¡Qué hartazgo de cierto cine distinto!
Me aburro bastante viendo este presuntuoso ejercicio de estilo de Alejandro Landes
Los estrenos después de los Oscar acostumbran a ser muy débiles, logran meter su pretendidamente ilustre e inquietante cabecita en época de resaca, gozan de beneplácito crítico, han encontrado eco y elogios desmedidos en el millón de festivales dedicados al cine de arte y ensayo (ahora se llama indie), creen ser merecedores de merodear por la puerta del cielo. O sea, de su integración en el cine con presupuesto sobrado para describir tu apasionante mundo. Les tratan los frívolos programadores como si fueran cine de saldo en el ya agonizante mercado.
MONOS
Dirección: Alejandro Landes.
Intérpretes: Sofia Buenaventura, Julián Giraldo, Karen Quintero, Julianne Nicholson
Género: drama, Colombia.
Duración: 102 minutos
Pero a mí me convence un amigo, con el que difiero profunda y superficialmente en los gustos cinematográficos, para que vea urgentemente una película colombiana que para él es la bomba, opinión confirmada por casi todos los que escriben o hablan de cine. Y leo en la promoción de Monos, la película colombiana a la que me refiero, los comentarios sobre ella de directores tan afamados y extraodinarios como Guillermo del Toro y Alejandro González Iñarritu. Dice el primero: “Hipnótica, única. Una nueva poderosa voz ha llegado al cine”. Dice el segundo: “Una atípica taquicardia cinematográfica. Estupenda”. También me cuentan que ha sido nominada a Mejor Película Iberoamericana, y no sé cuántas más distinciones. Así que me preparo para el orgasmo ante el descubrimiento del director colombiano Alejandro Landes.
Y ahí estoy, con la expectación de un niño, viendo la revolucionaria muestra de un nuevo genio. Reconozco que hay voluntad de estilo visual, de contar las cosas de otra forma, de hablarte de las sangrientas FARC con una óptica distinta. Aquí son adolescentes, incluso niños, dirigidos por un sargento enano, que mantienen secuestrada en la selva a una doctora norteamericana (ya sé que la ortodoxia obliga ahora a definirla como estadounidense, o vete a saber, igual es inglesa o australiana) y que sobreviven entre juegos de niños, incertidumbres de adolescentes y maldades de adultos.
Y, efectivamente, te preguntas por la barbaridad de que gente tan joven haya sido obligada por sus circunstancias a vivir en el corazón de las tinieblas. Y el estilo visual está muy cuidado (demasiado para mi gusto, siempre solidario con lo de la cámara a la altura del hombre), con ecos de aquel apocalipsis interno y externo que plasmó Coppola. La voluntad de autoría en cada plano me resulta cargante, los diálogos son tan ininteligibles como naturalistas, me aburro moderadamente con esta histora de destrucción y de supervivencia al límite.
Y dices: son críos, coquetean o se lo montan sin distinción de sexos, viven en la fiebre y en la inmediata posibilidad de la muerte, no merecen sentirse como un tigre en la selva. Y hay incendios, amaneceres y atardeceres muy estéticos, que intentan transmitir todo el rato al espectador con presunto paladar que está viendo cine de autor, distinto, ofreciendo una imagen nada convencional de esas barbaries que acosan a Colombia desde hace tanto tiempo.
Pero yo me aburro bastante viendo este presuntuoso ejercicio de estilo. O sea, que vuelvo a leer las aventuras de Maqroll el Gaviero, ese mundo en medio de selvas y ríos que se inventó un escritor colombiano y genial llamado Álvaro Mutis.
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