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Cuando Luis Buñuel enloqueció con ‘La ciudad y los perros’

El director manifestó su intención de filmar la novela, obra cumbre de Vargas Llosa. “Existía para nosotros un realismo mágico reconocible en su cine”, recuerda el Nobel

Un fotograma de la película de Luis Buñuel 'Los olvidados' (1950). En vídeo, tráiler de la película.
Jesús Ruiz Mantilla

Cuando Mario Vargas Llosa comenzó a tientas La ciudad y los perros en una mesa solitaria del bar El Jute, lo hizo consciente de que necesitaba una estructura marcada por su fe en Sartre, su admiración hacia Faulkner y una disciplina flaubertiana. Así lo explicó en su prólogo de 1997 a lo que considera la edición definitiva de una de las obras cumbre del premio Nobel. Pero de lo que quizás no fue tan consciente en aquella taberna madrileña cercana al parque del Retiro era de que también echaría mano de la influencia de Luis Buñuel para construir atmósferas y personajes.

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El cineasta, en cambio, sí debió reconocer algún aliento propio al leerla. Y con el tiempo, Vargas Llosa también: “Es posible”, admitía en una entrevista publicada en la revista francesa Positif en 1989. “Se trata de una película que me ha gustado enormemente. Los universos son muy semejantes. El Jaibo, personaje de Los olvidados, bien podría haber sido El Jaguar de mi novela”. El cruce entre director y escritor habría llegado a más de haber prosperado el deseo del primero de adaptar al cine La ciudad y los perros. Durante algún tiempo fue su intención y así se lo confiaron Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco al autor hispano-peruano, según explica Vargas Llosa a EL PAÍS.

Escritor y cineasta se conocieron, fugazmente, en París. “Solo lo vi una vez en mi vida”, asegura el nobel. “Acompañé a quien era mi jefe entonces en Radio Francia Internacional, Jean Camp, a un hotel donde Buñuel siempre se hospedaba, cerca de Montparnasse. Debía ser el año 1964 o 1965. Recuerdo que se estaba despidiendo de forma muy efusiva de Rafael Alberti. Él conocía a Jean, era hijo de un hispanista”. También recuerda que Buñuel se mostró muy amable. “No vi en ningún momento a aquel artista que rompía sistemáticamente las convenciones y las normas, se mostró muy cariñoso con nosotros. Me impresionó su cordialidad”, añade Vargas Llosa en conversación telefónica. “Contó anécdotas muy divertidas, como que en sus películas procuraba meter a algún personaje que decía estar dispuesto a ceder en cualquier cosa menos en una. Y esa una representaba todo”.

La ciudad y los perros había sido publicada por Seix Barral en 1963 y había recibido el premio Biblioteca Breve en Barcelona un año antes. Aunque don Luis entonces no dio señales de haberla leído. “No me comentó nada”, afirma el autor. “Pero años después, Carlos Fuentes me dijo que quería llevarla al cine”. De nuevo, el escritor mexicano establecía un puente del maestro con autores del boom literario latinoamericano. Se lo reveló en una carta que data de 1964 y está en su archivo de Princeton, tal como indica Xavi Ayén en su libro Aquellos años del boom: “Buñuel está enloquecido con La ciudad y los perros, aunque para llevarla al cine le ve problemas de censura casi insuperables”.

La obsesión por Juan Rulfo

Entre las pruebas que marcan la relación de Luis Buñuel con el Boom latinoamericano no sólo hay evidencia de las directas, también de las fronterizas. A la lista de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, José Donoso y Mario Vargas Llosa, puros representantes del movimiento literario, se une otra de sus influencias más marcadas: Juan Rulfo. Según Javier Herrera, estudioso de Buñuel, el maestro valoró meterse en su obra Pedro Páramo. "Existe en su archivo un ejemplar acotado y subrayado como para sacar de él un guion", asegura Herrera. Nada más conectado al mundo del cineasta que el rumor de los muertos que tiñe todo el libro del autor mexicano. Una obra reconocida por García Márquez como inspiración determinante en sus atmósferas y escrituras. El misterio callado de la literatura de Rulfo se multiplicaba con la rica imaginería que exploró también como fotógrafo. Sólo pensar en la fuerza que Buñuel hubiese impreso a ese universo con imágenes en movimiento multiplica las frustraciones. No sólo de ambos creadores, sobre todo de quienes podíamos haber disfrutado de ellas como espectadores.

Ese aprecio era un viaje de ida y vuelta: “Todos éramos grandes admiradores de su cine”, dice Vargas Llosa. “En mi caso, sobre todo de la época mexicana. Lo que filmaba en muchos casos durante aquel periodo eran melodramas, pero siempre se las arreglaba para meter en ellos algo inusitado, fantástico con lo que los hacía trascender y los convertía en obras de arte. Existía para nosotros un realismo mágico reconocible en Buñuel, sin duda, que deja huella en nuestras novelas. Es un nexo fantástico y poco explorado”, añade.

Javier Herrera, experto en el trabajo del cineasta, sí lo ha estudiado. No tanto con Vargas Llosa, sino con otros autores que Buñuel quiso adaptar. “La principal referencia viene casi siempre a través de Carlos Fuentes”, explica Herrera. Fueron grandes amigos y lo estudió a fondo, de lo cual da prueba en libros de memorias como Diana o la cazadora solitaria y en obras recuperadas recientemente como La balsa de la medusa, estudio monográfico de Fuentes sobre su cine, descubierto por Herrera y publicado en la Colección Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander en 2018.

Algunas frustraciones

A través de Fuentes, el director muestra interés por rodar obras de Julio Cortázar y José Donoso. La atracción era mutua. Buñuel fue siempre un cineasta puro, inventor de vías absolutamente nuevas. Pero para eso bebía tanto de la literatura como de la pintura y, sobre todo, de su propio mundo interior, plagado de fantasmas y señales del inconsciente. Su surrealismo sembrado en la vanguardia europea conectó con el mundo que en la segunda parte del siglo XX espoleó a los autores latinoamericanos del boom y se dio en llamar realismo mágico.

Pero fue un interés plagado de frustraciones. Cuando García Márquez no se había consagrado por el éxito de Cien años de soledad y aún se buscaba la vida como articulista y guionista de cine en México, soñó con verse adaptado por el maestro y le entregó un guion titulado Es tan fácil que hasta los hombres pueden. Buñuel apenas le prestó atención.

Sí mostró más interés, en cambio, por Aura, de Fuentes o por Las ménades, cuento de Cortázar publicado en el volumen Final de juego. Para el autor argentino, aquello fue un chute de moral: “Nunca creí que tendría la suerte de poder escribirle personalmente para decirle lo que su cine ha significado para los argentinos de mi generación que alguna vez se acercaron en su juventud a la maravilla pura de La edad de oro y sintieron que no todo estaba perdido mientras hubiera poetas como usted, rebeldes como usted”, le escribe Cortázar en una carta que está en el legado de la Filmoteca Española y Herrera ha rescatado junto a otros documentos en su libro Buñuel y su archivo: “Por todo eso, usted es una de las pocas razones por la que estoy contento de haber vivido en este tiempo. Se lo digo así, sin vueltas, porque sé que usted me va a comprender”.

También Donoso anduvo en tratos por La ciudad sin límites, novela que finalmente llevaría al cine Arturo Ripstein, como homenaje a la primera intención de su maestro. Todo ello representa las pruebas documentales de un parentesco artístico cuya riqueza abarca mundos en apariencia alejados, pero ciertamente cercanos.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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