La política también puede ser bella
¿Es arte? ¿Es política? El colectivo alemán Centro Por la Belleza Política sacude conciencias una vez al año con una acción a medio camino entre la 'performance', la protesta y la vida misma. Preparan una contra la ultraderecha
Lo suyo son intervenciones de largo alcance y pueden tardar hasta dos años en preparar una acción. Un año, trajeron hasta Alemania cadáveres de migrantes ahogados en el Mediterráneo y llegaron a desenterrar a uno de ellos, para darles después una sepultura digna y tratar de que su descanso se tornara en desasosiego político en el corazón de Europa. Otro, hicieron desaparecer las cruces conmemorativas de los que murieron tiroteados tratando de cruzar el muro de Berlín y reaparecieron en varios puntos de las fronteras de Europa, uno de ellos, Melilla. Cuando se conmemoraron los 25 años de la caída del Muro, trasladaron en autobuses a voluntarios hasta Bulgaria y Turquía para escenificar la ruptura de barreras. En otra ocasión, fletaron un avión para trasladar a un centenar de personas a Alemania desde Turquía, aunque el avión finalmente no pudo salir. Para principios de diciembre preparan otra acción que, adelantan, tendrá que ver con el auge de la ultraderecha.
“Queremos salvar al humanismo, que tiene que estar en el centro de la política”, explica Philipp Ruch, el alma del Centro por la Belleza Política (ZPS, por sus siglas en alemán). Ruch cree que muchas formas de protesta han acabado convertidas en rituales vacíos. “Hay que buscar nuevas formas de protesta. Nuestro humanismo tiene que ser agresivo, porque vemos que otras estrategias han fallado. En Alemania también falló. Vivimos Mayo del 68, la fundación de Médicos sin Fronteras... y mire ahora cómo estamos”. El activista sostiene que “hay que defender los derechos humanos desde la radicalidad, porque parece que todo va bien y de repente llegan los refugiados y nuestra verdad más cruda sale a flote”.
Ruch habla en la oficina que tiene el grupo en Berlín y cuyo emplazamiento pide que no se publique, porque es objetivo declarado de la extrema derecha más violenta. Sus acciones se han vuelto especialmente oportunas en un contexto de hostilidad abierta hacia los extranjeros y en el que la normalización de un discurso xenófobo, impensable en Alemania hace años, encuentra también su reflejo violento en la calle. “No podemos permitir que con nuestro pasado el extremismo de derechas gane otra vez terreno. Si no hacemos algo, podemos volver a una etapa oscura”. Y cree que “el asilo no es solo un derecho humano, es la dignidad de nuestra civilización. Aquí, mucha gente, muchos intelectuales no han movido un dedo en los últimos tres años”.
El año 2015 marcó un punto de inflexión en Alemania. La llegada de cerca de 1,5 millones de demandantes de asilo ha dado alas a la extrema derecha en un país que se creía vacunado por la historia. Hace un año que el partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) entró en el Parlamento alemán con un 12,6% de los votos. Desde el mes pasado están presentes además en los 16 Parlamentos regionales de Alemania. Sufren, sin embargo, el ostracismo político, ya que ningún otro partido alemán está dispuesto a tener nada que ver con ellos. Pero en la oposición y con un discurso cada vez más radical, en nombre del supuesto pueblo, siguen engordando. Mientras políticos, académicos y periodistas reflexionan y llenan páginas de diario dándole vueltas a cómo poner coto al avance de los ultras en Alemania, los activistas de la Belleza Política pasan a la acción y optan por la intervención sobre el terreno.
Su última creación de hace casi un año, se erige en un pueblo remoto de Alemania, que los artistas políticos han puesto en el mapa del mundo. Aquí, en Bornhagen, vive Björn Höcke, el líder ultraderechista que ejerce una influencia determinante en AfD. Su relevancia quedó plasmada en las imágenes de la manifestación xenófoba del pasado septiembre en la localidad de Chemnitz. Impecable, con traje negro y una rosa en la solapa, Höcke abanderó la marcha ultra.
“¿Dónde ha quedado el idealismo alemán? Éramos poetas y pensadores; ahora fabricamos coches y bebemos cerveza”
Lejos de los focos, Höcke hace vida familiar en este pueblo idílico, situado en la antigua frontera que dividió el Este del Oeste de Alemania hasta 1990. Y precisamente aquí, frente a la bucólica vivienda del político ultraderechista, es donde los activistas de la Belleza Política han instalado una réplica a tamaño casi natural del monumento al Holocausto de Berlín. Es una reproducción en madera de la sobrecogedora obra de cemento de Peter Eisenman, que mantiene viva la memoria del asesinato de seis millones de judíos en el corazón de la capital alemana.
Ese monumento fue blanco de las críticas de Höcke durante un discurso pronunciado en Dresde, en el que relativizó el Holocausto y con el que, como acostumbran los políticos de AfD, bordeó la legalidad y el negacionismo. “Nosotros los alemanes somos el único pueblo del mundo que ha levantado un monumento de la vergüenza en el corazón de su capital”, dijo.
Sus palabras han sido su castigo. Cada mañana, cuando abre las ventanas de su caserón, lo primero que ve es la réplica del monumento, aquí, a casi 400 kilómetros al sur de Berlín. Esta misma semana, la fiscalía de Turingia ha desestimado la demanda de Höcke contra el colectivo por la instalación, muy visitada por turistas, activistas y muchos curiosos que lo han visto en la tele. Hoy se acerca una pareja de jubilados que están viajando por Alemania y que han querido hacer un alto en el camino. “Por lo menos es una forma de plantarle cara a un negacionista del Holocausto”, piensa uno de los visitantes.
Suzanne Pinz, una vecina de la zona, es la encargada de enseñarlo hoy. Es una joven agricultora de 31 años y forma parte del ejército de voluntarios con los que cuenta la plataforma artística. El colectivo lo componen un núcleo duro de 20 personas además de una red de unos 150 voluntarios y de un millar de “cómplices” y espónsores. “No se trata solo de manifestarse y salir a la calle a gritar. Se trata de tener un lugar para reflexionar sobre qué pasa en Alemania y qué papel juega Höcke en todo esto”, piensa Pinz. “Cuando Hitler llegó, la gente se reía de él, nadie se lo tomó en serio. Ahora hay quien también se ríe de AfD”, advierte.
El Holocausto es para este colectivo su motor. Creen que muchos jóvenes sienten que ya no tiene nada que ver con ellos, que es parte de un pasado ajeno. “Pero hay que trabajar para que no suceda otra vez, ¿quién dice que no sucederá en el siglo XXI? Dicen que no es comparable, pero cuando vemos lo que pasa en Siria…”. Por eso, trabajan “en la política simbólica”. “Creemos que es lo que puede cambiar la energía en las sociedades. Vinculamos la historia con el presente”, asegura el artista Philipp Ruch, que por las noches recibe mensajes en los que amenazan a sus hijos o que se encontró el nombre de la organización en una lista de un soldado ultraderechista. “¿Dónde ha quedado el idealismo alemán? Éramos los poetas y los pensadores y ahora fabricamos coches y bebemos cerveza”, se pregunta.
Atardece en Bornhagen y las calles quedan desiertas. Apenas un par de chicos que pasan en bicicleta. Son dos refugiados de Somalia que viven desde hace un año en un pequeño centro de demandantes de asilo, que no tiene transporte público. Se dirigen sin luz al pueblo de al lado, a diez kilómetros. Este rincón de Alemania es pura calma. Difícil adivinar que Bornhagen encierra la lucha que se libra por la identidad de un país y por su pasado.
Babelia
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