Secuestros, golpizas y toques eléctricos en los genitales: el drama de la Guerra Sucia en México
Más de 600 archivos sobre la desaparición forzada en el país saldrán a la luz después de cuatro décadas en la clandestinidad
“Me encuentro bien, supongo que deben imaginarse en lo que ando espero que no los hayan molestado los quiero mucho y sé que van a poder entenderlo. Estoy lejos y no sé si volveremos a vernos. De ser así, espero que lo comprendan y lo tomen con calma. Saluden a mis hermanos y díganles que espero que se incorporen a la revolución. Los quiero mucho a todos. Wu-Lee”. Desde la clandestinidad, Jesús Piedra Ibarra escribió una carta el 20 de enero de 1974 para hacer saber a sus padres que estaba con vida.
Tres meses más tarde, el silencio eclipsó las fugaces noticias del joven de 19 años. La sombra de su desaparición impulsó a su madre, Rosario Ibarra de Piedra a buscar respuestas. El Gobierno mexicano le dio excusas y una lista interminable de procedimientos para comenzar la búsqueda. Para ellos, Jesús era un presunto integrante de la Liga 23 de septiembre, un grupo guerrillero de la época, un "revoltoso" más. Pero ella estuvo convencida, desde el primer momento, de la inocencia de su hijo y de que su abrupta ausencia estaba vinculada a la represión que el Estado ejercía sigilosamente contra aquellos que se atrevían a alzar la voz.
A 43 años de su desaparición, el paradero de Jesús Ibarra sigue siendo una dolorosa incógnita. Sin embargo, la lucha de Rosario Ibarra de Piedra y de Las Doñas, madres que como ella buscaban a sus hijos, ha dejado un legado inédito: el testimonio de más de 600 casos de tortura y desaparición forzada de la Guerra Sucia en México. Durante este periodo, que comprende los años 60, 70 y 80, el Estado mexicano criminalizó y combatió a grupos estudiantiles y sociales que protestaban contra el autoritarismo.
—¿Sabes que te vamos a matar?
— ¿Por qué?
— Por guerrillera, no te hagas pendeja
— Yo no soy guerrillera
— Al rato vas a jurar por tu madre que lo eres
Las súplicas de Bertha Alicia López no frenaron las golpizas,patadas ni los toques eléctricos en su vagina y pezones. Ella y su familia fueron detenidos la madrugada del 9 de abril de 1979 en Torreón, Coahuila. “En la calle fuimos tirados al suelo y empezaron los agentes a golpear salvajemente a mi esposo para que dijera la dirección de otras personas. Luego, lo arrastraron de los cabellos y lo metieron a la cajuela de un auto; enseguida hicieron lo mismo conmigo”. Desnuda. En la oscuridad y con el sonido de la radio a todo volumen fue sometida a extenuantes interrogatorios para que aceptara sus vínculos con grupos paramilitares. “A tu marido ya se lo llevó la chingada, por cabrón, así que hablas o la que sigue es tu hija”, relata Bertha, que en ese entonces tenía 22 años.
El brazo represor de la época no hizo distinciones de edad, clase social o geografía. Comerciantes, campesinos, amas de casa, jóvenes universitarios y mujeres embarazadas fueron víctimas de la violencia orquestada desde el Estado. "Amor, cuídate no quiero ir a encontrarte triste y embejecida (sic) sé optimista que alfin (sic) como dijo Morelos morir es nada cuando por la patria se muere”, escribió Miguel Nájera desde una cárcel sin paradero de Guerrero.
En el centro del país, en el Estado de Morelos, Benjamín Tapia fue detenido junto a tres compañeros. “En la comandancia empezaron a torturarnos con golpes en todo el cuerpo, sumersiones en una pila de agua. Nos vendaron los ojos para no ver a nuestros agresores (…) durante nueve días se nos daba solamente un vaso de café y de vez en cuando un bolillo duro. Los guardias casi siempre estaban drogados y decían que si no entendíamos nos iban a romper la madre”, describe.
Bertha y Benjamín fueron de los pocos casos liberados después de meses de reclusión. Recuperaron la libertad, pero nunca volvió la paz. Ambos comenzaron la difícil batalla para exigir el regreso de los seres queridos. Marchas, huelgas de hambre, oficios dirigidos a los procuradores y presidentes en turno. Seis sexenios sin respuestas. Desde el mandato priista de Luis Echeverría hasta la administración panista de Vicente Fox. Una lucha que tuvo que sortear numerosos laberintos burocráticos e intentos de intimidación por parte de las autoridades.
Sin embargo, Ibarra de Piedra y Las Doñas siguieron en pie de guerra, desafío que incluso las obligó a mantener oculto el archivo documental. Ahora, el cese de la persecución ha permitido que este acervo salga, finalmente, a la luz pública. El Centro Académico de la Memoria de Nuestra América (Camena) en la capital del país es el encargado de la clasificación y posterior digitalización de los documentos. “Los desaparecieron físicamente, pero sus ideas siguen ahí, sus luchas siguen ahí, sus familias siguen preguntándose por ellos. No podemos olvidar que esto pasó, porque en la medida que olvidemos va a seguir pasando”, apunta Bettina Gómez, responsable de este proyecto que busca honrar la vida de Rafael Ramírez, Ignacio Tranquilino Herrera, Teresa Torres, Cristina Rocha, Juan de Dios Sánchez, Carlos Alemán y cientos de personas más que siguen desaparecidos.
Rosario Ibarra de Piedra ha pasado la mitad de su vida buscando a su hijo. A sus 91 años sus familiares e integrantes del Comité Eureka han tomado la estafeta de su causa. Ellos le han prometido que pelearán contra el olvido con el que el Gobierno mexicano ha querido borrar uno de los episodios más oscuros de México. “500 años después, cuando a mucha gente se le haya olvidado la historia de Luis Echeverría van a saber quiénes fueron nuestros hijos, de eso nos encargamos nosotras”, esa ha sido la encomienda de doña Rosario.
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