Ojos argentinos sobre Corea del Norte
En su último libro, la politóloga y periodista Florencia Grieco recupera con el espíritu de los antiguos relatos de viaje su experiencia en el país más opaco de mundo
Desnuda ante tres mujeres jóvenes que insistían en colocarle un bañador florido sin estrenar, Florencia Grieco (Buenos Aires, 1975) se preguntó qué la había llevado hasta aquel sitio perdido en el interior de Corea del Norte: “’No voy a volver a verlas; deben tener otras costumbres; las desnudez no es como en Occidente; faltan pocos días para volver a Pekín’, rumiaba mientras miraba mis ojos de huérfana reflejados en la pared cubierta por espejos”. Luego de la piscina, las tres mujeres devolvieron a Grieco a las duchas. “Me quitaron el traje floreado y a cambio me entregaron un pijama rosa, brillante, tramado como un edredón de hotel, y una bombacha descartable del mismo color, única prenda que tuve libertad de ponerme sin recibir ayuda”. Historias como estas, entre tragicómicas y alucinantes, abundan en las páginas de Corea del Norte, viaje a la última dinastía comunista (Debate), un libro recién editado en Buenos Aires donde Grieco recupera con el espíritu de los antiguos textos de viaje sus dos visitas al país más opaco del mundo.
Grieco estaba en el restaurant-spa Namgan, ubicado en una zona rural cerca de la ciudad de Chongjin, en el noreste del país, cuando fue invitada a un baño relajante. Era la primera vez que el Namgan recibía a occidentales. La autora era, además, argentina, una rareza extraordinaria. “Me veían como una persona extraña porque era una mujer viajando sola desde demasiado lejos, que hablaba español. Era una combinación demasiado rara, incluso para Corea del Norte”, cuenta la autora a EL PAÍS. Grieco es politóloga y periodista. Hace 10 años, trabajó en la sección de política internacional de un diario local y se interesó por la “anomalía norcoreana”. Kim Jong-il llevaba dos años de experiencias nucleares y Corea del Norte acaba de entrar en los radares del mundo. El diario cerró y el interés de Grieco por la última dinastía comunista creció, al punto que interpelada por un viejo amigo decidió, finalmente viajar.
Sacó un pasaje a través de una agencia con sede en China, la única forma de entrar a Corea del Norte, y se entregó a la experiencia en soledad, una condición que en este país significa algo reñido con la intimidad: la compañía permanente e ineludible de dos guías oficiales. Viajó por primera vez en septiembre de 2015, sólo a Pyongyang y a la frontera con Corea del Sur y sin la intención de escribir un libro sobre la experiencia. En mayo y junio de 2017 volvió. A Pyongyang sumó entonces el interior del país, una “rareza de la rareza”, y visitó Chongjin, Hoeryong, Rason y otras ciudades del noreste. Esos sitios están apenas abriéndose a los extranjeros, porque la mayor parte de los 4.000 occidentales que llegan al país cada año se quedan en la capital. Y ni hablar si se trata de una latinoamericana que más de una vez tuvo que recurrir al latiguillo de “Messi y Maradona” para que los anfitriones ubicaran de dónde venía.
Corea del Norte seduce por lo que oculta. El libro ya estaba en sus planes durante el segundo viaje. Como las reglas le impedían tomar notas, recordaba palabras clave que luego apuntaba por la noche. Esas palabras activarían luego los cientos de detalles que guardó en su memoria. Grieco tejió así un relato rico y respetuoso, lleno de matices, colores de la Guerra Fría y de un país que, sobre todo, está habitado por personas que cada día tienen un rutina por delante. No es posible deambular libremente por Corea del Norte, pero la autora asegura que vio mucho más de lo que esperaba. “No fui pensando en descubrir la verdad sobre Corea del Norte, sé que eso no se puede. Quise ver qué era lo que el régimen quiere mostrar a los que entran a su mundo, y entender qué es importante para ellos. Y lo que muestra Corea del Norte es muy impactante y es mucho más de lo que yo hubiese esperado. Vi muchos detalles que no son anecdóticos y revelan mucho de cómo es la vida de los norcoreanos”, dice.
Como la visita al metro de la capital, abierta por primera vez a los extranjeros en todas sus estaciones. Grieco capta con su celular a una mujer vestida de verde que le sonríe detrás del cristal de la puerta, en una de las mejores fotos del libro. Las imágenes que acompañan la edición son de su autoría y agregan vida al relato. El régimen muestra “una imagen de lo que ellos creen que vale la pena de su país, que no coincide necesariamente de lo que nosotros consideraríamos que vale la pena. Por ejemplo, las estatuas de los líderes o el exceso de retratos es uno de sus principales motivos de orgullo”, explica la autora.
Los norcoreanos van cada día a su trabajo y luego del horario atestan las cervecerías, todas propiedad del Estado norcoreano, que también elabora la marca más famosa y favorita de Pyongyang, la Taedonggang. Los fines de semana comen al aire libre en los parques y bailan, una rutina que aprenden desde pequeños en las escuelas. Eso al menos en Pyongyang, donde viven las familias que tienen la bendición del régimen, los “confiables”. El interior rural es el refugio de los “poco confiables”, y la vida es mucho más dura, como “en los campos de China antes de la apertura de los años ochenta”.
Dos meses después de su segundo viaje a Corea del Norte, la autora viajó a Corea del Sur y vio la otra cara del espejo. “Son dos países pegados que fueron uno, son la contracara y tienen una frontera que no se atraviesa. En alguna medida es como si hubiesen sido objeto de un experimento. En algún momento dijeron ‘tenemos este país, lo dividimos en dos, a uno lo mandamos al futuro y al otro al pasado, a ver qué pasa’. Corea del Sur es súper futurista, hipertecnologizada, y Corea del Norte está en la Guerra Fría, analógica, con las reglas de un siglo XX territorial y de fronteras”, explica Grieco. El resultado del “experimento” ha sido que los coreanos de ambos lados no se conocen entre sí. Se ven como extraños, aunque se perciben cercanos. La autora recuerda la anécdota de una traductora surcoreana que se le acercó con timidez, a sabiendas de que esa argentina que tenía delante había cruzado al otro lado. “¿Te puedo hacer una pregunta?”, le dijo, “¿ellos son muy distintos a nosotros?”.
Babelia
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