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Theodor Kallifatides: “No ser feminista hoy es totalmente estúpido”

El escritor greco-sueco presenta 'El asedio de Troya', un alegato contra la guerra y a favor de la mujer

Miquel Alberola
El escritor sueco-griego Theodor Kallifatides.
El escritor sueco-griego Theodor Kallifatides.Víctor Sainz

El apellido de Theodor Kallifatides (Molaoi, Grecia, 82 años) remite al mar de Homero. Él sostiene que deriva de calafate, el oficio de poner brea y estopa en las juntas de las embarcaciones. De joven quemó sus naves en el Peloponeso y emigró a Suecia, donde se reveló como un prestigioso narrador que España ha descubierto muy tarde, a través de Otra vida por vivir (2019), un libro traducido por Selma Ancira que emocionó a Mario Vargas Llosa y a Fernando Aramburu. Esta semana ha pasado por Madrid para presentar su última novela, El asedio de Troya, también publicada por Galaxia Gutenberg con traducción de Neila García. Su traje a rayas hace más vertical su delgadez, que mantiene tan rígida como el mástil al que se ató Ulises. Su cara es afilada, aunque sin la ansiedad de la lanza de Aquiles. Los años y Estocolmo han laminado en frío su cabello, pero no su ánimo.

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Está muy satisfecho del éxito que tiene en España Otra vida por vivir, que va por la quinta edición. Y “muy sorprendido”. “Es una sorpresa muy apreciada en un libro que no es de intriga, ni de detectives ni asesinatos, sino un libro simple de la vida cotidiana”, señala con un esforzado español. Lleva cuatro meses estudiándolo a través de la aplicación Duolingo y se lo ha tomado muy a pecho, aunque cuando se atasca recurre al inglés. Los elogios de Vargas Llosa y Aramburu le parecen “de una generosidad fantástica”: “Estas cosas solo ocurren en España”, acota. A los 75 años se atascó como escritor. No era solo un problema creativo: también de la sociedad que lo rodeaba. Suecia se enredaba en los tentáculos del dinero, se alejaba del país de justicia social y solidaridad que había sido cuando él llegó. Los ciudadanos se convertían en individuos. Kallifatides envejecía en un mundo que le parecía cada vez más ajeno. Entonces viajó a Grecia. La crisis económica había reducido a escombros la dignidad del país que una vez fue el suyo. En medio de esa hecatombe volvió a ser griego y escribió este libro, el primero en su lengua materna y no en sueco.

Si Stefan Zweig lo alumbró con El mundo de ayer en Otra vida por vivir; Homero, lo ha hecho en El asedio de Troya con La Ilíada, donde una maestra recurre a la energía de la epopeya para ayudar a los alumnos a resistir el terror de la ocupación nazi en Grecia. No considera una blasfemia utilizar La Ilíada como columna vertebral de su relato. Quería dar una visión más aproximada, que los jóvenes comprendieran qué quería expresar realmente Homero. “A Homero se le ha malinterpretado. La Ilíada es un poema antibelicista, no heroico. Las escenas de la guerra son brutales porque Homero quería exponer toda su crudeza para mostrar el daño que se causa”, refiere.

Kallifatides penetra en la psicología de los héroes mortales, extrae humanidad de su ferocidad, crea complicidades sentimentales en ambas orillas del conflicto y al lector no le resulta fácil decantarse ni por el bando aqueo ni el troyano. “No hay guerras justas”, afirma. La novela encapsula una guerra (la Segunda Guerra Mundial en Grecia), dentro de otra guerra que sucedió hace más de 3.000 años. Pero en realidad son la misma guerra. “La guerra de Troya no termina nunca. Todas las guerras son la misma, Y todos los hombres y las mujeres son los mismos: el alma no cambia a pesar del tiempo. Para mí no son muy diferentes Aquiles, Aníbal o Hitler. Les une el deseo de destruir”, equipara.

Las dos historias que se entrelazan en El asedio de Troya dejan un rastro de cadáveres. Pero la primera y la última víctima siempre tienen rostro de mujer: el sacrificio de Ifigenia, el de Katerina… Incluso Helena, la aquea que huyó con Paris a Troya y desencadenó los celos de Menealo, es consciente de que ganara quien ganara, ella siempre sería la derrotada. “La guerra siempre tiene como principales víctimas a las mujeres, los niños y las niñas, mientras que los héroes, los hombres, se lo pasaban bien. Morían, pero con todos los honores”, destaca el autor.

Este enfoque convierte El asedio de Troya en un alegato antibelicista y feminista. “No ser feminista hoy es totalmente estúpido”, defiende con brío frente a quienes niegan a la mujer la posición de igualdad que le corresponde.  “La continuación del mundo, del arte, de la literatura… siempre viene de abajo, no de arriba. ¿Quiénes están abajo? Las mujeres y los inmigrantes. La nueva literatura, el nuevo arte, la nueva política… vendrá de los de abajo. Los de arriba siempre piensan que lo mejor es que se queden las cosas como están”, expone. Él ha vivido "toda la vida rodeado de mujeres": “Mi madre, mi abuela, mi esposa, mi hija… Generalmente, he encontrado mujeres que eran más inteligentes y educadas que yo".

Del mismo modo que la maestra recurre en la novela al poder del mito para ayudar a sus alumnos a sobrellevar el terror, el escritor considera que el poder de la literatura puede ayudar ahora a Grecia en su adversidad. “La literatura y el arte son de gran ayuda a un país sumido en la pobreza”, prescribe. Recuerda que los grandes libros de la Grecia moderna han sido escritos en momentos difíciles, como en los años veinte, cuando un millón y medio de griegos emigraron desde Turquía con la caída del Imperio Turco. “Después de esto es cuando tuvimos la primera generación de novelistas griegos. Y tras la ocupación nazi y la guerra civil, llegó la segunda generación de escritores. Siempre necesitas a los intelectuales y los escritores, pero más que nunca en situaciones de crisis”.

Encuentro de dos lenguas

Ahora los indigentes han sustituido a los pobres en Grecia. Kallifatides había sido pobre toda la vida, excepto cuando su padre aún tenía trabajo como maestro. Su madre solía decir que la pobreza estaba allí, pero los pobres iban limpios. “Somos pobres, pero tenemos nuestra dignidad, decía mi madre. Pero ahora a los pobres se les niega incluso la dignidad”, deplora. Con el impacto de esta devastación, el escritor volvió a ser lo que había sido: griego. Recuperó su idioma como instrumento literario y escribió Otra vida por vivir. Ahora crea en ambas lenguas: “Me encanta trabajar así”. “Las lenguas se enriquecen una a otra. Son como dos pequeños ríos que confluyen. Es otro río. El tercero. Es un proceso muy fascinante. La lengua no son solo palabras. Son ideas, ética, valores morales. Cuando permites que dos lenguas se encuentren suceden muchas cosas buenas. Empiezas a entender el mundo de una manera distinta”, consigna.

A Kallifatides le preocupan el aumento del fanatismo, las guerras, el auge de la industria armamentística, la contaminación y la pobreza. Y el futuro de la Europa que acorraló a Grecia. ¿Raptó la Unión Europea a Europa, como hizo Zeus con Europa? “Europa significa en griego la que tiene unos ojos grandes y bonitos. Seguramente no quería estar con Zeus”, ironiza. “Europa empezó con una de las ideas más frágiles que hay, la de una civilización en común, que no es verdad. No hay ningún griego que piense que como ciudadano es igual a un francés. Y esto ocurre en todos los países. Tenían que haberse basado en otras ideas, como la de trabajar a favor de la paz, la de luchar contra la pobreza… Cosas que puedas hacer", propone. Con todo, es consciente de la necesidad del proyecto europeo, aunque más pragmático, "porque los grandes problemas ya no son locales".

Aunque Kallifatides dudó sobre si debería de escribir después de los 75 sigue haciéndolo a los 82. ¿Cuál es la última barrera para el escritor? “La muerte, naturalmente”, señala. Recuerda el caso de Simenon, que un día, tras escribir 400 libros, dijo que no podía escribir “ni una palabra”. “En mi caso, he prometido no escribir cuando vea que el texto que hago no es bueno, cuando empiece a escribir mal. Es una especie de muerte, pero no la muerte”, zanja.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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