“Lo que se pierde en el fuego es irreparable”
Miles de parisinos y turistas se congregan para ser testigos impotentes de la destrucción del monumento
Cada vez que una llama volvía a alzarse entre las torres de la catedral de Notre Dame, un grito ahogado sacudía a los miles de parisinos y turistas que asistían la tarde de este lunes, impotentes, a la destrucción de uno de los referentes históricos y turísticos de París, de Francia y del mundo. “Son los fundamentos de la historia del país, y de París, los que desaparecen entre las llamas. Es muy duro”, decía Cyril, un parisino treintañero con los ojos enrojecidos, emocionado ante la imagen devastadora de las llamas que desde finales de la tarde del lunes devoraban la catedral situada en pleno corazón de la Ciudad de la Luz, de la que es uno de sus principales símbolos.
Frenéticos, agentes de policía de uniforme y de paisano trataban de empujar fuera del perímetro de operaciones a los miles de personas que se congregaban a las dos orillas del río Sena para seguir el dantesco incendio. Ni las cenizas y brasas que caían sobre la gente, incluso a centenares de metros del desastre, hacían desistir a quienes no lograban apartar la mirada de la catástrofe. Cuando se derrumbó su emblemática aguja, una nueva oleada de consternación recorrió a la multitud, que guardaba un inusual silencio cargado de angustia sobre el que resonaban con más fuerza aún las sirenas de los cientos de bomberos movilizados.
Marthe apenas osaba mirar. Pero tampoco lograba marcharse. Las lágrimas le nublaban la vista mientras seguía horrorizada el ascenso de las llamas que se alzaban entre las dos torres principales y que ya habían devorado toda la cubierta. Cantante en el coro de Notre Dame, lo que veía desaparecer era más que un monumento o un pedazo de historia. Era su vida. “He venido a decirle adiós”, alcanzó a decir antes de volver a estallar en sollozos. “Se está quemando un símbolo de la fe católica”, lamentaba también el portavoz de la Conferencia Episcopal de Francia, Vincent Neymon.
Pasadas las diez de la noche y mientras los bomberos continuaban trabajando, decenas de personas entonaron himnos religiosos. “Es una parte de nosotros lo que se va, necesitamos expresarlo”, dijo Yannick, uno de los congregados.
Hasta el presidente, Emmanuel Macron, quiso acercarse a ver el desastre. El mandatario, que canceló el discurso clave que tenía previsto pronunciar en la hora de máxima audiencia con medidas para aplacar la ira de los chalecos amarillos, se desplazó hasta la Cité, la isla donde se erige la emblemática iglesia, mientras dijo compartir “la emoción de toda la nación” ante la catástrofe. Líderes políticos de todo el mundo, desde Donald Trump (que propuso en un tuit el empleo de hidroaviones para combatir las llamas) hasta el presidente del Gobierno español Pedro Sánchez y la canciller alemana Angela Merkel, también manifestaron su consternación.
Todo comenzó a las 18.50
El incendio comenzó alrededor de las 18.50, cuando el centro de París rebosaba con los miles de turistas llegados con el comienzo de la Semana Santa. El día era frío pero soleado y los parisinos salían a esas horas de sus puestos de trabajo o paseaban por el centro de su monumental ciudad. La fiscalía de París ha abierto una investigación para identificar el origen de un incendio que por el momento parece ser accidental. Las primeras hipótesis avanzadas apuntan a que tuvo su origen en las obras de restauración que se llevaban a cabo en el histórico edificio.
Enrique tampoco acierta a entender lo sucedido. Este madrileño, de visita con su mujer y sus hijos en la capital francesa fue, probablemente, uno de los últimos en visitar las torres de la catedral. “Entramos en el turno de las 15.00 y a las 16.00 se cerraba al público”, cuenta. La iglesia estaba, “como siempre, abarrotada”. Mientras sus hijos miraban las espectaculares vistas que ofrecen —u ofrecían, al menos por una larga temporada— las últimas plantas del monumental templo, él se quedó mirando a los obreros que trabajaban en la zona donde aparentemente solo unas horas después se desataría el incendio. “Estaban montando un andamio, vi a dos obreros, trabajaban muy tranquilos”, recuerda. Hace años que se reclamaban trabajos de reparación de la anciana catedral, que habían comenzado recientemente.
“Una misión especial ha sido encargada de intentar recuperar todas las obras de arte que se puedan salvar”, explicó Emmanuel Grégoire, alcalde adjunto de París, en la emisora BFM TV. La caída de la noche aplacó los ánimos, pero no despejó mucho los alrededores de la catedral en una ciudad atónita ante la pérdida de uno de sus referentes, que seguía desprendiendo un humo visible en buena parte de la capital. María José y Carlos, dos vecinos de Avilés que pasan las vacaciones de Pascua en París, tenían previsto visitar el martes la catedral. Ya no podrá ser. “Qué pena, es una pena tremenda, una catástrofe, lo que se pierde en el fuego es irreparable”, lamentaban.
Babelia
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