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La cueva de Altamira: la Capilla Sixtina del arte paleolítico

Descubierta por una niña y convertida en un icono mundial por representar el primer arte de la humanidad, este lunes se conmemora el hallazgo del tesoro pictórico que albergan el techo y las paredes de la cueva

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El descubrimiento de la cueva de Altamira significó un vuelco para el conocimiento que se tenía hasta finales del siglo XIX sobre el hombre prehistórico: de ser considerado salvaje e incapaz de crear una obra artística, pasó a ser definido como un ser con una sensibilidad y una técnica sorprendentes.

La casualidad fue el germen del hallazgo de una pequeña abertura que daba entrada a la cueva, excavada en roca natural, en 1868. De hecho, un perro fue el que dio la pista de lo que había entre unas grietas, aunque pasaron 11 años hasta que las pinturas fueron descubiertas por una niña de 8 años mientras acompañaba a su padre en busca de restos de huesos y sílex en su interior. Pero la historia se volvió tan compleja como inverosímil, al negar el mundo científico que el primer tesoro pictórico prehistórico conocido hasta el momento se correspondiera con arte paleolítico.

Sin embargo, en 1902 llegó ese reconocimiento universal sobre la autenticidad de las pinturas y las disquisiciones de la ciencia empezaron a centrarse en la precisión cronológica de la ocupación de la cueva, las técnicas empleadas y su finalidad.

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La entrada a la cueva de Altamira, situada a dos kilómetros del municipio cántabro de Santillana del Mar, fue descubierta en 1868 por un tejero asturiano llamado Modesto Cubillas. En un día de caza liberó a su perro, atrapado entre las grietas de unas rocas cuando perseguía a una presa, y dio con la entrada. La noticia, que comunicó a sus vecinos a la vuelta, no tuvo la menor trascendencia porque se creyó que era una más entre los cientos de grutas que había en ese terreno de origen kárstico.

Pero Cubillas también se lo comunicó a Marcelino Sanz de Sautuola, un rico propietario local perteneciente a una distinguida familia de la alta sociedad cántabra (bisabuelo de Emilio Botín, el que fuera presidente del Banco Santander), aficionado a la paleontología y considerado un erudito en la zona, aunque no la visitó hasta 1875 o 1876. Cuando lo hizo la recorrió en su totalidad y reconoció algunos signos abstractos, a los que no dio importancia por no considerarlos una obra humana.

El 24 de septiembre de 1879, Sautuola regresó por segunda vez a la cueva de Altamira, pero en esta ocasión acompañado por su hija María Sanz de Sautuola y Escalante, de ocho años. Su intención era excavar la entrada de la cueva para hallar algunos restos de huesos y sílex, tal y como había visto en la exposición universal de París un año antes.

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Pero el verdadero descubrimiento lo realizó la niña. Se adentró en la cueva hasta llegar a una sala lateral y allí descubrió unas pinturas en el techo. Sautuola quedó sorprendido al contemplar el grandioso conjunto de pinturas de aquellos extraños animales que cubrían casi la totalidad de la bóveda y al año siguiente publicó un pequeño tratado de apariencia científica titulado Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, en el que defendía el origen prehistórico de las pinturas e incluía una reproducción de ellas.

Marcelino Sautuola presentó sus conclusiones al catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid, Juan Vilanova, que hizo suya la misma tesis, aunque fue rechazada por los científicos más especializados y reconocidos en estudios prehistóricos y paleontológicos en Europa: los franceses Cartailhac, Mortillet y Harlé.

El rechazo a que las pinturas fueran consideradas prehistóricas fue generalizado a finales del siglo XIX. Se concluyó de manera reiterada que no eran tan antiguas e incluso hubo quienes afirmaron que habían sido hechas por algún pintor moderno pero mediocre, dando a entender que Sautuola había alojado en su casa a un pintor, dejando la sombra de la duda sobre el hallazgo.

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La cuestión de fondo hay que buscarla en el contexto histórico de continua controversia y enfrentamiento entre ciencia y religión, entre evolución y creación, que existía en la década de los años ochenta y noventa del siglo XIX. Para Sautuola y Vilanova, los humanos primitivos habían sido creados por Dios con la capacidad estética y la habilidad necesaria para componer obras como las que se hallaban en Altamira. Rechazaban el darwinismo, el paso de la humanidad por diferentes estadios evolutivos que permitiesen alcanzar un determinado umbral de inteligencia para poder realizar las pinturas rupestres de la cueva cántabra.

Las pinturas de Altamira fueron el primer conjunto pictórico prehistórico de gran extensión conocido en el mundo, lo que también contribuyó a generar dudas y desconfianza sobre su antigüedad. Con todo en su contra, ni la ardiente defensa de Vilanova en el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología, celebrado en Lisboa en 1880, ni el empeño de Sautuola por demostrar su autenticidad y valor evitó la descalificación de Altamira y los informes desfavorables a nivel internacional y también en España.

La muerte de Sautuola en 1888 y la de Vilanova en 1893 parecían condenar definitivamente las pinturas de Altamira a ser un fraude moderno, pero su valor fue poco a poco avalado por los frecuentes hallazgos de otras piezas de arte similares en numerosas cuevas europeas.

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A finales del siglo XIX, principalmente en Francia, se descubrieron pinturas rupestres asociadas a los hallazgos realizados en niveles arqueológicos paleolíticos de Altamira y unidos a restos de animales extinguidos en la Península, como el mamut, el reno o el bisonte. Émile Cartailhac, que había sido uno de los más grandes opositores a la autenticidad de Altamira, tras el descubrimiento de grabados y pinturas a partir de 1895 en las cuevas francesas de La Mouthe, Combarelles y Font-de-Gaume, reconsideró su postura y tras visitar la cueva de Altamira, escribió en la revista ‘L’Antropologie’ (1902) un artículo titulado ‘La grotte d’Altamira. Mea culpa d’un sceptique’ (La cueva de Altamira. Mea culpa de un escéptico). Ese artículo supuso el reconocimiento universal del carácter paleolítico de las pinturas de Altamira.

Las pinturas y grabados de la cueva pertenecen a los periodos Magdaleniense y Solutrense, principalmente y, algunos otros al Gravetiense y al comienzo del Auriñaciense. De esta forma, se puede asegurar que la cueva fue utilizada durante varios periodos, sumando alrededor de 22.000 años de ocupación dentro del Paleolítico Superior, desde hace unos 35.600 hasta hace 13.000 años, cuando la entrada principal de la cueva quedó sellada por un derrumbe.

El estilo de la mayoría de sus obras se enmarca en la denominada escuela franco-cantábrica, caracterizada por el realismo de las figuras que representa, ya que contiene pinturas polícromas, grabados, pinturas negras, rojas y ocres que representan animales, figuras antropomorfas y dibujos abstractos.

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Ha recibido calificativos como Capilla Sixtina del arte rupestre y fue la primera cueva decorada que se descubrió y la que continúa siendo la más espléndida. Declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1985 y en 2008, se hizo una extensión de la nominación a otras 17 cuevas del País Vasco, Asturias y la propia Cantabria, pasándose a denominar el conjunto Cueva de Altamira y arte rupestre paleolítico del norte de España.

La cueva de Altamira es relativamente pequeña, ya que solo tiene 270 metros de longitud. Presenta una estructura sencilla formada por una galería con escasas ramificaciones y termina en una larga galería estrecha. La temperatura y la humedad del aire se mantienen constantes a lo largo de todo el año con rangos de valores de entre 13,5-14,5ºC y 94-97%, respectivamente.

El estudio de la composición de la roca se realizó en la década de los sesenta del pasado siglo y ello también permitió realizar las réplicas que posteriormente se situarían en el Museo Arqueológico Nacional en Madrid y en el Deutsches Museum de Munich.

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En las excavaciones se han identificado, al menos, cinco derrumbes importantes de la cueva a lo largo de su historia, y en la actualidad se definen varias zonas dentro de ella, siendo las más importantes el vestíbulo y la Sala de los Polícromos: cerca de la entrada es donde sus habitantes pasaban la mayor parte del día, ya que era el único lugar iluminado por la luz del Sol. Ahí cocinaban, fabricaban armas y utensilios para su vida diaria… Donde solo se puede acceder con luz artificial, en el interior de la cueva, es donde aparecen decenas de animales salvajes en techos y paredes: caballos, ciervos, jabalíes… ya que también eran capaces de hacer fuego.

La sala más importante de todas se conoce como Sala de los Polícromos, donde el animal protagonista es el bisonte. Para pintarlos utilizaron piedras afiladas para grabar la imagen en la roca o carbón y otros minerales que machacaban y después mezclaban con agua o grasa animal. Así fabricaban pintura de diferentes colores como el ocre o el amarillo y utilizaban los dedos, las manos, tampones, e incluso soplaban pintura a través de pequeños huesos de ave huecos para que saliera disparada contra la piedra. Como la parte interior de la cueva está totalmente oscura utilizarían lámparas de tuétano que fabricaban con la grasa extraída de los huesos de los animales para poder pintar.

Los hombres del Paleolítico conocían muy bien los animales que pintaban, ya que vivían de la caza y se pasaban horas observándolos para poder atraparlos y alimentarse de ellos. Además de pintarlos en diferentes posturas y movimientos, aprovecharon las zonas que sobresalían del techo y de las paredes para pintar encima los animales y conseguir que parecieran más reales.

A principios de la década de los setenta, la cueva de Altamira era visitada por más de 173.000 personas, lo que alteraba de manera muy peligrosa las condiciones ambientales que la habían preservado durante milenios. Un fotógrafo se percató del deterioro de los pigmentos en 1977 y las autoridades decidieron cerrarla hasta 1982, año en que se abrió con restricciones, al poderla visitar solo 8.500 personas al año.

La medida duró hasta el año 2002, en el que se terminó una réplica exacta de la cueva de Altamira, lo que hoy se denomina como Neocueva, y en la que se utilizaron los mismos elementos para pintar que los antiguos habitantes. En la actualidad, más de 250.000 personas al año visitan la Neocueva de Altamira.

En la cueva original de Altamira, desde el 10 de abril de 2015 pueden entrar cinco personas una vez a la semana, por sorteo y durante 37 minutos, acompañados siempre por dos guías con la intención de preservar el máximo exponente mundial del arte rupestre paleolítico en el mundo, aunque la medida no estuvo exenta de polémica entre quienes se mostraron favorables a su reapertura controlada y quienes pedían lo contrario por poner en riesgo las pinturas.

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