guion de su primer largo. “Trabajé de todo, como cámara de lo que salía, vídeos musicales, vídeos institucionales...”, explica desde el hotel de Barcelona donde la noche anterior asistió virtualmente a la gala de los Goya. “Llegó la crisis de 2008 y, como a tantos otros, me dio de lleno, y compaginé el rodaje de mis cortos con la labor de guionista en Aragón Televisión y profesora de universidad; no tenía tiempo para dedicarme a la escritura de un largo”.
Tras años de lucha, llega 2013: “Me admitieron en la Film Factory que montó en Sarajevo Béla Tarr”, el insigne cineasta húngaro. “Era tan increíble y maravilloso, que en realidad aquella experiencia solo duró dos promociones. Yo entré en la primera, junto con otros cineastas de todo el mundo. Solo hubo un país con dos alumnos: España, porque conmigo estuvo [el también realizador] Manuel Raga”. De aquellos meses recuerda la pasión y la libertad del veterano cineasta. Aún conserva un grupo de WhatsApp de los antiguos compañeros en el que está Béla Tarr. “No me ha dado tiempo a abrirlo esta mañana”, reconoce. Gracias a aquella experiencia, Palomero conoció a los mexicanos Carlos Reygadas y Gael García Bernal, a teóricos como Jonathan Rosembaum, a iconoclastas como Apichatpong Weerasethakul... “En Sarajevo convivían con nosotros dos semanas, y yo aprendí poco a poco de su mano el cine que quería hacer. También, que no importa la edad, sino que en ese proceso iba añadiendo experiencias”.
A su vuelta se lanzó a escribir Las niñas. “Y en la preproducción de otro corto, en 2016, La noche de todas las cosas, conocí a Valérie Delpierre [su productora, de Inicia Films] porque nos presentó Uriel Wisnia [con el tiempo, director de producción de Las niñas]. Trabajamos muy a gusto, nos fue bien, y le conté la idea que tenía para mi primer largo, y empezamos a desarrollarlo”. La película de Palomero sigue pasos similares a Verano 1993 (2017), de Carla Simón: ambas están producidas por Delpierre; ambas, de directoras debutantes, empezaron su andadura en la sección Generation Kplus de la Berlinale, las dos tienen a niñas en la España de los noventa, y ambas ganaron en el festival de Málaga.
Con un año de trabajo y tras la entrada de Álex Lafuente, de la productora y exhibidora Bteam, que aseguraba el estreno, en verano de 2017 llegaron las malas noticias: el proyecto de Las niñas, tras su paso por varios laboratorios de guion, fue rechazado en varias ayudas. “Yo soy muy testaruda, ellos también, revisamos bien el proyecto para corregir los posibles fallos. Llegue a dudar y a preguntar a otra de las productoras, Lara Pérez Camiña, en varias reuniones si de verdad la película se iba a hacer”. Para su suerte, 2018 impulsó radicalmente la película. “Empezamos a recibir ciertos espaldarazos: Aragón Televisión, Movistar+, dos premios a proyecto en el certamen de Guadalajara [México]...”. Cuando llegaron las ayudas del ICAA de ese 2018 llegó el susto: “Entramos por los pelos porque hubo un problema a la hora de contabilizar los puntos de su baremo, y nunca nos hemos quitado esa sensación de si llegábamos o no llegábamos”.
Palomero no quiere olvidarse de Natalia de Molina: “Fue la primera opción, y apoyó el proyecto frente a instituciones. Le agradezco su generosidad, su impulso para que se hiciera sí o sí el filme. En el rodaje estuvo ayudando a Andrea [Fandos, la protagonista]... Recuerdo que se lo propusimos en marzo de 2018 y me envió un correo electrónico que me hizo saltar las lágrimas, y que aún conservo”. Finalmente, la película se rodó durante seis semanas del verano de 2019, se montó muy rápido, llegó a la Berlinale de febrero de 2020. “En el fondo, se hizo como se podía no haber hecho. Ha sido como el inicio de Match Point, de Woody Allen, con la pelota de tenis que golpea la red y lo mismo cae para un lado que para el otro”.
La pasada semana, Palomero compaginó la promoción previa a los premios del cine español con reuniones virtuales con la industria internacional en la Berlinale en línea: su siguiente proyecto, La maternal, está en marcha, con la idea de rodar a finales de este año. “La historia me la propuso Valérie, que me contó la historia de estas casas en las que viven adolescentes embarazadas con riesgo de exclusión”. Conoció a varios educadores de las casas, habló con mujeres que habían sido madres en la adolescencia... “Me he ido apasionando con sus historias y por todo lo que han luchado”. Su protagonista Carla, una niña de 12 años, vive en las afueras de un pequeño pueblo sufriendo una relación tóxica con su madre. Cuando se queda embarazada, los servicios sociales la llevarán a una de esas casas de acogida. “Será una película sobre la maternidad y, sobre todo, el amor”.
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