Cantares de Víctor García de la Concha
El Instituto Cervantes, del que fue director de 2012 a 2017, homenajea este martes al escritor y académico por su vida de lector
Parece que este hombre que viene con traje de verano, a media mañana, por el paseo del Pintor Rosales, siempre tuvo la misma edad. Es Víctor García de la Concha, tiene 85 años. Ha sido director de la Academia y de las Academias, dirigió el Instituto Cervantes, cultivó la amistad de grandes, y aquí está, sentándose en este bar, despojado ya de las responsabilidades cuyo desempeño le valieron el Toisón de Oro y, también, sonrisas y lágrimas, pues nada de lo que hizo o hace tiene que ver solo con los libros que ama, sino con el país, tantas veces mezquino, en el que vive.
Cuando se sienta es un adolescente que espera preguntas. Sus gafas tan transparentes retransmiten una mirada por la que cruzan emociones que se guarda como si estuviera examinándose. Cómo le ha ido con los libros, Víctor. Lo primero y lo último que dice tiene que ver con este país, con el presente perpetuo de sus lecturas, con fray Luis de León y la Inquisición cuya memoria sigue a fuego lento en las calderas del ánimo español. Cuando habla de este último poeta se enciende, parece que hubiera fuego en sus manos, como si también se encendiera su traje y sus ojos despidieran fuego, pasión de leer.
Era un niño, acababa de nacer su hermano, estalló la guerra. Estaban en Villaviciosa, Gijón. Los padres católicos fueron apresados por anarquistas terribles, republicanos al cargo de la plaza. El comisario socialista era canario, Curbelo, que se apiadó de ellos. La madre iba a salir, feliz, pero el canario la retuvo: mejor mañana, que voy con usted. Si no, la matan. Este Curbelo se exilió en Toulouse. Jamás lo volvieron a ver. La casa en la que vivían fue bombardeada, y sus viviendas sucesivas padecieron parecida mala suerte. También pereció la biblioteca, menos algunos libros, entre ellos El señor de Bembibre, de Enrique Gil y Carrasco. A los nueve años Víctor leyó esa novela histórica, y cayó también Amós de Escalante… Dámaso Alonso gritó en su presencia un día: “¡A ver quién se acuerda ya de Amós de Escalante!” “Yo, don Dámaso”, respondió Víctor. “¡No me sea pedante!”, gritó el poeta.
De la niñez recuerda eso y un cuento. Un solo cuento le contaba su madre. Una dama está presa en la torre de un castillo, con su criada. Solo se decían esto: “—Cítara, ¿tiene pólvora? —No tiene ni asoma. —¡Ay, pobre de mi en estos mundos sola!” Lo contaba cuando los chicos estaban enfermos. El padre, mientras, ya era abogado; un afrancesado que leía el Ya y el Abc. Él lo hizo lector también de periódicos. El Siglo de Oro fue su pasión y su alimento, porque como profesor fue el recurso singular de los conocimientos que ha enseñado.
La lectura ha dejado en él una huella emocionante. Pero, ¿qué libros? Emociona verlo dudar entre tantos nombres propios, como si estuviera destilando oro y no quisiera perderse entre compromisos. Hasta que se exalta y se va al Cantar de los cantares que acaba de editar para Vaso Roto, con el aplauso, entre otros, de Mario Vargas Llosa, “un libro que no tiene desperdicio”.
Abre las manos como si fuera a aplaudir a Salomón y a fray Luis, su traductor tan exigido. Parece que lo está viendo llegar a Alcalá para hablar de ese libro sobre el que cae el incendio de la Inquisición. Seguramente habrá sido así en las clases y en la casa y ante amigos, e incluso entre los ceñudos académicos, pero en este bar de Rosales resuena la voz de Víctor como si estuviera contando una hazaña como aquella jornada en que su madre se salva y los salva un canario de las otras inquisiciones. Y esto es lo que dice Víctor que le pasa cuando rememora el martirio de fray Luis en peligro. “Recreas lo que fue aquella época, aquellas vivencias: fray Luis preso en una habitación con un moro que no habla español. Él diciendo que quiere morir con alguien que hable español. Todo eso traen los libros, son sus frutos. De nuevo me sentí trasladado a mi infancia. Y lo que leía era el tiempo de fray Luis en peligro”.
—El entusiasmo de leer que le dura desde niño.
—No lo he interrumpido nunca. Un libro te hace ciudadano, te hace hombre, te hace muchas cosas.
Aunque ha leído miles de libros ese Cantar de los cantares es el que sigue arrancando su aplauso. Este martes, en el Instituto Cervantes, académicos y otras gentes le entregan una medalla por su vida de lector. Por dentro él aplaudirá a fray Luis, a su padre que hizo una biblioteca y a su madre que le contó un cuento.
Babelia
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